El tesoro oculto de los tres reyes magos
En una pequeña aldea al pie de las montañas, cuando el manto blanquecino de la nieve comenzaba a cubrir los tejados, se avivaban las chimeneas y las luces destellaban en los hogares como luceros en la noche.
Entre risas de niños y aroma a galletas recién horneadas, se gestaba una atmósfera plagada de expectativas y sueños.
Vivía en esta aldea un jovencito llamado Iván, de cabellos como hilos de oro y ojos del color del bosque profundo.
Su corazón era tan grande como la misma montaña que los protegía, aunque su cuerpo aún era pequeño y frágil.
Pero lo que Iván carecía en fuerza, lo suplía con una imaginación desbordante y un espíritu aventurero.
El silencio de la víspera de Navidad fue interrumpido por un golpear inesperado en la puerta de su casa.
—Iván, debes venir con nosotros —dijo una voz grave y misteriosa—. El destino de la aldea pende de un hilo, y solamente tú puedes ver más allá de la niebla que a todos ciega.
Tres ancianos hallábanse ante él, envueltos en paños de vivos colores y portando bastones tan altos como el cielo.
—¿Quiénes sois vos? —indagó Iván con voz temblorosa.
—Somos los guardianes del tesoro de los tres reyes —respondieron al unísono—, y una profecía ha señalado que tú debes escoltarnos hasta su hallazgo.
La travesía fue azarosa y larga, recorrieron valles y cruzaron ríos cristalinos, mientras el cielo nocturno era un lienzo donde las estrellas parecían narrar historias de tiempos remotos.
Iván escuchaba atentamente cada palabra que los tres ancianos compartían; historias sobre el coraje, la bondad y la esperanza, pilares del tesoro que buscaban.
—Verán, este tesoro no es de oro ni de plata —dijo el primero de los ancianos, cuya barba blanca se perdía en los pliegues de su túnica color rubí—. Es un tesoro que embellece el alma y endulza la vida.
—¿Y cuál es mi papel en todo esto? —preguntó Iván.
—Tienes la pureza de corazón necesaria para desentrañar el verdadero valor de lo que vamos a encontrar —contestó el segundo, ataviado en tonos de zafiro profundo.
Y así, tras sortear pruebas y acertijos, llegaron al fin a una gruta secreta donde un cofre antiguo resplandecía con luz propia.
—Es el momento —murmuró el tercer anciano, envuelto en manto de esmeralda—. Iván, abre el cofre.
Con manos temblorosas pero con un sentimiento de certeza que acunaba su alma, Iván levantó la tapa del cofre.
Un resplandor cálido se derramó sobre sus rostros, y un canto celestial llenó el aire.
Dentro del cofre, yacía un cristal claro como el agua pura, reflejando en su interior una danza de colores e imágenes.
—Esto… ¿qué significa? —musitó Iván, un brillo de lágrimas de emoción en sus ojos.
—Representa el amor, la compasión y la fraternidad que debe existir entre los hombres —explicó el anciano de rubí—. Esto es lo que debes llevar de vuelta a tu aldea.
Y así, portando el cristal del tesoro, Iván volvió a la aldea.
Sus pasos eran firmes, a pesar del cansancio que pesaba en sus hombros.
Sentía una llama ardiente en su corazón, el deseo de compartir lo aprendido y vivido.
Al llegar, toda la aldea se congregó alrededor de Iván y del tesoro.
Al abrir el cofre, los rostros antes preocupados y taciturnos se transformaron en semblantes de alegría pura y sincera.
Las discordias, los rencores, los miedos, se disolvían ante la revelación del tesoro, como la nieve al primer beso del sol en primavera.
La aldea prosperó y la leyenda de Iván y el tesoro de los tres reyes se extendió como el viento a través de los valles, enseñando a todas las almas el valor de las verdaderas riquezas del corazón.
En las noches de Navidad, aseguran algunos, se puede escuchar el eco de las risas de Iván y los ancianos, recordatorio perpetuo de que el mayor tesoro es aquel que vive en cada acto de bondad y cada palabra de amor.
Moraleja del cuento: El tesoro de los tres reyes
La mayor riqueza del ser humano no se mide en oro ni en bienes materiales, sino en la capacidad de amar, de ser compasivo y en la fraternidad que une a las personas más allá de sus diferencias.
Que la esencia de la Navidad perdure en nuestros corazones, haciendo del amor nuestro tesoro más preciado durante todo el año.
Abraham Cuentacuentos.