El tren fantasma y el viaje al otro lado
En una pequeña ciudad escondida entre montañas, un grupo de adolescentes se preparaba para una aventura que nunca olvidarían. Clara, una chica de dieciséis años, de cabello castaño y ojos verdes, tenía un carácter inquieto y curioso. Siempre estaba en busca de algo nuevo. Leila, su mejor amiga, era todo lo contrario; con su cabello rubio y ojos azules, era timida y reservada, pero no dejaba de seguir a Clara en todas sus locuras. A ellos se unieron Marco y Javier, dos hermanos gemelos de diecisiete años, conocidos por ser los más valientes y alocados del instituto.
Todo comenzó una noche de otoño, cuando Clara encontró un viejo mapa en el sótano de su abuelo. El mapa señalaba la ruta de un tren que, según la leyenda, desapareció misteriosamente hace cien años. Intrigada, levou el mapa a sus amigos.
«Tenemos que hacerlo», dijo Clara con entusiasmo. «¿Quién se apunta a la aventura de nuestras vidas?»
Leila, aunque asustada, se mordió el labio y asintió. No quería quedar como la miedosa del grupo. Marco y Javier se miraron entre sí, compartiendo una sonrisa traviesa. «Por supuesto», dijo Marco. «¿Cuándo salimos?»
A la medianoche siguiente, los cuatro amigos se encontraron en la estación abandonada marcada en el mapa. El lugar estaba envuelto en una neblina densa y el silencio era sepulcral. Las puertas de hierro oxidado crujieron cuando Clara las abrió, revelando un andén desolado bajo la luz pálida de la luna.
«Esto es más espeluznante de lo que imaginé», murmuró Leila, abrazándose a sí misma.
«No seas gallina», le respondió Javier, aunque su voz también temblaba un poco.
El viejo reloj de la estación marcó la medianoche, y el silencio fue roto por un estruendoso ruido. El suelo comenzó a temblar y ante sus ojos apareció una locomotora antigua, negra como la noche, emanando vapor y chisporroteos de sus ruedas de acero.
«¡No puede ser!» exclamó Marco con los ojos muy abiertos. «El tren fantasma…”
Sin pensarlo dos veces, Clara subió al primer vagón. Era como si algo la llamara desde el interior. Sus amigos la siguieron, impulsados más por la curiosidad que por la valentía. El interior del tren era lujoso, con asientos de terciopelo rojo y candelabros de cristal, pero el ambiente estaba impregnado de una frialdad espectral.
«¿Qué hacemos ahora?» preguntó Leila, su voz era apenas un susurro.
«Seguimos avanzando», dijo Clara decidida. «Vinimos por una aventura, ¿no?”
Avanzaron por los vagones, cada uno más raro y antiguo que el anterior, hasta llegar a un vagón comedor. En él, sobre una larga mesa, había un viejo libro de cuero.
Clara lo abrió con más valentía de la que sentía, y comenzó a leer en voz alta. Las palabras eran de un idioma antiguo, pero parecían cobrar vida al ser pronunciadas. De repente, una figura espectral apareció ante ellos.
«Soy el maquinista del tren», dijo la figura. «Este tren está maldito desde que me acusaron falsamente de un crimen que no cometí. Solo aquellos que demuestren su valentía y honestidad pueden liberarme.»
Los chicos intercambiaron miradas. ¿Qué significaba todo eso?
«¿Qué tenemos que hacer?» preguntó Marco, tratando de sonar firme.
«Debéis enfrentar vuestros peores miedos», respondió el espectro. «Y ayudarme a encontrar la verdad.»
El tren comenzó a moverse. Marco y Javier fueron llevados a un vagón que los enfrentó a una oscura tormenta, Clara y Leila caminaron por un pasillo interminable donde revivieron sus peores pesadillas. El odio, la traición y el miedo parecían palpables.
Tras horas de prueba, los cuatro se reencontraron en el vagón principal, agotados pero victoriosos. Habían vencido sus miedos, pero aún quedaba una última prueba.
Juntos, comenzaron a investigar lo ocurrido con el maquinista. Después de revisar documentos y pistas escondidas, descubrieron que el verdadero culpable era un viejo enemigo del maquinista, envidioso de su éxito.
«Esto es la prueba de tu inocencia», dijo Clara mientras sostenía el documento antiguo.
El espectro, aliviado, comenzó a desvanecerse. «Gracias, ahora puedo descansar en paz. Vuestro viaje ha terminado.»
El tren llegó de vuelta a la estación, y la niebla se levantó, dejando paso al primer rayo de sol del amanecer. Los chicos, exhaustos pero felices, sabían que habían vivido algo sobrenatural, algo que les uniría para siempre.
«Jamás olvidaré esta noche», dijo Leila abrazando a Clara.
«Ni yo», añadió Marco. «Quienes sean auténticos y valientes, siempre encontrarán la verdad.»
Moraleja del cuento «El tren fantasma y el viaje al otro lado»
Ser valiente no es la ausencia de miedo, sino enfrentarlo con honestidad y determinación. La verdad siempre se revela a quienes no temen buscarla en su propia alma y en las sombras del pasado.