La biblioteca abandonada y los libros que susurraban historias de miedo
En una pequeña ciudad de España, donde el viento silbaba a través de calles empedradas y las noches se cubrían de un manto de neblina inquietante, se encontraba una biblioteca que había permanecido cerrada durante décadas. A pesar de su fachada de ladrillo rojo y sus amplias ventanas que miraban con ojos vacíos, nadie hablaba de aquel lugar sin sentir un escalofrío trepando por su columna vertebral.
María, una adolescente curiosa de dieciséis años, siempre había sentido una extraña atracción hacia ese edificio. Con una melena larga y oscura que siempre estaba revuelta y unos ojos verdes llenos de intriga, María había oído todas las leyendas contadas sobre la biblioteca abandonada. Un día, acompañada por sus amigos Javier y Sofía, decidió que era hora de descubrir la verdad.
Acompañando a María estaba Javier, un joven alto y robusto, su mejor amigo desde la infancia. Javier, siempre el escéptico, se negaba a creer en las historias de fantasmas y misterios. Y luego estaba Sofía, una chica menuda y de cabello rizado, cuya sonrisa iluminaba cualquier rostro, pero cuyos miedos solían acecharla en cada sombra.
“No entiendo por qué tenemos que ir justo en la noche,” refunfuñó Sofía mientras se acercaban a la puerta de la biblioteca. La luna llena bañaba sus rostros con una luz pálida.
“Es la mejor hora para este tipo de aventuras,” respondió María con una chispa de emoción en sus ojos. “Además, dicen que los libros susurran sus historias por las noches.”
Javier empujó la puerta de madera vieja y chirriante, que se abrió lentamente revelando un interior cubierto de polvo y telarañas. Todos cruzaron el umbral, sus linternas rompiendo la oscuridad silenciosa. Estantes antiguos llenaban las paredes, cada uno cargado de libros desgastados por el tiempo.
“Parece que el tiempo se detuvo aquí,” comentó Javier, explorando con su linterna las titilantes sombras. De repente, un susurro bajo resonó en el aire, parecía venir de todos lados y de ningún lugar a la vez.
“¿Lo oyeron?” murmuró Sofía, apretando el brazo de María. María asintió, avanzando con precaución hacia el área donde creía que el sonido se originaba.
Pasaron estanterías torcidas y muebles cubiertos de polvo hasta llegar a un rincón donde un libro particularmente distintivo descansaba sobre una mesa. Era un volumen voluminoso con una cubierta negra y dorada, cuyas páginas parecían brillar débilmente bajo la luz de sus linternas.
María extendió la mano y levantó el libro. Tan pronto como lo abrió, un viento frío se levantó en la sala y las luces comenzaron a parpadear. Palabras antiguas danzaban en la página, susurrando una historia de ocultismo y traiciones.
“¡Cierra eso!” exclamó Javier, visible pálido por primera vez. “¡Algo no está bien aquí!”
Pero era demasiado tarde, la voz del libro se hizo más alta y más clara, los estantes comenzaron a temblar y de la oscuridad emergieron sombras difusas, figuras etéreas arrastrándose hacia ellos.
“¿Quiénes son y qué quieren?” preguntó Sofía, su voz temblorosa. Las figuras no respondieron, pero sus ojos brillantes y vacíos decían más de lo que cualquier palabra podría. Desesperada, María recordó una línea del libro e hizo lo que cualquiera en su situación haría: comenzó a leer en voz alta, con la esperanza de que la historia contenida terminara esta pesadilla.
“Hijos de la sombra, retornad al refugio del tiempo, donde el día no es noche y la verdad no es mentira,” recitó María. Para su sorpresa, las sombras empezaron a perder forma y a desvanecerse. Lentamente, la oscuridad cedió, y la tranquilidad volvió a impregnar la sala.
“¿Qué fue eso?” preguntó Javier, exhalando aliviado pero todavía sacudido.
“Creo que fueron las almas de autores olvidados, atrapados en sus propias historias,” respondió María con un suspiro de alivio. Cerró con cuidado el libro y lo devolvió a su lugar.
Caminando hacia la salida, los tres amigos sintieron una paz extraña en el aire. Las luces de sus linternas daban un calor inesperado, como si la biblioteca misma ahora respirara con alivio.
De vuelta en la fría noche, se alejaron en silencio, sabiendo que habían cerrado una puerta a lo desconocido pero entendiendo que la curiosidad nunca muere. Y aunque la biblioteca volvería a susurrar sus historias de miedo, María, Javier y Sofía sabían que siempre habría quienes se aventurarían a escuchar.
Tomados de la mano, volvieron a sus vidas cotidianas, llevándose con ellos la certeza de que la valentía y la amistad pueden superar incluso los misterios más oscuros.
Moraleja del cuento «La biblioteca abandonada y los libros que susurraban historias de miedo»
Al enfrentar nuestros miedos con valor y rodeados de amigos, descubrimos que incluso los lugares más inquietantes esconden historias que podemos entender y superar. La verdadera fuerza reside en no rendirse y apoyarse en quienes nos rodean.