El sombrero de palabras mágicas
Había una vez un pueblo pequeño donde todos los niños sabían leer… menos uno.
Ese niño se llamaba Leo.
Leo era curioso, simpático y muy imaginativo, pero las letras se le escapaban como peces en el agua.
Cada vez que abría un libro, las palabras bailaban, giraban y se escondían.
Él suspiraba y cerraba el libro con tristeza.
—Leer es muy difícil —decía Leo mientras miraba a sus amigos leyendo cuentos de dragones, princesas y mundos mágicos.
Un día, Leo decidió dar un paseo por el bosque.
Caminó entre árboles altos y hojas crujientes, hasta que vio algo muy extraño: un pequeño sombrero brillante colgado de una rama.
Era de color azul con estrellitas doradas y una pluma roja en un lado.
Leo se acercó y, sin pensarlo mucho, se lo puso en la cabeza.
¡Zas! El sombrero brilló y una vocecita habló desde dentro:
—¡Hola, Leo! Soy Sombrerín, el sombrero de las palabras mágicas.
—¿Tú… hablas? —preguntó Leo con los ojos como platos.
—Claro que sí. Estoy aquí para ayudarte a leer —dijo el sombrero—. Pero tendrás que usar tu voz, tu oído y tu corazón.
Leo no entendía muy bien, pero le gustaba cómo sonaba. Entonces Sombrerín propuso un juego:
—Te diré una palabra mágica. Si la repites tres veces y la dibujas con tu dedo en el aire, aparecerá algo maravilloso.
—¿De verdad?
—¡De verdad verdadera!
La primera palabra fue «soliluz».
Leo la repitió:
—Soliluz… soliluz… soliluz…
La dibujó con el dedo en el aire.
De pronto, una bola de luz apareció flotando delante de él.
Era cálida y suave, como el sol en primavera.
—¡Guau! —gritó Leo—. ¿Y si leo más palabras?
—¡Eso es! Cuantas más leas, más magia aprenderás —respondió Sombrerín.
Leo estaba emocionado.
Al volver al pueblo, buscó un libro que tuviera palabras nuevas.
Aunque al principio le costó, con Sombrerín en su cabeza, todo era más divertido.
Cada vez que leía una palabra complicada, el sombrero le ayudaba a dividirla en trocitos:
—»Es-tu-pan-do»… ¡Estupendo! ¡Has leído estupendo!
Así aprendió palabras como reluciente, travieso y maravilla.
Y cada una tenía una pequeña magia si la decía con voz clara, con alegría y con imaginación.
Leo empezó a leer en voz alta a su hermana pequeña.
También leyó a su gato, a su abuela y hasta al cartero del barrio. Cada vez lo hacía mejor.
Una mañana, el sombrero le dijo algo importante:
—Leo, ya no me necesitas. Has aprendido a leer con tu voz, tu oído y tu corazón. Es hora de que ayudes a otros niños como tú.
—¿Te vas? —preguntó Leo, triste.
—Me quedaré, pero en silencio. Tú serás quien haga la magia ahora.
Desde ese día, Leo fue conocido como “el niño que leía con magia”. Creó un club de lectura para todos los niños que creían que no podían leer.
—Con un poco de ayuda y muchas ganas —decía Leo—, todos podemos leer.
Y aunque el sombrero no volvió a hablar, seguía brillando un poquito cada vez que Leo leía una palabra nueva.
Moraleja del cuento: «El sombrero de palabras mágicas»
Leer puede parecer difícil al principio, pero con paciencia, ayuda y mucha imaginación, descubrirás que las palabras tienen magia.
Abraham Cuentacuentos.