Guardiana de los Granos de Arena: La Estrella de Mar que Cuidaba la Playa

Guardiana de los Granos de Arena: La Estrella de Mar que Cuidaba la Playa 1
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Guardiana de los Granos de Arena: La Estrella de Mar que Cuidaba la Playa

En una pequeña ensenada, donde el eco de las olas cantaba melodías nocturnas, vivía una estrella de mar llamada Estelar. Su piel rojiza se camuflaba entre los corales y su espíritu era tan vasto como el océano mismo. Estelar no era una estrella de mar común; se decía que tenía el don de escuchar los susurros de la arena y comprender el lenguaje del mar.

Los habitantes de aquel pedacito de costa, desde el gruñón del cangrejo Carmelo hasta la elegante gaviota Penélope, respetaban a Estelar por su sabiduría y por el cuidado que ella dispensaba hacia la playa, siempre protegiendo cada grano de arena como si guardara un tesoro.

Cierta noche, cuando la luna colgaba baja, tintando de plata las aguas, una sombra surcó el cielo. Era un pelícano llamado Pedro, que traía noticias alarmantes. “¡Estelar, Estelar! ¡Algo extraño ocurre al otro lado de la bahía!”, exclamó, aterrizando con torpeza sobre la orilla.

Estelar, con la curiosidad propia de su especie, se deslizó hacia Pedro. “Cuéntame, amigo pelícano, ¿qué vientos te traen con semejante prisa?” La estrella de mar siempre hablaba con una calma que tranquilizaba a cualquiera, por agitado que estuviera.

“Un brillo antinatural ilumina las aguas. Tememos que sea una señal de que el equilibrio se rompe”, contó Pedro con su pico tembloroso.

Si algo preocupaba a Estelar, era la armonía de su hogar. “Iré a investigar. Mantén la guardia, querido pelícano, por si la bahía necesita de tu valentía”, dijo con una determinación que nacía del más profundo amor por su hogar.

Así comenzó la travesía, un viaje través de corrientes y criaturas, cada una aportando rumor o consejo. Estelar se desplazó, deslizándose sobre la arena como si danzara, con la gracia de quien entiende que cada movimiento en el fondo del mar es poesía.

No tardó en descubrir que la luminiscencia provenía de una fuente inesperada: un conjunto de estrellas de mar como ella, pero estas brillaban con un fulgor artificial, un resplandor que no era natural en seres del océano. “Soy Estelar, guardiana de la ensenada. ¿Quiénes son ustedes y por qué irradian esa luz que perturba la paz de estas aguas?”, interrogó con voz firme pero amistosa.

La más grande de las estrellas recién llegadas, de un azul celeste, se adelantó. “Me llamo Celestina, y estos son mis hermanos. Venimos de un lugar muy lejano, arrastrados por una marea devastadora. Esta luz… no es nuestra elección. Es una maldición que llevamos, lanzada por un brujo de los mares profundos que avivó en nosotros una luz permanente, celoso de nuestra belleza.”

Estelar sintió compasión y solidaridad. “Ayudaré a buscar una solución. Esta ensenada es un santuario de seres que se cuidan mutuamente. No están solos”, prometió Estelar, con un corazón tan grande que incluso el mar parecía estrecho para contenerlo.

Juntos, Estelar y las estrellas extraviadas visitaron al anciano pulpo Octavio, conocedor de los secretos más oscuros del océano. “La única manera de romper la maldición es encontrar la Perla de la Noche, una gema oculta en la Caverna del Olvido”, mencionó Octavio, entintando el agua con palabras de advertencia.

El tiempo era esencial, así que sin dilación, la compañía se sumergió en la búsqueda. Viajaron a través del laberinto de corales, acompañados por los peces linterna que iluminaron su camino en la oscuridad. Estelar, con su increíble percepción, guiaba a los demás con confianza y esperanza.

La Caverna del Olvido era un lugar de belleza y peligro, adornada con brillantes cristales de sal y custodiada por la morena Marina, cuyos ojos relucían como dos luceros perdidos en la penumbra. “¿Quién se atreve a entrar en mi dominio?”, rugió con voz que emanaba desde las entrañas de la tierra.

Estelar, con la valentía que le caracterizaba, se adelantó. “Venimos a buscar la Perla de la Noche para liberar a estas estrellas de una maldición injusta. Te pido, Marina, que nos permitas pasar.”

La morena examinó a los visitantes con meticulosidad. “El mar está lleno de corrientes de avaricia y desdén. No a menudo veo seres movidos por la compasión. Podéis pasar, pero la perla no concede deseos sin algo a cambio.”

Entonces, con una mezcla de temor y expectación, entraron a la caverna y allí, en su centro, reposaba la Perla de la Noche, más oscura que el abismo marino, pero resplandeciente con un poder antiguo e indómito. Estelar entendió lo que debía hacer. Se acercó y susurró, “Yo, Estelar, ofrezco mis colores al mar, para que, a cambio, estas estrellas puedan brillar con su luz verdadera.”

Un silencio lleno de misterio se extendió, y luego, la perla emitió un destello que inundó la caverna. Las estrellas extraviadas sintieron cómo su resplandor se apagaba, volviendo a su estado original. Estelar, por su parte, se desvaneció hasta que fue casi invisible, sus colores entregados al océano.

Celestina y los otros, agradecidos y emocionados, arroparon a Estelar con su calor. La estrella de mar, debilitada, apenas podía sensar la alegría que su sacrificio había creado.

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