La bruja verde que quería gustar a los niños y niñas
En un remoto bosque de árboles frondosos y hechizos antiguos vivía una bruja peculiar. La conocían como Amelia la Verde. No era una mujer joven, ni tampoco anciana; su piel verdosa reflejaba la naturaleza que tanto amaba. Sus cabellos, largos y oscuros, cayeron como un manto de noche sobre sus hombros. Sin embargo, su aspecto, a menudo, asustaba a los niños y niñas del cercano pueblo de Vallequieto.
Amelia tenía un corazón noble, pero su apariencia y los rumores que había sobre ella lo contradecían. Los padres advertían a sus hijos sobre la bruja que vivía en el bosque, diciendo que se los llevaría si no se portaban bien. Amelia, afectada por estos rumores, vivía en soledad, conversando solo con los animales del bosque, quienes eran sus amigos leales.
Un día, mientras recolectaba hierbas bajo la luz de la luna, escuchó un llanto entre los arbustos. De entre las sombras surgió una niña perdida, Ana, cuyos rizos dorados brillaban como el sol. Sin dudarlo, Amelia se acercó con cautela y le dijo, «No temas, pequeña. Ayudaré a encontrarte el camino de vuelta a casa».
Ana, con sus grandes ojos llenos de lágrimas, observó a la bruja con desconfianza, pero pronto dijo, «Me he perdido y no puedo encontrar a mis padres.» Amelia la tomó de la mano y juntas caminaron bajo la luz de la luna, con el ulular de los búhos acompañando su travesía.
Durante el camino, Amelia le contó historias sobre los árboles parlantes y las estrellas fugaces. Ana, fascinada, olvidó su miedo inicial y, para cuando llegaron a la entrada del pueblo, ya sentía una gran simpatía por la bruja. Amelia esperó a que Ana fuera recibida por sus padres antes de regresar a su morada.
Sin embargo, en el pueblo, los padres de Ana no pudieron evitar preocuparse al escuchar que había sido encontrada por la temida bruja. Se reunieron para discutir el asunto y decidieron enfrentar a Amelia. «No podemos permitir que se acerque a nuestros niños», murmuraban entre ellos.
Amelia, consciente de los sentimientos del pueblo, decidió cambiar su destino. Ideó un plan para demostrarles que sólo quería su bienestar. Con su corazón decidido, comenzó a preparar pociones y hechizos que trajeran prosperidad y salud a Vallequieto.
Una noche de luna llena, los campos del pueblo, áridos y sin vida, fueron tocados por la magia de Amelia. Al amanecer, las cosechas rebosaban de frutos y los animales, antes enfermos, ahora saltaban de alegría. Los padres de los niños comenzaron a sospechar de la intervención de la bruja.
Rodrigo, un joven campesino, cuya madre estaba enferma, se acercó al bosque buscando a Amelia. Cuando la encontró, le dijo, «Mi madre está muy enferma. Sé que puedes ayudarla.» Amelia dejó de lado sus propios miedos y preparó una pócima especial que entregó a Rodrigo.
Tras administrarle la pócima, la madre de Rodrigo mejoró notablemente en pocos días, lo que puso en duda los prejuicios contra la bruja. Aun así, Amelia permanecía en su hogar, esperando el momento adecuado para demostrar sus verdaderas intenciones.
Pasaron las semanas, y el boca a boca en el pueblo hablaba de la bondad de Amelia la Verde. «Si la bruja nos hubiera querido hacer daño, ¿no habría ya hecho algo?», argumentaban algunos. Pero el cambio definitivo vino cuando una extraña maldición cayó sobre el pueblo.
Un terrible hechizo había enfermado a muchos niños. Nadie sabía de dónde provenía, pero el único recurso parecía ser Amelia. Los padres, temerosos pero desesperados, se acercaron al bosque y suplicaron su ayuda.
Amelia salió de entre los árboles y, con una voz suave y serena, les dijo, «Ayudaré a vuestros hijos con una condición: dejadme vivir en paz y visitadme de vez en cuando, sin miedo. Deseo ser parte de vuestra comunidad.» La desesperación les obligó a aceptar.
Preparó un elixir con hierbas medicinales y antiguas palabras de poder. «Esto ayudará, pero también necesitáis creer en la bondad de vuestro corazón,» les dijo mientras entregaba la poción. Y así, los niños fueron curados. La gratitud llenó los corazones de los aldeanos, y desde ese día, las puertas de Amelia estuvieron abiertas para todos.
Los prejuicios desaparecieron, y la bruja verde se convirtió en una amada consejera del pueblo. Los niños que antes temían, ahora corrían hacia ella buscando historias y palabras de sabiduría. Amelia finalmente había encontrado su lugar en el mundo y, a cambio, dio su amor y conocimientos a la comunidad.
Rodeada de risas infantiles y agradecimientos sinceros, Amelia la Verde vivió sus días como deseaba: en paz y rodeada del cariño de aquellos a quienes siempre había querido ayudar.
Moraleja del cuento «La bruja verde que quería gustar a los niños y niñas»
A veces, los prejuicios y los miedos infundados nos impiden ver la verdadera bondad en los demás. Abrir nuestro corazón y tender una mano puede cambiar vidas y llenar nuestras propias almas de amor y gratitud.