El último regalo de Abuela Noela
En un pintoresco pueblo cubierto de nieve, donde las chimeneas dibujaban hilos de humo en el aire frío y los villancicos resonaban en cada rincón, la víspera de Navidad siempre era mágica.
Pero este año, algo especial se estaba gestando.
Cerca de la plaza del pueblo, en una cálida casita decorada con guirnaldas y luces titilantes, vivía la abuela Noela, una mujer de cabellos plateados y ojos llenos de chispa.
Conocida por su amor por la Navidad, cada año, Noela tenía una tradición que todos los niños del pueblo esperaban con ansias: preparaba regalos hechos a mano para cada uno de ellos.
Sin embargo, esta Navidad era diferente.
Noela sabía que sería la última vez que haría estos regalos, y quería que fueran inolvidables.
Entre sus pequeños ayudantes estaban Lucas, un niño de cabello castaño revuelto y una energía contagiosa, y sus mejores amigos, Ana y Mateo. Juntos, eran inseparables y adoraban a la abuela Noela tanto como a las fiestas.
Una tarde, mientras ayudaban a la abuela a colgar luces alrededor de la ventana, Lucas le preguntó con ojos brillantes:
—Abuela Noela, ¿qué regalarás este año?
La abuela dejó escapar una risita suave y dijo:
—Este año no será un juguete, niños. Será algo especial, algo que no se puede romper ni olvidar.
Intrigados, Lucas, Ana y Mateo insistieron en ayudarla, y así comenzó una misión que los llevaría a recorrer el pueblo y a descubrir algo más grande que ellos mismos.
La abuela Noela les pidió que recolectaran historias, recuerdos y pequeños objetos significativos de cada vecino.
Al principio, los niños no entendían cómo esos relatos y cosas simples, como una campanita vieja o un recorte de periódico, podrían ser un regalo.
Pero siguieron las instrucciones de la abuela con entusiasmo.
Visitaron a la señora Clara, que les contó cómo su abeto navideño sobrevivió a una gran tormenta años atrás.
Luego, el señor Tomás les mostró un reloj de bolsillo que había pertenecido a su abuelo, simbolizando el paso del tiempo y el valor de la familia.
Incluso se encontraron con la pequeña Sofía, quien les habló de su primer muñeco de nieve construido con su padre.
Cada historia y objeto recogido parecía tener un brillo especial, y poco a poco, los niños comprendieron que estaban recopilando las piezas de algo mágico.
Cuando volvieron a casa de la abuela Noela, encontraron un gran telar en su sala.
La abuela había comenzado a tejer un tapiz con hilos de colores que parecían capturar la luz misma.
—Cada historia, cada recuerdo y cada objeto —les explicó— es una hebra de este tapiz. Cuando lo terminemos, será el reflejo de nuestro pueblo, de nuestras vidas y del amor que nos une.
Los niños, emocionados, se unieron al trabajo.
Ana seleccionaba los colores, Mateo organizaba los objetos y Lucas ayudaba a la abuela a ensamblar cada pieza.
Durante días, la casa de la abuela fue un bullicio de risas y trabajo creativo.
La víspera de Navidad llegó, y la plaza del pueblo se llenó de luces y villancicos.
Los vecinos se reunieron, curiosos por ver qué había planeado la abuela Noela este año.
Cuando el tapiz fue desvelado, un murmullo de asombro recorrió la multitud.
Era más que un tapiz; era un mapa de sus vidas.
Representaba momentos importantes de cada persona en el pueblo: el primer día de escuela, las cosechas celebradas, las nevadas más hermosas y las Navidades pasadas.
Cada puntada estaba impregnada de amor y memoria, y el resultado era un mosaico brillante de colores y significados.
—Este es mi último regalo para vosotros —dijo la abuela Noela con voz suave, pero firme—. Porque el amor, el tiempo que compartimos y las historias que contamos son los regalos que realmente perduran.
Lucas, mirando el tapiz, sintió un nudo en la garganta.
—Gracias, abuela Noela —dijo, con lágrimas en los ojos—. Nos has enseñado que lo más valioso que tenemos es estar juntos y compartir lo que somos.
La abuela le acarició el cabello y sonrió.
—Eso es todo lo que quiero que recordéis, queridos niños.
Esa noche, bajo las estrellas, el pueblo celebró no solo la Navidad, sino también la importancia de la unión, el amor y los recuerdos compartidos.
Y aunque la abuela Noela ya no haría más regalos, su espíritu viviría en cada rincón del tapiz y en los corazones de todos los que la conocieron.
Moraleja del cuento «El último regalo de abuela Noela»
Los regalos más preciosos no tienen forma ni precio.
Son las memorias, el tiempo compartido y el amor que dejamos en los corazones de los demás los que perduran para siempre.
Abraham Cuentacuentos.