El viaje de la oveja que cruzó el océano en un barco de vela para conocer a sus primos lejanos
En una verde y perfumada pradera de la comarca de Navarra, vivía una oveja llamada Marisa. De lana suave y blanquecina, y unos ojos grandes y curiosos, Marisa tenía un espíritu aventurero que la hacía muy diferente de las demás ovejas de su rebaño. Mientras sus compañeras pastaban plácidamente, Marisa se perdía en sueños y en historias contadas por los abuelos de su rebaño, quienes hablaban de parientes que vivían más allá del mar, en tierras del Nuevo Mundo.
Una tarde de primavera, mientras el sol teñía de dorado las colinas, Marisa se acercó a su amigo Felipe, un vigoroso carnero de lana espesa y oscura. «Felipe,» dijo ella con voz decidida, «he decidido que quiero conocer a nuestros primos lejanos del otro lado del océano. He oído historias sobre ellos toda mi vida, y ya no puedo resistir más la curiosidad.»
Felipe rió suavemente. «Marisa, tú siempre soñando con aventuras. Pero, ¿cómo piensas cruzar el vasto océano? No sabes lo difícil y peligroso que puede ser.»
Pero Marisa era perseverante y su determinación no flaqueó. Al día siguiente, se dirigió al puerto de la ciudad cercana y encontró un viejo barco de vela anclado en el muelle. El barco, llamado «El Albatros», parecía haber vivido mil aventuras, con su casco gastado y sus velas remendadas, pero había algo en él que exudaba confianza.
Allí, Marisa conoció al capitán del barco, Don Ernesto, un veterano marinero de barba gris y mirada amable. «Señor capitán,» se atrevió a preguntar, «¿podría usted llevarme al otro lado del océano para conocer a mis primos lejanos?»
Ernesto la miró sorprendido. «Nunca había llevado una oveja de pasajera,» dijo pensativo acariciándose la barba, «pero hay algo en tu mirada que me dice que eres especial. Si estás dispuesta a ayudar en la travesía, te llevaré.»
Así comenzó la gran aventura de Marisa. El viento llenó las velas de «El Albatros» y el barco zarpó rumbo al horizonte. Durante el viaje, Marisa aprendió a manejar las cuerdas y a captar las señales del cielo y del mar. Don Ernesto y su tripulación, incluyendo a un joven grumete llamado Lucas, se encariñaron con la oveja intrépida que nunca se quejaba y siempre estaba dispuesta a aprender.
Una noche de tormenta, mientras las olas golpeaban ferozmente el casco del barco, Marisa ayudaba a asegurar los barriles de provisiones que amenazaban con soltarse. De repente, un trueno ensordecedor retumbó en el cielo, haciendo que una vela se rasgara. Sin dudarlo, Marisa y Lucas subieron al mástil para reparar el daño.
«¡Cuidado, Marisa!» gritó Lucas cuando una ola enorme barrió la cubierta, pero la oveja se aferró con fuerza, demostrándose así su valentía. La tormenta pasó y el barco continuó su travesía, con el respeto de la tripulación hacia Marisa cada vez más profundo.
Días después, avistaron la costa del Nuevo Mundo, llenando de emoción los corazones de todos a bordo. El puerto que encontraron al llegar era bullicioso y colorido, con mercados llenos de frutas exóticas y música resonando en cada rincón. Don Ernesto se despidió de Marisa con un cálido abrazo. «Buena suerte en tu aventura, pequeña. Has demostrado ser una navegante excepcional.»
Marisa, con el corazón lleno de gratitud, recorrió el mercado en busca de sus parientes. Pronto encontró a una oveja con un pelaje tan suave como el suyo, pero más oscuro y con matices grisáceos. «¿Eres Marisa?» preguntó la oveja. «Soy Natalia, tu prima. Esperábamos con ansias tu llegada.»
Los días en la nueva tierra fueron maravillosos. Natalia le mostró a Marisa los pastizales interminables, los ríos cristalinos y las historias de sus ancestros que habían emigrado hacía generaciones. Conoció a otros parientes como Fernando, un carnero robusto que le enseñó sobre las plantas medicinales, y a Alejandra, una ovejita joven que admiraba a Marisa por su valentía.
Una tarde, mientras descansaban bajo un gran árbol de ceibo, Natalia le dijo a Marisa: «¿No extrañas tu hogar en Navarra? ¿No anhelas volver?»
Marisa respondió: «He encontrado una familia aquí que me ha acogido con amor, pero mi corazón siempre recordará las verdes praderas de mi hogar. Sin embargo, este viaje me ha enseñado que nuestros lazos son fuertes sin importar la distancia.»
Pasaron algunas semanas llenas de enseñanzas y descubrimientos. Marisa sabía que pronto tendría que emprender el viaje de vuelta, pero esta vez había ganado una enorme riqueza de experiencias y amor familiar. El día de su partida, toda su nueva familia se reunió para despedirse. Don Ernesto, fiel a su promesa, la esperaba en el puerto junto a Lucas y el resto de la tripulación.
«Esta vez, te llevas más que recuerdos, Marisa. Llevas contigo el amor y el espíritu de dos tierras,» le dijo Natalia abrazándola fuertemente.
La travesía de regreso fue tranquila, adornada por cielos despejados y mares en calma. Cuando «El Albatros» llegó finalmente a las costas de Navarra, Marisa fue recibida con júbilo por su rebaño. Felipe, el carnero negro, corrió hacia ella. «¡Marisa, has vuelto! Cuéntanos todo sobre tu viaje. ¡Te hemos extrañado tanto!» exclamó con alegría.
Marisa, con una sonrisa amplia y el corazón rebosante de historias, reunió a sus amigos en el prado. Mientras el sol se ponía pintando el cielo de colores vivos, comenzó a relatar sus aventuras: desde la tormenta en plena mar hasta el cálido abrazo de sus nuevos parientes de tierras lejanas.
Los ojos de las ovejas se iluminaron con asombro y emoción. Marisa no solo había traído consigo relatos fascinantes, sino también la certeza de que el mundo es un lugar lleno de oportunidades para valientes corazones que se atreven a buscar más allá del horizonte.
Moraleja del cuento «El viaje de la oveja que cruzó el océano en un barco de vela para conocer a sus primos lejanos»
Este cuento nos enseña que, aunque a veces nuestros sueños parezcan inalcanzables y afrontemos desafíos enormes, la determinación y el coraje pueden llevarnos a lugares inimaginables. También destaca la importancia de la familia y los vínculos que trascienden las distancias, recordándonos que el amor y la aventura están más cerca de lo que pensamos, siempre y cuando estemos dispuestos a cruzar nuestros propios océanos.