El viejo faro y los fantasmas de los marineros desaparecidos

El viejo faro y los fantasmas de los marineros desaparecidos

El viejo faro y los fantasmas de los marineros desaparecidos

En la pequeña y remota isla de Malabar, rodeada por el incesante rugido del Océano Atlántico, se alzaba un viejo faro. Este había guiado barcos durante siglos, salvando innumerables vidas de los navegantes que se aventuraban en esas traicioneras aguas. El faro, con su altiva torre de ladrillo rojo, se erigía como un coloso ante el cielo siempre nublado. Sin embargo, pocos sabían que aquel lugar guardaba un secreto que se desvanecía en el tiempo y el misterio.

Vivía en la isla una niña llamada Laura. Con tan solo doce años, su valentía desbordaba su menudo cuerpo. Con su melena castaña siempre al viento y una sonrisa invencible, Laura adoraba explorar los rincones más recónditos de Malabar. Sus mejores amigos, Tomás y Valeria, la acompañaban en todas sus hazañas. Tomás era rubio, de ojos verdes y de carácter decidido; mientras que Valeria, con sus oscuros bucles y tímida expresión, aportaba la sensatez necesaria para sus aventuras.

Una tarde de otoño, los tres amigos estaban sentados en la playa cuando el abuelo de Laura, Don Ramón, con su barba blanca y su mirada profunda, se acercó y les contó una historia que desencadenaría la aventura más peligrosa de sus vidas. «Hace muchos años -empezó Don Ramón-, este faro no solo era un guía para los marineros, sino también una prisión para sus fantasmas.»

Valeria, curiosa, preguntó: «¿De qué fantasmas hablas, abuelo?» Don Ramón se pasó la mano por la barba, como si con ese gesto pudiera traer a la memoria los oscuros recuerdos. «Son los fantasmas de los marineros que naufragaron cerca de aquí. No encontraron descanso, y se dice que sus almas han quedado atrapadas en el faro, esperando ser liberadas.»

Laura sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, pero su espíritu intrépido le hizo decir: «¡Vamos al faro y liberémoslos! Si esas almas están atrapadas, debemos ayudarlas.» Tomás y Valeria dudaron por un instante, pero al ver la decisión de Laura, asintieron con la cabeza. «Está bien» -dijo Tomás-, «iremos y veremos qué podemos hacer.»

Subieron la colina que conducía al faro al anochecer, cuando los últimos rayos del sol se batían en retirada contra el horizonte. Al llegar, una sensación de inquietud les envolvió. La puerta de madera crujió cuando Laura la empujó. Adentro, el faro estaba oscuro, iluminado solo por su propia luz que parecía emitir un extraño resplandor verdoso. «Algo no está bien aquí» -murmuró Valeria, aferrándose al brazo de Tomás.

Entonces, de repente, escucharon un lamento que provenía desde lo alto de la torre. «¡Ayuda! ¡Alguien ayúdenos!» parecía decir una voz distante y dolida. Laura tomó la delantera, subiendo las escaleras de caracol que llevaban a la cima, con sus amigos siguiéndola, inseguros pero determinados. Llegaron hasta la linterna, y allí, entre la luz titilante, vieron figuras difusas flotando en el aire.

«¿Quiénes sois?» -preguntó Tomás, tratando de ocultar su terror. Una de las figuras habló: «Somos los marineros del ‘Estrella del Norte’, nuestro barco fue devorado por el mar hace muchos años. No supimos encontrar la paz y nuestros espíritus quedaron atrapados aquí. Os imploramos, liberadnos.»

«¿Cómo podemos ayudaros?» Valeria no podía creer que estuviera dialogando con fantasmas. La figura espectral que había hablado, explicó: «Debéis encontrar la brújula que pertenecía a nuestro capitán y devolverla al océano.»

La búsqueda de la brújula se convirtió en su siguiente misión. Regresaron a la playa, buscando entre los restos de naufragios hasta que, bajo una roca cubierta de algas y conchas, Laura encontró una brújula antigua. «¡La tenemos!» exclamó, mostrando el objeto a sus amigos. Volvieron al faro esa misma noche, no sin antes consultar al abuelo Don Ramón sobre el paso final.

«Es peligroso» -les advirtió Don Ramón-, «pero confío en vosotros. Recordad, debéis arrojarla al mar en la noche de luna llena.» Por fortuna, no tendrían que esperar mucho, pues esa misma noche el cielo se vestía de plata.

Armados con valor y la brújula, regresaron al faro y subieron de nuevo hasta la cima. Los fantasmas los esperaban. «Lo hemos encontrado» -les dijo Laura, sosteniendo la brújula en alto. «Gracias, niños valientes» -dijo la misma figura espectral-, «ahora, cumplid la última parte de nuestra liberación.»

Laura se encaminó hacia la ventana que daba al océano, y con un profundo respiro, lanzó la brújula en dirección a las olas que rugían bajo la luna. En ese instante, un viento poderoso invadió el faro, apagando la luz por un momento y luego, como por arte de magia, la atmósfera se calmó. Los fantasmas desaparecieron tras una última exclamación de alivio. Las almas habían encontrado su descanso.

Los niños se abrazaron, sintiendo una mezcla de miedo y satisfacción. La aventura había terminado y con ella, el misterio que envolvía al viejo faro. Regresaron a casa, cansados pero felices, sabiendo que habían hecho algo extraordinario.

A la mañana siguiente, el abuelo Don Ramón les felicito por su valentía. «Este faro nunca más será un hogar para espíritus errantes. Habéis traído paz a estos marineros y a nuestra isla.»

Laura, Tomás y Valeria sonrieron, sintiendo que habían aprendido mucho más que lo que los libros podrían enseñarles. «Sí, abuelo» -respondió Laura-, «y hemos aprendido lo importante que es ayudar a los demás, incluso cuando no los comprendemos del todo.»

Desde aquel día, el viejo faro volvió a ser solo eso, un faro que guidaba a los barcos mientras los niños continuaban explorando Malabar, siempre buscando nuevas aventuras, sabiendo que juntos podían enfrentar cualquier cosa.

Moraleja del cuento «El viejo faro y los fantasmas de los marineros desaparecidos»

La valentía y la amistad pueden llevarnos a resolver los misterios más aterradores. No importa cuán grande sea el desafío, ayudar a los demás y trabajar en equipo nos permitirá superar cualquier obstáculo, incluso aquellos que parecen sobrenaturales.

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