El murmullo de las hojas y la leyenda del susurro nocturno
El murmullo de las hojas y la leyenda del susurro nocturno
Era una fría tarde de octubre cuando Ana, una niña de cabello rizado y mirada curiosa, salió a jugar al bosque cercano a su casa. El sol se filtraba entre las hojas doradas, creando un paisaje lleno de tonos cálidos y acogedores. Ana había oído rumores acerca de una leyenda del bosque que solo se contaba durante el otoño. Intrigada, decidió explorar más allá de los caminos conocidos.
“Sé que me dijeron que no me alejara demasiado”, pensó Ana, “pero solo será un poco. Quiero ver si encuentro algo emocionante”. El aire fresco y el crujido de las hojas bajo sus botas hacían que cada paso fuera una nueva aventura.
No muy lejos, Juan y Marta, dos hermanos de la aldea cercana, también decidieron aprovechar la tarde otoñal para recoger castañas. Juan, con su cabello oscuro y su complexión robusta, caminaba con determinación. Marta, por su parte, siempre llevaba una sonrisa radiante y su risa era melodiosa como el canto de los pájaros. A ellos también les había llegado la historia del Susurro Nocturno, un mito que hablaba de un espíritu bondadoso que se aparecía en las noches otoñales para ayudar a quienes lo escuchaban.
“¿Crees que realmente exista el Susurro Nocturno?” preguntó Marta mientras recogía una castaña particularmente grande.
“No lo sé”, respondió Juan inclinándose para tomar otra castaña. “Pero dicen que si prestas atención, puedes escucharlo en el viento entre las hojas caídas”.
Ana, por su parte, llegó a un claro donde los árboles eran más altos y las hojas más densas. Había algo en el aire, una sensación de misterio que la envolvía y la hacía sentir como si estuviera entrando en otro mundo. De repente, un susurro tenue le puso los pelos de punta: “Ven a mí, pequeña Ana”.
Se detuvo bruscamente, mirando alrededor con ojos muy abiertos. “¿Quién está ahí?”, preguntó con voz temblorosa.
“Ven a mí, no temas”, repitió el susurro, esta vez más claro. Guiada por una mezcla de curiosidad y valentía, Ana siguió la voz hasta llegar a un viejo roble. Al pie del árbol, para su sorpresa, encontró una pequeña puerta tallada en la madera.
En ese instante, Juan y Marta aparecieron en el claro. “¿Qué haces aquí, Ana?”, preguntó Juan, perplejo.
“Escuché algo”, explicó Ana señalando la puerta. “Creo que es el Susurro Nocturno”.
Marta, siempre la más atrevida, se acercó a tocar la puerta y sin previo aviso, esta se abrió revelando una escalera que descendía hacia la oscuridad. Los tres amigos intercambiaron miradas expectantes y, con una mezcla de emoción y nerviosismo, comenzaron a bajar.
La escalera los llevó a una cueva iluminada por cristales que brillaban con una luz suave y mágica. En el centro, sobre un pedestal de piedra, había un viejo libro encuadernado en cuero. “¡El libro de la leyenda!”, exclamó Marta. Al acercarse, una figura etérea surgió del aire, era el Susurro Nocturno.
“Bienvenidos, jóvenes valientes”, dijo con voz apacible. Era un anciano de cabello plateado y ojos bondadosos, vestido con túnicas de hojas otoñales. “Soy el guardián de este bosque, y he esperado mucho tiempo para que alguien descubra mi refugio”.
“¿Por qué nosotros?”, preguntó Ana intrigada.
“Porque sois puros de corazón y vuestra curiosidad es sincera”, respondió el anciano. “Este libro contiene historias y secretos del bosque que deben ser protegidos. Pero también concede deseos a quienes demuestran valentía y bondad”.
Los ojos de los niños se iluminaron. “¿Podemos pedir un deseo?”, preguntó Juan.
“Así es”, afirmó el anciano. “Pero recordad, los deseos deben ser desinteresados, pues el bosque premia la generosidad”.
Ana, Juan y Marta se tomaron de las manos y, después de un breve intercambio de pensamientos, pidieron que el bosque fuera un lugar seguro y feliz para todos los que lo visitaran. Al hacer su petición, los cristales brillaron aún más intensamente y una cálida brisa los envolvió.
“Habéis elegido sabiamente”, dijo el anciano con una sonrisa. “Vuestro deseo ha sido concedido. Ahora, volved a casa y contad vuestra historia. Así el espíritu del bosque vivirá en los corazones de todos”.
Los niños ascendieron por la escalera, y al salir de la cueva, el bosque parecía más vibrante y acogedor. Las hojas caían en un elegante danzar y el sol del atardecer pintaba el horizonte con colores dorados y rojizos. Se prometieron no contar su aventura a nadie más, excepto a sus seres más cercanos, para mantener viva la magia.
Esa noche, cuando Ana se fue a dormir, escuchó el suave murmullo de las hojas fuera de su ventana, y supo que el Susurro Nocturno estaba allí, cuidando de todos. Desde entonces, cada otoño, el bosque se llenaba de risas y alegría, y todos los visitantes sentían una inexplicable sensación de paz y felicidad.
Moraleja del cuento “El murmullo de las hojas y la leyenda del susurro nocturno”
La verdadera magia reside en la valentía y la bondad de nuestros corazones. Al compartir nuestra generosidad y amor con el mundo, creamos un lugar más seguro y feliz para todos.
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