El picnic en el prado y el encuentro con la hada del verano
En una soleada mañana de julio, Clara y Javier decidieron hacer un picnic en el prado cercano a su casa.
Clara, con su cabello castaño y rizado, los ojos llenos de curiosidad y un vestido amarillo brillante, llevaba la cesta de mimbre repleta de frutas frescas y bocadillos.
Javier, de complexión atlética, tez morena y una sonrisa siempre dispuesta, cargaba la manta a cuadros y una pelota para jugar.
La brisa cálida y el zumbido de las abejas los acompañaban en su recorrido.
“¡Mira, Javier! ¡Ese árbol parece un buen lugar para descansar!” gritó Clara, señalando un gigantesco roble cuyo follaje ofrecía una sombra reconfortante.
Extendieron la manta y comenzaron a disponer las viandas, riendo y charlando despreocupadamente.
A mitad del festín, mientras Clara saboreaba una jugosa fresa, observó algo inusual: una pequeña criatura luminosa que parecía esconderse entre las flores silvestres del prado.
“¿Viste eso, Javier? Algo está brillando entre las flores”, dijo Clara, intrigada, señalando hacia el resplandor.
Javier se incorporó con curiosidad. “Vamos a ver de qué se trata”, sugirió, entrelazando su mano con la de Clara.
Ambos se acercaron lentamente, tratando de no hacer ruido.
Entre los destellos, descubrieron una figura menuda con alas transparentes y un vestido tejido con pétalos.
Era una hada.
“Hola, humanos”, dijo la hada con voz melodiosa y ojos chispeantes. “Soy Esmeralda, la hada del verano. Gracias por no asustarme. Pareces buena gente”, añadió con una risita.
Clara y Javier se miraron con asombro. “¿De verdad eres una hada?” preguntó Javier incrédulo.
La criatura asintió y desplegó sus alas con elegancia, rodeándolos con un brillo dorado que los dejó sin aliento.
“Como agradecimiento por vuestra amabilidad, os concederé un deseo”, declaró Esmeralda.
Clara y Javier se miraron de nuevo, esta vez con sonrisas en los labios. “¿Qué deberíamos desear?” preguntó Clara, su mente revoloteando entre tantas posibilidades.
“Deseemos algo que traiga felicidad a muchas personas”, sugirió Javier, siempre generoso. “¿Qué tal si pedimos un día interminable de verano en el que todos puedan disfrutar del sol y la naturaleza?” Clara asintió con entusiasmo.
Esmeralda aplaudió con alegría. “¡Qué bonito deseo! ¡Así será!” levantó su varita y un halo de luz dorada envolvió el prado.
Al instante, el sol pareció brillar aún más, el cielo se tornó de un azul límpido y la sensación de felicidad impregnó el aire.
Clara y Javier se recostaron juntos bajo el roble, disfrutando del ambiente mágico que los rodeaba.
Los animales del bosque se acercaron sin temor, los pájaros trinaban melodías dulces y el tiempo parecía detenerse en ese instante perfecto.
“Gracias, Esmeralda”, dijo Clara con gratitud. “Este será un día que nunca olvidaremos.”
La hada sonrió y se desvaneció entre las flores con un guiño, dejándolos con el regalo de un verano interminable grabado en sus corazones.
A medida que el día avanzaba, más personas se unieron en el prado. Familias, amigos y vecinos llegaron atraídos por la mágica atmósfera, compartiendo risas, juegos y alegrías.
El deseo de Clara y Javier estaba concedido: un día de verano inolvidable que todos recordarían por siempre.
Moraleja del cuento «El picnic en el prado y el encuentro con la hada del verano»
La verdadera magia está en los actos de bondad desinteresada.
Al compartir tu felicidad, puedes crear momentos inolvidables que enriquecen no solo tu vida, sino también la de los demás.
Abraham Cuentacuentos.