El unicornio guardián del bosque encantado y la niña de los sueños mágicos
El sol comenzaba a esconderse tras las colinas, tiñendo el cielo con pinceladas de naranja y violeta.
En la lejanía, el Bosque Encantado despertaba con su magia nocturna: los árboles susurraban entre sí, las luciérnagas encendían pequeñas luces como farolillos y un riachuelo de agua cristalina reflejaba estrellas que aún no habían salido.
El unicornio guardian y la niña de los sueños mágicos
Pero lo más asombroso de aquel bosque no eran sus colores cambiantes ni sus aromas dulces, sino su guardián: Élidon, un unicornio de crines plateadas y cuerno dorado que brillaba como si estuviera hecho de luz de luna.
Desde hacía siglos, protegía aquel rincón mágico de cualquier amenaza, asegurándose de que la paz reinara en cada hoja, en cada flor y en cada criatura que lo habitaba.
A kilómetros de allí, en el pequeño pueblo de Larimar, vivía Isabela, una niña con una imaginación desbordante y un talento especial para soñar con mundos mágicos.
Cada noche, sus sueños la llevaban a lugares que nadie más conocía: castillos flotantes, mares de nubes y bosques donde los árboles hablaban con voz de abuelito sabio.
Pero una noche, su sueño fue diferente.
Vio un resplandor entre los árboles, un destello dorado que la llamaba con suavidad.
Se acercó, y en medio del claro más hermoso que jamás había imaginado, un unicornio la observaba con ojos llenos de secretos.
—Te estaba esperando, Isabela —susurró la criatura, y su voz sonó como el viento jugando entre las hojas.
Isabela despertó de golpe.
—¡Tengo que encontrarlo! —exclamó, saltando de la cama.
Al amanecer, sin dudarlo ni un segundo, llenó su mochila con una linterna, galletas y una brújula (aunque nunca entendía bien cómo usarla) y corrió hacia el bosque.
El encuentro con Élidon
Después de caminar durante un buen rato, guiándose por su intuición y por mariposas que parecían mostrarle el camino, Isabela llegó a un claro cubierto de flores de colores imposibles.
Y allí, justo como en su sueño, estaba Élidon.
—¡Sabía que existías! —exclamó ella, emocionada.
El unicornio inclinó la cabeza con elegancia.
—Y yo sabía que vendrías. Los sueños y la magia siempre encuentran su camino.
Desde ese día, Isabela visitó a Élidon cada tarde. Hablaban de estrellas que cantaban, de ríos que contaban historias y de hechizos olvidados.
El unicornio le enseñó cosas maravillosas, como cómo entender el lenguaje de los árboles y cómo escuchar los secretos que susurraba el viento.
Pero una noche, el bosque tembló.
La llegada del hechicero Astor
Los árboles se sacudieron, los animales se ocultaron y una niebla oscura se deslizó por el claro.
De entre las sombras emergió Astor, un hechicero con capa negra, cabello enredado y una expresión de «no he dormido en semanas».
—¡Ja! Por fin te encuentro, Élidon —dijo con una sonrisa torcida—. ¡Tu cuerno es mío!
Isabela, que no tenía intención de quedarse callada, se cruzó de brazos.
—¿Y qué harías con un cuerno de unicornio? ¿Usarlo como perchero?
Astor frunció el ceño.
—¡No es un perchero, niña entrometida! Es una fuente de poder. Si consigo su magia, seré el mago más poderoso del mundo. ¡Podría transformar rocas en oro! ¡Nubes en algodón de azúcar! ¡Y tener el pelo perfectamente peinado todos los días!
—Vaya prioridades… —murmuró Isabela.
Élidon pisoteó el suelo con fuerza.
—No dejaré que robes la magia del bosque.
Astor levantó su varita y lanzó un hechizo.
Una ráfaga de energía oscura salió disparada, pero en el último segundo, Isabela sacó un pequeño frasco de su mochila.
—¡Polvo de hadas! —gritó, lanzándolo al aire.
El polvo dorado giró como un torbellino y chocó contra el hechizo de Astor.
De repente, en lugar de una explosión maligna, ¡aparecieron cientos de mariposas fosforescentes!
Astor se vio envuelto en un remolino de alas resplandecientes y empezó a dar vueltas sin control.
—¡¿Qué es esto?! ¡¿Por qué todo es tan bonito?!
Élidon aprovechó el momento.
Su cuerno brilló y tocó el suelo con suavidad. Un círculo de luz se formó alrededor del hechicero y, con un último destello, la magia lo atrapó en una burbuja flotante.
Astor cruzó los brazos, derrotado.
—Bueno… al menos tengo una buena vista desde aquí.
Y con un «pop», la burbuja lo llevó flotando lejos del bosque, hacia quién sabe dónde.
Un final mágico
El bosque recuperó su calma.
Los árboles susurraron palabras de gratitud, las flores volvieron a desplegar su brillo y las criaturas mágicas salieron de sus escondites.
Isabela suspiró, feliz.
—¡Lo hicimos!
Élidon la miró con admiración.
—Has demostrado que la verdadera magia no está en el poder, sino en la valentía y el ingenio.
Desde ese día, la historia de Isabela y Élidon se convirtió en una leyenda en el Bosque Encantado.
Y aunque la niña siguió visitando a su amigo unicornio, siempre con nuevas preguntas y ocurrencias, una cosa quedó clara: cuando tienes imaginación, valentía y un poco de polvo de hadas, cualquier cosa es posible.
Moraleja del cuento «El unicornio guardián del bosque encantado y la niña de los sueños mágicos»
La verdadera magia no reside en poderes extraordinarios, sino en la bondad, la valentía y la amistad sincera. Cuando enfrentamos la oscuridad con estos valores, siempre habrá luz para guiarnos y protegernos.
La magia más poderosa no está en los hechizos, sino en la amistad, la creatividad y el coraje para enfrentar lo desconocido con una sonrisa.
Abraham Cuentacuentos.