El príncipe Rana
El príncipe Rana
En un rincón oculto dentro del vasto bosque de Fantasía, se encontraba un diminuto reino llamado Microlandia. Este reino era único, pues sus habitantes eran tan pequeños que un solo pétalo de rosa les servía de sombrilla en los días lluviosos y el zumbido de una abeja era música para sus oídos.
En Microlandia vivía una rana llamada Ramón. Ramón no era una rana cualquiera; de color verde intenso y con ojos dorados que reflejaban la luz del sol, era conocido por su agilidad al saltar y su habilidad para contar cuentos increíbles. Pero había algo más, algo que no muchos sabían: Ramón era, en realidad, un príncipe bajo un hechizo.
La historia de Ramón comenzaba mucho antes de que Microlandia existiera. Hubo un tiempo en que él era humano, el príncipe Raimundo, heredero del trono de un gran reino vecino. Sin embargo, una bruja malvada llamada Esmeralda, envidiosa de la felicidad del joven príncipe, lo convirtió en una rana, esperando que nadie lo reconociera y que se perdiera en el olvido. Pero el príncipe, decidido a encontrar una manera de revertir la maldición, emprendió un viaje que finalmente lo llevó a Microlandia.
Ramón había pasado mucho tiempo en su nuevo hogar, aceptando su nueva apariencia pero nunca olvidando su origen. A menudo contaba historias de heroísmo y valentía, donde él mismo adoptaba el papel de protagonista bajo el nombre de Raimundo. Los habitantes del reino, sin conocer la verdad, lo admiraban por su imaginación y su sabiduría. Entre ellos destacaban tres personajes que se convirtieron en sus amigos más cercanos: Felisa, la hormiga diligente; Gustavo, el saltamontes músico; y Martita, la mariquita curiosa.
Felisa era la más trabajadora de todas las hormigas. Tenía una fuerza increíble para su pequeño tamaño y su color rojizo brillante la hacía destacar. Psicológicamente, era una hormiga decidida, siempre buscando nuevos retos y formas de mejorar la vida en Microlandia. Gustavo, con su violín en miniatura, traía alegría a sus amigos. Era un saltamontes sensible, siempre dispuesto a ayudar con su música en los momentos difíciles. Martita, por otro lado, era tanto hermosa como inteligente. Sus alas de puntos negros eran tan bellas como su mente inquisitiva y su deseo por descubrir siempre la verdad.
Una tarde cálida de primavera, mientras los cuatro amigos estaban disfrutando de un picnic bajo un musgo gigante, una sombra oscura se cernió sobre el tranquilo reino. Era la bruja Esmeralda, que había descubierto la ubicación de Ramón y estaba decidida a asegurarse de que el príncipe nunca volviera a su forma humana.
“¡Ah, viejo amigo! ¿Pensaste que podrías escapar para siempre?” dijo Esmeralda riendo malévolamente.
En ese momento, Ramón sintió cómo su corazón se aceleraba. No por miedo, sino por la oportunidad de enfrentarse finalmente a la bruja y buscar una solución a su problema.
“Esmeralda, ya no soy aquel joven príncipe asustado”, respondió Ramón con firmeza. “He aprendido, he crecido. Este es mi hogar ahora, y no dejaré que lo destruyas”.
La bruja solo sonreía con burla. Pero la unión de sus amigos y el coraje de Ramón no iban a permitir que Esmeralda lograra su propósito.
Esa misma noche, planeaban una emboscada. Felisa, con su ingenio y fuerza, creó un intrincado sistema de túneles alrededor de la base de su hogar en el musgo. Gustavo preparó una melodía hipnótica capaz de distraer a cualquiera y Martita, con su aguda observación, vigilaba desde las alturas.
La batalla comenzó al amanecer. Las fuerzas de la bruja, criaturas de las sombras, empezaron a avanzar, pero se encontraron con una fortaleza invisible. Cada paso que daban caía en los túneles de Felisa. Los encantos de Gustavo los sumían en un letargo incontrolable. Martita, con sus amigos más pequeños, atacaba de manera precisa, siempre informando sobre los movimientos de los enemigos a Ramón.
“Esmeralda, tu magia no es rival para nuestra amistad y valor”, exclamó Ramón mientras lideraba una carga hacia la bruja.
Justo en el momento más crítico, Ramón y sus amigos lograron atraer a Esmeralda hacia el núcleo de su trampa. Allí, con Gustavo tocando una melodía transformadora, y la valentía de Martita y Felisa, lograron confinar a la bruja en un círculo de luz que reduciría su poder.
“¡Nooooo!”, gritó Esmeralda, sintiendo cómo su poder menguaba. “Esto no puede…”.
Antes de que pudiera terminar su frase, un destello de luz envolvió a la bruja, y entonces sucedió lo inesperado: Ramón empezó a crecer. No en tamaño físico, sino en un resplandor de luz dorada que lo envolvía. Sus amigos también sentían el cambio, y de repente, todo quedó en silencio.
Cuando la luz se desvaneció, Ramón había recuperado su forma humana. Sus amigos lo miraron con asombro, reconociéndolo como el príncipe Raimundo del que tanto hablaban las historias.
“Gracias, amigos,” dijo Ramón con lágrimas en los ojos. “Su valor y amistad han roto el hechizo. Ahora debo volver a mi reino para cumplir con mi destino, pero nunca olvidaré lo que han hecho por mí”.
“¿Nos volveremos a ver?”, preguntó Martita, con una mezcla de tristeza y esperanza.
“Siempre,” respondió Raimundo con una sonrisa cálida. “Microlandia será siempre mi hogar.”
Antes de partir, Raimundo prometió volver siempre que pudiera, llevando consigo no solo la gratitud, sino también el amor y las lecciones aprendidas de sus pequeños pero valientes amigos.
Moraleja del cuento “El príncipe Rana”
Siempre hay sorpresas y secretos escondidos en los lugares más pequeños. La verdadera grandeza no reside en el tamaño físico, sino en la valentía, la amistad y el amor que compartimos con los demás.
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