Cuento: «La biblioteca de los sueños»

Cuento: "La biblioteca de los sueños" 1

La biblioteca de los sueños

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En la pequeña aldea adormilada por el suave murmullo del río Tálamo, se encontraba una antigua biblioteca, erigida con piedra y madera de cedro, llamada «La biblioteca de los sueños».


Era un lugar mágico, donde los libros parecían respirar y susurrar historias al oído de aquellos que buscaban refugio en su tranquila calidez.

A cargo de este santuario del conocimiento y la fantasía estaba Celio, un hombre de edad indefinida, con una melena blanca que caía como una cascada de plata sobre sus hombros.

Sus ojos, dos esferas profundas y serenas, reflejaban la sabiduría de incontables historias leídas a la luz de la luna.

Tenía una sonrisa perpetua, sutil y acogedora que, acompañada de su voz suave y pausada, convertía cualquier relato en una nana para el alma.

Una noche, mientras la luna colgaba baja y llena en el cielo, emitiendo un fulgor etéreo, Valeria, una viajera cansada, se adentró en la biblioteca.

Con sus cabellos castaños recogidos en un moño bajo, y su mirada cargada de incontables lunas sin descanso, buscaba un escape a su insomnio persistente.

«Buenas noches, viajera», saludó Celio con su voz arropadora, «¿En qué sueño puedo acomodarte esta noche?».

Ella miró a su alrededor, aturdida por la belleza de las altas estanterías y el olor a papel antiguo que colmaba el aire.

Valeria suspiró y dijo, «Anhelo el sueño, aquel que me esquivo como si fuera un delicado ciervo en un bosque de pensamientos agitados».

Celio asintió, y caminó hacia una esquina seccionada por suaves cortinas de terciopelo azul, indicándole que la siguiera.

Detrás de las cortinas, había un espacio acogedor con cojines esparcidos por el suelo y una pequeña mesa de caoba.

Sobre la mesa, descansaba una colección de tomos encuadernados en piel, bajo una luz dorada y tenue emitida por una lámpara antigua.

«Estos son los Relatos de los Sueños Perdidos», explicó Celio, «Historias escritas para mecer al lector hacia un dulce sueño».

Valeria eligió un libro al azar, su portada era de cuero verde con grabados de dorados ríos serpentinos.

Abrió las páginas y comenzó a leer, su voz flotó en el aire, entremezclándose con la ambientación mágica del lugar.

Mientras leía, Celio observaba cómo la tensión se desvanecía de sus hombros, su respiración se tornaba más pausada y un suave parpadeo comenzaba a apoderarse de sus párpados.

Poco a poco, la narración de Valeria se fue quedando en un susurro apenas audible, y luego, como el último destello de una estrella fugaz, se apagó.

Su cabeza descansó sobre uno de los cojines y un sueño plácido y feliz la abrazó. Celio sonrió, su misión había sido cumplida una vez más.

Esa biblioteca no solo albergaba a Valeria esa noche.

Otros personajes, cada uno con su necesidad peculiar, se encontraban repartidos en sus rincones cautivantes.

En una mesa cercana a la gran ventana, ondeaba la suave brisa nocturna, Gilberto, un escritor con bloqueo creativo, hojeaba lentamente un volumen titulado «Las musas del alba».

Con cada página, las ideas empezaban a fluir como agua clara, liberando su mente de las presas de la duda y el cansancio.

Al otro extremo, en una mecedora de madera tallada, una anciana llamada Coral acariciaba las hojas de su libro preferido, «Canciones de cuna para el alma».

La melodía de las palabras meció sus recuerdos, llevándola de vuelta a los días donde su madre, con voz cálida y suave, le arrullaba hasta el sueño.

Un joven llamado Raúl, con los ojos inyectados de estrellas y corazón de poeta, se sentaba en el suelo, rodeado de mapas estelares y volúmenes de astronomía lírica.

