El sapo

El sapo

El sapo

En un rincón apartado del mundo, más allá de los límites conocidos por los seres humanos, se extendía un frondoso bosque donde la magia y los seres fantásticos coexistían en secreto. El aire estaba impregnado de un aroma dulce y misterioso, donde las mariposas luminosas y los destellos de hadas coloreaban la espesura con tonalidades inimaginables.

En ese lugar vivía un sapo llamado Felipe, un habitante cuyos patrones de piel esmeralda y ojos dorados escondían un secreto sombrío. Felipe no era un sapo común y corriente, había sido un apuesto joven llamado Fernando, quién cayó víctima de un poderoso hechizo lanzado por una bruja envidiosa llamada Magdalena. Su apariencia actual era el precio que pagaba por rechazar las proposiciones deshonestas de la hechicera. Cada tarde, al caer la noche, Felipe se sentaba en una roca musgosa al borde del lago a observar el reflejo de la luna y a soñar con una vida diferente.

Una tarde como cualquier otra, una joven valiente llamada Clara decidió aventurarse en el bosque siguiendo los pasos de su abuelo, un famoso herborista llamado Francisco. Clara, con sus rizos castaños y ojos del color del cielo despejado, había crecido rodeada de historias fantásticas y de aventuras sin igual. Anhelaba vivir sus propias epopeyas, descubriendo los secretos del vasto mundo que la rodeaba.

Clara llevaba una pequeña mochila de cuero repleta de frascos y amuletos, según había indicado su abuelo, pues en el corazón del bosque se encontraba una flor mágica capaz de sanar cualquier enfermedad. Clara no lo sabía, pero en su búsqueda, se entrelazaba con el destino de nuestro querido sapo. Cuando la joven se adentró en el místico y retorcido túnel de ramas y hojas, percibió una presencia inusual en los alrededores.

«Eres simplemente una niña, ¿qué esperas encontrar en este bosque?» La voz le susurró al oído como una ráfaga de viento, y ella giró bruscamente, sin ver a nadie. Dando unos pasos más encontra a Felipe quien saltando entre los arbustos para alejarse de una serpiente gigante llamada Carmesina, un ser del bosque conocida por su maldad.

«¡Oh, pero qué sapito tan encantador!», exclamó Clara al ver a Felipe, ajena a la intrincada situación de la bestia. «No te preocupes, te protegeré de ella.»

Y así lo hizo, Clara sacó uno de los amuletos que llevaba en su mochila y balanceándolo por el aire, logró espantar a Carmesina. Felipe, agradecido, había encontrado una aliada inesperada. Sin embargo, no pudo resistir el impulso de hablar, pues no era un sapo cualquiera.

«¡Muchas gracias, noble joven!» exclamó Felipe, lo que hizo que Clara diera un paso atrás, atónita ante el sapo parlante.

«¡Hablas! ¡Habla un sapo!» contestó Clara, con los ojos brillando de emoción y sorpresa. «¡Esto es increíble! ¿Quién eres, sapito?»

Felipe, sacudiendo su pequeña cabeza verde, respondió: «Mi nombre es Felipe y, aunque no lo creas, fui un humano. Estoy bajo un hechizo y sólo alguien con un corazón puro como el tuyo puede romperlo.»

Los ojos de Clara se ensancharon aún más. «¿Hay alguna manera de romper el hechizo?»

«Sí,» musitó Felipe, «necesitamos encontrar a Magdalena, la bruja que me transformó, y convencerla de revertir el hechizo. Ella vive en una torre secreta en la parte más lejana del bosque.»

Con la resolución brillando en sus ojos, Clara aceptó la misión. Ella había deseado aventuras, y esta era la más grandiosa que podía imaginar. Juntos, Clara y Felipe, comenzaron su travesía a través del bosque encantado, enfrentando obstáculos que les hicieron crecer y desarrollar una amistad sincera.

En su viaje, se encontraron con varios personajes, cada cual más singular que el anterior. Conocieron a Gonzalo, un duendecillo travieso con una voz melódica y una voluntad incansable. Gonzalo no solo les brindó consejos valiosos en su travesía, sino también les enseñó la importancia de la camaradería y la fe. «No pierdas de vista la esperanza», solía decir, su voz resonando como un canto en la brisa fresca del bosque.

En una peligrosa travesía entre los riscos, se toparon con un gigante apacible llamado Baltazar, cuyo tamaño solo era comparable a su buen corazón. Se convirtió en un amigo leal, protegiéndolos de los dragones que acechaban en las sombras y guiándolos por los caminos ocultos del bosque. «La auténtica valentía se encuentra en la bondad», les decía mientras cargaba a Clara y Felipe en sus gigantescos brazos a través de un caudaloso río.

Al final, llegaron a una colina empedrada y vieron la torre de Magdalena en la distancia, dominando el horizonte bajo una luz crepuscular. La bruja vestía túnicas azabache y una mirada de hielo que, una vez se posó en Clara, intentó leer sus intenciones.

«¿Qué deseas de mí, humana?» inquirió Magdalena, entornando sus oscuros ojos.

«Vengo para pedirte que reviertas el hechizo que lanzaste sobre Felipe,» respondió Clara con voz firme y mirada valiente. «Él no merece este castigo.»

Magdalena rió con desdén, susurrando palabras venenosas al oído de Clara. «¿Y qué ganaré yo ayudándote, pequeña intrusa?»

Felipe, temblando con valor, dio un pequeño salto hacia adelante. «Magdalena, hemos venido en paz. Por favor, devuélveme lo que me fue arrebatado.»

Mirando la resolución en los ojos de ambos, y reconociendo una emoción perdida en su propio ser, Magdalena sintió el poder de la compasión por primera vez en siglos. Sus labios formaron palabras arcanas mientras agitaba su vara, reparando el mal que había hecho.

Con un destello de luz, Felipe recuperó su forma humana. De pie, radiante y agradecido, abrazó a Clara. «Me has salvado la vida, querida Clara,» dijo, con lágrimas de emoción.

Clara sonrió, el bosque, una vez más, se llenó de luz y esplendor. Las criaturas mágicas danzaban en celebración, y Clara, Felipe y sus amigos celebraron la pavorosa travesía que habían superado juntos.

A partir de ese día, la torre de Magdalena se convirtió en un faro de esperanza y bondad. La bruja, renacida en su nuevo propósito, ayudaba a aquellos que se perdían en el bosque, y Clara y Felipe, junto a sus nuevos amigos, emprendieron nuevas aventuras, honrando la lección más valiosa que habían aprendido: la auténtica magia no reside en el poder, sino en la pureza del corazón.

Moraleja del cuento «El sapo»

El verdadero poder radica en la bondad y la compasión, que pueden transformar incluso los corazones más endurecidos y revertir el más oscuro de los hechizos.

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