La Bella Durmiente
Había una vez, en un reino muy lejano llamado Ventalia, una hermosa princesa llamada Margarita. Su cabello dorado caía en ondas suaves hasta su cintura, y sus ojos azules eran tan profundos como el océano. Desde su nacimiento, Margarita había sido el orgullo de sus padres, el rey Alonso y la reina Isabel. El reino de Ventalia era conocido por su belleza natural: verdes colinas, ríos de aguas cristalinas y bosques repletos de vida.
Margarita no solo era conocida por su belleza, sino también por su carácter bondadoso. Siempre dispuesta a ayudar, solía pasar sus días visitando las aldeas cercanas, escuchando las historias de sus habitantes y solucionando pequeños problemas. Su mejor amiga y confidente era una hada llamada Esperanza, con la que pasaba largas horas en el bosque encantado de Eldoria, hablando de sueños y planes para el futuro.
Un día, mientras Margarita y Esperanza paseaban por los caminos ocultos del bosque, encontraron una cabaña antigua y descuidada. Curiosas, decidieron acercarse. La puerta de madera crujió al abrirla, revelando a una anciana con aspecto destartalado y un tanto siniestro. Margarita, siempre compasiva, se aproximó para ofrecer ayuda.
«Buen día, abuela. ¿Necesitas algo? Podemos traerte comida o madera para el fuego,» dijo Margarita con una sonrisa.
La anciana, con una voz quebradiza, respondió, «Oh, querida, solo soy una pobre mujer que necesita reposo. Pero vuestro ofrecimiento es muy amable. Entra, por favor.»
Margarita dudó por un momento, pero la amabilidad de su corazón prevalecía sobre la desconfianza. Entraron ambas a la cabaña, y la anciana ofreció un té de hierbas, que Margarita aceptó sin vacilar. Esperanza, siendo más cautelosa, observó con desconfianza. Al cabo de unos momentos, el rostro de Margarita se tornó pálido y antes de que pudiese emitir una palabra, cayó en un sueño profundo.
Esperanza, presa del pánico, confrontó a la anciana. «¿Qué le has hecho?» exigió.
La anciana soltó una carcajada, y en un destello, su apariencia cambió, revelando una temida bruja del pasado de Ventalia, llamada Brígida. «Ella permanecerá dormida por cien años, hasta el día en que el verdadero amor la despierte,» dijo Brígida, entre risas. «Es el precio por la desdicha que vuestro reino me ha causado.»
Sin perder un segundo, Esperanza voló de regreso al castillo de Ventalia, en busca del rey y la reina. Con lágrimas en los ojos, les contó lo sucedido. Desesperados, Alonso e Isabel llamaron a todos los magos, sabios y hechiceros del reino, pero nadie parecía tener solución al hechizo de Brígida.
Los años pasaron, y el reino de Ventalia sumido en tristeza por la pérdida de su princesa, vio cómo el castillo se cubría de espinas y maleza; se decía que el lugar estaba maldito. Pero entre las sombras de esa tristeza, Esperanza nunca perdió la fe.
El tiempo transcurrió y las historias de la princesa dormida se convirtieron en leyenda. Cien años después, en un reino vecino, un joven príncipe llamado Alejandro escuchó la historia de la Bella Durmiente. Intrigado, decidió emprender la peligrosa travesía que ningún otro había osado completar. Alejandro era un joven valiente y de buen corazón, conocido por su pericia en la espada y su espíritu aventurero. Sus ojos verdes reflejaban la esperanza de su alma, y su cabello castaño ondeaba con el viento mientras cabalgaba.
Tras atravesar montañas, valles y ríos, Alejandro finalmente llegó al bosque de Eldoria, donde encontró a Esperanza, la hada que aún velaba por Margarita. Ella lo reconoció al instante como el elegido.
«Príncipe Alejandro,» dijo Esperanza, «eres el único que puede salvar a la princesa Margarita. Pero has de saber que el camino será arduo, y deberás demostrar que tu amor es verdadero.»
Alejandro asintió con determinación. Lo que no sabían es que Brígida, la bruja malvada, había previsto la llegada de un príncipe y había multiplicado las trampas y bestias en el castillo para proteger su hechizo. Sin embargo, Alejandro, guiado por Esperanza, avanzó con valentía.
Luchó con dragones de fuego, sorteó encantamientos que intentaban hacerle perder el rumbo, y resistió tentaciones mágicas que intentaban desviarle de su objetivo. Cada prueba fortalecía su resolución y su amor por Margarita, a quien sólo conocía por relatos y retratos.
Finalmente, tras días de batalla y esfuerzo incansable, Alejandro llegó a la torre donde Margarita yacía en su sueño eterno. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando su rostro angelical. Añalando a la amada que nunca había conocido en persona, el príncipe se arrodilló a su lado y, con un suave beso en los labios, quebró el hechizo de cien años.
Margarita abrió lentamente los ojos, deslumbrada por la luz y la figura de Alejandro. «¿Quién eres?» preguntó confundida.
«Soy Alejandro, príncipe del reino vecino. He venido a despertarte, a liberarte de tu maldición,» respondió él con suavidad.
Una sonrisa llena de gratitud y amor brotó de los labios de Margarita. En ese instante, el castillo y todo el reino de Ventalia comenzaron a resurgir de su letargo. Las espinas se convirtieron en flores, los ríos volvieron a fluir con fuerza y los habitantes despertaron de su tristeza.
Tiempo después, Margarita y Alejandro decidieron casarse, uniendo así los dos reinos. La ceremonia fue tan mágica como cabía esperar. Esperanza, con todo el pueblo de Ventalia y del reino vecino, celebraron durante días. Los años siguientes fueron de prosperidad y crecimiento para ambos reinos. La bondad y justicia con la que ambos gobernaron hicieron que todos les recordasen con amor y respeto.
Brígida, tras ver que su hechizo había sido finalmente roto, desapareció en la oscuridad, entendiendo que el amor verdadero siempre vencerá al odio y la malicia. Desde entonces, su nombre se perdió en el olvido, convirtiéndose en una advertencia de lo que el rencor puede destruir.
Moraleja del cuento «La Bella Durmiente»
El amor verdadero tiene la fuerza para romper las barreras más impenetrables y vencer los hechizos más oscuros. La bondad y la valentía, acompañadas de un corazón puro, pueden transformar el sufrimiento en felicidad. Nunca pierdas la esperanza, pues en el momento más inesperado, la luz puede encontrar su camino de regreso.