La cabaña en la montaña y el misterio del ermitaño desaparecido

La cabaña en la montaña y el misterio del ermitaño desaparecido

La cabaña en la montaña y el misterio del ermitaño desaparecido

En medio de la inmensidad de la Sierra de Gredos, se erigía una cabaña de piedra que los lugareños conocían bien, pero rara vez se atrevían a acercarse. Aquella cabaña albergaba un misterio que nadie lograba resolver: hacía dos décadas, un ermitaño llamado Joaquín había desaparecido sin dejar rastro. Decían que quien pasara una noche en esa cabaña, escucharían susurros extraños y vería sombras inquietantes, razón suficiente para que el lugar quedase deshabitado.

Alberto, un periodista curioso y apasionado por los enigmas paranormales, decidió investigar la historia. Con su grabadora en mano y una mochila llena de provisiones, llamó a la puerta de Eva, una anciana que vivía en el pueblo más cercano y conocía a Joaquín. La mujer, con sus ojos hundidos y cabello tan blanco como la nieve, recibió a Alberto con una mirada recelosa.

“¿Qué te trae por estas tierras, muchacho?”, preguntó Eva sin preámbulos.

“He venido a desentrañar el misterio de la cabaña en la montaña,” respondió él. “¿Puede contarme más sobre Joaquín?”

Eva suspiró profundamente antes de hablar. “Joaquín no era un hombre común. Era ermitaño por elección propia, un hombre culto que buscaba respuestas espirituales. Pero un día, simplemente desapareció. Él siempre decía que los espíritus de la montaña lo habían elegido para una misión. Nadie le creyó hasta que dejamos de verle.”

Alberto escuchó con atención cada palabra de Eva y decidió pasar la noche en la cabaña, a pesar de las advertencias de la anciana. “Ten cuidado, chico,” le dijo Eva mientras él partía, “hay cosas que es mejor no despertar.”

La cabaña se destacaba en el paisaje rocoso, con su techo de pizarra y las ventanas cerradas a cal y canto. El interior estaba sorprendentemente limpio, como si Joaquín hubiera salido un día cualquiera y nunca más regresado. Mientras el sol se ponía, la atmósfera se volvía más densa, y una sensación de frío inexplicable invadió la cabaña.

Alberto encendió una lámpara de aceite y comenzó a revisar las viejas pertenencias de Joaquín. Encontró libros antiguos llenos de anotaciones confusas sobre espiritualidad, criaturas etéreas y puertas a otras dimensiones. La noche avanzaba, y con ella, los susurros. No provenían de un lugar específico, sino que parecían resonar en el aire mismo.

“No estás solo…”, susurraban las voces en un tono apenas audible.

De repente, la lámpara de aceite se apagó, dejando a Alberto sumido en la oscuridad total. Podía sentir el palpitar de su corazón en los oídos, el sudor frío resbalando por su frente. Con manos temblorosas, intentó volver a encender la lámpara, pero cada movimiento parecía atraer más los susurros.

“¿Quién anda ahí?”, gritó Alberto, su voz quebrada por el miedo.

En respuesta, una sombra oscura se materializó en una esquina de la cabaña. La figura era amorfa al principio, pero poco a poco tomó la forma de un hombre: Joaquín. “¿Por qué has venido?”, preguntó la figura con una voz que resonaba en la mente de Alberto más que en sus oídos.

“Quiero saber qué te pasó,” respondió Alberto con una voz baja, casi derrotada.

“Estoy aquí para proteger la entrada,” dijo Joaquín, señalando un rincón de la cabaña donde Alberto nunca había mirado antes. Al examinar más de cerca, vio un extraño círculo dibujado en el suelo con símbolos arcanos y rocas que parecían brillar con una luz propia.

En ese momento, una urgente revelación se apoderó de Alberto: Joaquín había estado protegiendo al mundo de una entidad que habitaba en esa dimensión. El ermitaño había hecho un sacrificio, atando su propia alma para cerrar la puerta que conectaba su mundo con el nuestro.

“Si no cierras el círculo, la criatura será libre,” advirtió Joaquín. La cabaña comenzó a temblar, y los susurros se convirtieron en gritos ensordecedores. Alberto se apresuró a completar el círculo roto, dibujando los símbolos exactamente como los había encontrado en los diarios de Joaquín.

Cuando el último símbolo fue trazado, todo quedó en silencio. La figura de Joaquín comenzó a desvanecerse, pero antes de desaparecer completamente, dirigió una última mirada agradecida a Alberto. “Gracias,” susurró, y se convirtió en una neblina etérea que se desvaneció en el aire.

Con el círculo completo y la cabaña en paz, Alberto se desplomó sobre el suelo. Sentía un agotamiento profundo, pero también un alivio inmenso. Había desentrañado el misterio y, de alguna manera, ayudado a cerrar un portal que nunca debió abrirse. Al amanecer, recogió sus cosas y dejó la montaña, sabiendo que había vivido una experiencia que nunca podría escribir completamente .

Volvió al pueblo y contó su experiencia a Eva, quien lo escuchó con lágrimas en los ojos. “Has liberado a Joaquín,” susurró. “Y has logrado que su sacrificio no fuera en vano.”

Moraleja del cuento “La cabaña en la montaña y el misterio del ermitaño desaparecido”

El cuento nos enseña que el valor y la curiosidad pueden llevarnos a descubrir verdades ocultas y proteger aquello que desconocemos a través del sacrificio de otros. A veces, enfrentarnos a lo desconocido no solo nos trae respuestas, sino que también rinde honor a aquellos que caminaron ese sendero antes que nosotros.

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