El Viaje de la Mariposa
El sol despertaba lentamente sobre el bosque, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados.
Las hojas temblaban con la brisa matutina, y entre ellas, en la rama baja de un viejo sauce, una pequeña oruga llamada Lila se aferraba con delicadeza.
Observaba con fascinación el vuelo de las mariposas que danzaban entre las flores. Sus alas parecían pedazos del cielo y del arcoíris.
Lila suspiró. Quería volar.
Quería sentir el viento sosteniéndola, deslizarse entre los rayos de sol, perderse entre las nubes.
Pero ella solo era una oruga.
Determinada a encontrar la manera de cumplir su sueño, Lila se aventuró más allá del árbol que había sido su hogar.
Recorrió senderos de musgo y tallos de flores hasta encontrarse con un viejo roble donde descansaba un gran oso de pelaje castaño.
—¿Por qué te ves tan pensativa? —preguntó el oso al notar su inquietud.
—Quiero volar, pero no sé cómo —contestó Lila.
El oso rió con dulzura y agitó una de sus enormes patas.
—Yo tampoco sé volar, pero he aprendido a ser fuerte. La tierra nos da todo lo que necesitamos. Tal vez debas mirar a tu alrededor en lugar de al cielo.
Lila agradeció su consejo y siguió su camino.
Más adelante, un conejo de orejas largas la observó con curiosidad.
—¿Por qué caminas tan decidida? —le preguntó.
—Quiero volar.
El conejo inclinó la cabeza y dio un gran salto, desapareciendo y reapareciendo unos metros más adelante.
—Yo no puedo volar, pero puedo saltar muy alto. A veces, eso es suficiente.
Lila agradeció también sus palabras y continuó su viaje.
Durante días, se encontró con muchos otros habitantes del bosque.
Aprendió de cada uno de ellos, descubriendo la importancia de la paciencia, la valentía y la astucia.
Sin embargo, su sueño de volar seguía siendo inalcanzable.
Una tarde, agotada por su travesía, se acomodó sobre una hoja y cerró los ojos. Entonces, algo la rozó suavemente.
—Pareces cansada —dijo una voz dulce.
Lila alzó la mirada y vio ante ella a una mariposa de alas irisadas que reflejaban la luz como si estuvieran hechas de cristal.
—He intentado todo para volar, pero sigo siendo una oruga —dijo con tristeza.
La mariposa sonrió.
—Porque aún no es el momento. El vuelo no se aprende, se transforma. Debes confiar en lo que llevas dentro.
Y con esas palabras, la mariposa se elevó en el aire y desapareció entre los árboles.
Lila quedó en silencio.
Por primera vez, comprendió que el cambio no se forzaba, sino que llegaba cuando era necesario.
Se aferró con firmeza a la rama y, sintiendo el llamado de su propio destino, cerró los ojos y se envolvió en un capullo.
Pasaron los días. Pasaron las noches.
El viento meció suavemente su refugio.
Hasta que, una mañana, el sol iluminó un capullo resquebrajado.
De él emergió una criatura completamente nueva.
Lila desplegó sus alas húmedas y temblorosas, sintiendo su propio peso desaparecer con la brisa.
Alzó la vista al cielo, movió sus alas una vez y, con un suspiro de felicidad, se dejó llevar por el viento.
Volaba.
Moraleja del cuento «El viaje de la mariposa»
Este cuento de la mariposa viajera nos hace ver como el verdadero cambio no ocurre de un día para otro, sino cuando estamos listos para él.
A veces, el camino hacia nuestros sueños no es el que imaginamos, pero si confiamos en nosotros mismos y en nuestro proceso, descubriremos que siempre llevamos dentro lo necesario para volar.
Abraham Cuentacuentos.