Anhelaba viajar por el cosmos en alas del sueño, escapando del zumbido constante de la ciudad que había dejado atrás.

Mientras la noche se desplegaba como un fino velo oscuro, Celio continuaba moviéndose entre sus invitados, acomodando mantas, susurrando palabras alentadoras, y asegurándose de que cada persona encontrara el sosiego en las páginas de los libros que les había otorgado.

Eventualmente, la biblioteca se llenó del sonido sincronizado de la respiración pausada y profunda.

Celio se acomodó en su silla detrás del mostrador, cerró los ojos, y dejó que el aroma dulce de los libros antiguos lo condujera a su propio reino de sueños.

La noche avanzó en silencio, sólo interrumpida ocasionalmente por las suaves chasquidos de la madera al acomodarse o el distante ulular de un búho en vela.

La luna continuó su marcha por el cielo, velando por la biblioteca y sus soñadores habitantes.

Al amanecer, Celio despertó con los primeros rayos de sol filtrándose por las ventanas, bañando la biblioteca en una luz nueva y prometedora.

Valeria despertó casi simultáneamente, sus ojos brillaban con un brillo renovado.

«Gracias», murmuró con una voz que parecía cantar, «He navegado ríos de estrellas y descansado en la luna. Realmente es una biblioteca de sueños».

Celio sonrió, aquella era la gratitud que alimentaba su alma. «Vuelve cuando los sueños te evadan», dijo con calidez.

Y así, la biblioteca continuó siendo un faro de esperanza y descanso, una puerta a mundos oníricos donde cada quien, a su manera, encontraba serenidad y consuelo.

La aldea le otorgó nuevos nombres a través de los años, pero para aquellos que habían experimentado su magia, siempre sería «La biblioteca de los sueños».

Una tras otra, las almas errantes y mentes fatigadas entraron y salieron de sus puertas. Con cada libro que cerraban al terminar, otro capítulo de calma y renovación comenzaba en sus vidas.

Celio, nuestro custodio de relatos y soñador mayor, nos enseñaba que la paz puede encontrarse en una página, en un suspiro, en un momento compartido con las palabras de otros.

Y así, las estanterías de «La biblioteca de los sueños» nunca dejaron de llenarse, al igual que los corazones de aquellos que encontraban alivio entre sus muros.

Los años pasaron, y aunque Celio dejó un día su lugar en el mostrador, la biblioteca permaneció, viviendo y respirando a través de cada generación que descubría y redescubría sus encantos ocultos.

Valeria retornó, esta vez no como una sombra errante del insomnio, sino como la guardiana de aquel espacio mágico.

Su voz, ahora la nana para nuevas almas en busca de sueños, continuaba la tradición de Celio, extendiendo la invitación para sumergirse en el sopor sereno de historias sin final.

La aldea creció alrededor de la biblioteca, así como crecen los árboles alrededor de un viejo y sabio roble. «La biblioteca de los sueños» era su corazón latente, y en noche de luna llena, cuando las aguas del río Tálamo susurraban con mayor intensidad, se decía que se podían escuchar las páginas de libros antiguos voltearse por sí mismas, en un coro suave sinfónico.

Y así, aquellos que alguna vez se consideraron perdidos en la vigilia, encontraron en ese santuario un puerto seguro para zarpar hacia las tierras de Morfeo, guiados por la luz de las palabras y el sonido de una voz que, como un faro, les mostraba el camino a casa.

En «La biblioteca de los sueños», el final de cada historia era solo el comienzo de un sueño, y el principio de un respiro para el alma viajera. Cada susurro entre sus muros, una promesa de paz.

Moraleja del cuento La biblioteca de los sueños

Y descubrimos entonces, que en el silencio sereno de la mente, las palabras pueden ser guías a un descanso merecido. En la suavidad de un cuento, en el susurro de un verso, en la calidez de una historia bien narrada, se esconde la llave a los sueños que renovarán nuestro ser.

Abraham Cuentacuentos.

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