El prĂncipe feliz
En las vastas y misteriosas tierras de Alba, un reino donde cada rincĂłn rebosaba de magia y misticismo, gobernaba una joven y enĂ©rgica princesa llamada Isabela. Poseedora de una larga melena dorada que caĂa en cascada hasta su cintura y unos ojos azules que brillaban tan intensamente como las estrellas, Isabela era famosa no solo por su belleza, sino por su bondad y valentĂa. Su madre habĂa muerto en la guerra, dejando a Isabela como Ăşnica heredera del trono. El Rey Esteban, su padre, tambiĂ©n un hombre de gran nobleza, habĂa confiado en ella la esperanza de un futuro prĂłspero para Alba.
A lo lejos, en el tranquilo bosque de Sandoval, moraban las hadas, criaturas centenarias que desde tiempos inmemorables estaban dedicadas a proteger la armonĂa natural del reino. Lideradas por la Reina de las Hadas, Adela, cuya delicadeza y gracia solo eran igualadas por su poder inmenso, las hadas eran conocidas por su sabidurĂa y capacidad para influir en el curso de los acontecimientos con su magia benevolente.
Un dĂa, mientras Isabela paseaba por los jardines del palacio, fue sorprendida por la apariciĂłn de una diminuta hada con alas plateadas y vestida con un ropaje de hojas relucientes. «Princesa Isabela», llamĂł la pequeña hada, flotando con elegancia frente a ella. «Mi nombre es LĂa. Vengo con un mensaje urgente de la Reina Adela. Hay un gran peligro que se cierne sobre Alba, y necesitamos tu ayuda».
La princesa, con esa mezcla de curiosidad y preocupaciĂłn que tan bien la definĂa, se arrodillĂł para estar a la altura de LĂa. «Hablame de ese peligro y cĂłmo puedo ayudar», dijo con firmeza.
«Nuestro bosque ha sido invadido por una bruja oscura llamada Morgana», explicĂł LĂa con voz temblorosa. «Ella ha lanzado un hechizo sobre el PrĂncipe Felipe, convirtiĂ©ndolo en un cisne blanco y volviĂ©ndolo prisionero en el Lago Esmeralda».
El corazĂłn compasivo de Isabela no pudo resistirse a la urgencia de la situaciĂłn. Ella conocĂa a Felipe; era el prĂncipe del cercano reino de Cardenia y un noble caballero con un corazĂłn puro. Sin pensarlo dos veces, Isabela llamĂł a su leal amigo y caballero, Rodrigo, un robusto joven de cabello negro y mirada decidida. Juntos, emprendieron el viaje hacia el bosque para reunirse con las hadas y afrontar la amenaza de Morgana.
Al llegar al Bosque de Sandoval, la atmĂłsfera mágica envolviĂł a Isabela y Rodrigo como un manto de suave niebla. Arbustos de colores vivos y flores que cantaban adornaban su camino. Se encontraron con la Reina Adela en un claro radiante, donde el aroma a jazmĂn y lavanda llenaba el aire. Adela, con su figura esbelta y etĂ©rea, se acercĂł a ellos y los saludĂł con una reverencia. “Gracias por venir, princesa Isabela. Tu valentĂa es nuestra mayor esperanza”.
Isabela afirmĂł con la cabeza y dijo: «El prĂncipe Felipe es nuestro amigo. Haremos lo necesario para salvarlo. ÂżCĂłmo podemos vencer a Morgana?»
Adela esbozĂł una sonrisa serena y dijo: «Morgana es poderosa, pero su magia tiene una debilidad. Para deshacer el hechizo, necesitarás una lágrima de felicidad de un verdadero amor. Felipe está en el Lago Esmeralda. AllĂ encontrarás tambiĂ©n el espĂritu de Morgana. Debes confrontarla, pero no sin antes conseguir la ayuda de las hadas. Juntas, lograremos lo imposible».
Rodrigo, con voz de determinación, añadió: «Llevamos en nuestros corazones la fuerza del amor y la justicia. Estamos listos».
Guiados por LĂa y algunas otras hadas, Isabela y Rodrigo avanzaron hacia el Lago Esmeralda. El ambiente se volviĂł más denso y tĂ©trico a medida que se acercaban al hogar de Morgana. La bruja, con su figura esbelta y una melena oscura como la noche, los esperaba entre risas tenebrosas. «Ah, princesa Isabela… quĂ© placentera sorpresa», dijo Morgana con un tono casi melĂłdico. «Has venido a liberar a tu querido prĂncipe, Âżno es asĂ?»
Sin un ápice de duda en su voz, Isabela replicĂł: «SĂ, y no te permitirĂ© dañar más a nadie».
Con un chasquido de los dedos, Morgana desató un aluvión de oscuridad que envolvió a la princesa y a su fiel caballero. Fue justo en ese momento cuando las hadas aparecieron, deslumbrantes y llenas de luz, formando una barrera protectora a su alrededor. «Morgana, nuestra magia de amor y esperanza es más fuerte que tu odio», dijo Adela con voz resonante.
El enfrentamiento entre la luz y la oscuridad comenzĂł. Una batalla mágica, en la que los corazones de Isabela, Rodrigo y las hadas vibraban con una intensidad incomparable. La bruja lanzĂł hechizos poderosos, pero la energĂa del amor genuino y la valentĂa al final fue más poderosa. En medio del caos, Isabela avistĂł al prĂncipe transformado, nadando solitario en el lago.
Sin dudarlo, se acercó al cisne. Al ver la pureza en sus ojos, sintió su corazón inundarse de amor y esperanza. Lloró una lágrima que cayó en el agua, y en un milagroso instante, el hechizo de Morgana se rompió. Felipe recuperó su forma humana, aún más guapo y noble que nunca, y se abrazaron con una emoción firme.
«No sabes cuánto he deseado este momento», susurrĂł Felipe, mientras sostenĂa suavemente la mano de Isabela.
La bruja, al ver su derrota, fue consumida por su propia oscuridad y desapareciĂł para siempre, dejando el bosque limpio de maldad.
La victoria fue celebrada con danzas y canciones en el Bosque de Sandoval. Isabela y Felipe, junto con Rodrigo y las hadas, regresaron triunfales a Alba. El Reino celebrĂł su retorno y la uniĂłn de los dos corazones nobles.
El Rey Esteban, profundamente orgulloso, declarĂł un nuevo reinado donde la bondad y la justicia serĂan los pilares fundamentales. Isabela y Felipe, unidos por el destino y la valentĂa, gobernaron con sabidurĂa y amor.
Fueron tiempos de prosperidad en Alba y en Cardenia, con los reinos unidos por un pacto de paz eterno y un profundo respeto por la naturaleza y la magia del Bosque de Sandoval.
Moraleja del cuento «El prĂncipe feliz»
La valentĂa y el amor verdadero no solo tienen el poder de romper los hechizos más oscuros, sino que tambiĂ©n pueden traer luz y esperanza en los momentos más sombrĂos. En la unidad y la empatĂa se encuentra la fuerza para enfrentar cualquier desafĂo, y la verdadera felicidad radica en la bondad del corazĂłn.