El mono y la flauta mágica que controlaba los vientos
Dicen que en lo más profundo de la selva hay sonidos que solo unos pocos pueden entender.
No es un rugido, ni el crujido de las ramas.
Es algo distinto.
Una música que no viene de ningún instrumento conocido, sino de un pequeño mono que cambió la historia de todos los que le rodeaban.
Mira, te cuento…
En una selva donde el verde no solo cubría la tierra, sino que también respiraba, un pequeño mono de pelaje dorado y mirada chispeante se balanceaba entre las ramas como si buscara algo más que fruta o diversión.
Se llamaba Milo.
Y si algo definía a Milo no era su agilidad, ni su simpatía (que también), sino esa insaciable necesidad de entender el porqué de las cosas.
A diferencia del resto de los monos, que se conformaban con las rutinas del día a día, Milo se perdía en preguntas y posibilidades.
¿Qué hay más allá del río?
¿Quién mueve las nubes?
¿Por qué a veces el viento canta?
Una tarde cualquiera, de esas que parecen no traer promesas, algo cambió.
Milo descubrió, escondida entre las hojas de un árbol milenario, una flauta.
No era de madera ni de caña.
Tenía un brillo tenue, como el reflejo de la luna en un charco quieto.
Y cuando Milo sopló en ella, sin más razón que la curiosidad que le atravesaba los huesos, el viento se levantó suave… y después fuerte… y luego danzante.
Ahí empezó todo.
Milo entendió que la flauta respondía a su música.
Que los vientos escuchaban.
Que no era solo un juguete antiguo, sino una llave.
Y como todo lo que despierta poder, también despertó miradas.
El rumor se deslizó entre ramas, se filtró entre helechos, llegó a oídos no tan puros.
Bruno, un mono de gesto agudo y alma inquieta, escuchó hablar de la flauta.
Y donde Milo veía aprendizaje, Bruno veía control.
Poder.
Reconocimiento.
La noche que Bruno robó la flauta, la selva se quedó quieta.
Como si esperara.
Pero la flauta no cantó para él.
Y eso lo enfureció más.
Milo, al despertar, no lloró.
Se puso en marcha.
Porque los que aman de verdad, no se rinden.
Y fue así como comenzó un viaje en busca de algo más que un objeto.
Fue un viaje hacia sí mismo.
En el camino, conoció a Luna.
Una pantera de paso lento y mirada que parecía haberlo visto todo.
Luna no hablaba mucho.
Pero cuando lo hacía, era como si la selva la escuchara.
Ella también había sentido la melodía de la flauta.
Y no por poder, sino por belleza.
Por eso decidió unirse a Milo.
Porque a veces, los caminos se cruzan sin planearlo, pero con propósito.
El viaje fue largo.
Lleno de acertijos, peligros, animales que no siempre eran lo que parecían.
Pero también hubo encuentros que curan.
Historias que se comparten junto al fuego.
Y vínculos que nacen en el silencio.
Llegaron al valle.
Donde Bruno, con la flauta en las manos y frustración en el pecho, había intentado construirse un trono vacío.
Y entonces Milo entendió: que no todo se resuelve con fuerza.
Que la música no se impone, se ofrece.
Con Luna, diseñaron un plan.
No para vencer, sino para recuperar.
Y cuando Milo volvió a tener la flauta entre sus dedos, no lanzó una tormenta.
Tocó una melodía suave.
Honesta.
De las que hacen que incluso los corazones más duros recuerden lo que es sentir.
Bruno no dijo nada.
Solo bajó la mirada.
Porque a veces el verdadero cambio no necesita palabras.
Desde entonces, Milo, Luna y Bruno viajaron juntos.
No por necesidad, sino por elección.
Porque habían entendido que la verdadera magia no está en los objetos, sino en lo que somos capaces de construir cuando decidimos confiar.
La flauta siguió sonando.
No para dominar, sino para celebrar.
Y cada nota era un puente.
Cada melodía, un abrazo.
Porque la música, como la vida, cobra sentido cuando se comparte.
Moraleja del cuento «El mono y la flauta mágica que controlaba los vientos»
El poder más transformador no es el que impone, sino el que inspira.
Y cuando usamos lo que tenemos para unir, en lugar de dividir, encontramos la verdadera magia que habita en nosotros.
Abraham Cuentacuentos.