Cuento de Navidad: La capa de nieve que cobijaba sueños

Cuento de Navidad: La capa de nieve que cobijaba sueños 1

La capa de nieve que cobijaba sueños

En la pequeña aldea de Valnevado, los copos de nieve comenzaban a tejer un manto prístino que cubría cada rincón, haciendo que el tiempo pareciera detenerse.

Los niños, con mejillas sonrosadas y ojos iluminados por la emoción, dejaban surcos con sus trineos, acariciando la nieve que aún conservaba el secreto del invierno.

En la plazoleta, el abuelo de la villa, Don Gaspar, con su espeso bigote plateado y su mirada cargada de historias, relataba con voz temblorosa cuentos de otros diciembres.

Era un hombre alto y robusto, pero con una ternura que desarmaba a cualquiera que cruzara su camino.

«En cada copo de nieve hay un sueño por cumplir», decía a los pequeños que le escuchaban absortos. «Solo tenéis que creer en ellos».

Clara, una niña de cabellos tan dorados como los últimos rayos del sol y ojos tan profundos como la noche polar, tomaba cada palabra del abuelo como una verdad inquebrantable.

Su corazón, tan puro y valiente, albergaba un sueño que parecía tan inalcanzable como las estrellas: quería que su padre, navegante de mares y océanos, regresara a casa para Navidad.

Mientras tanto, en el bosque que abrazaba Valnevado, Noel, un joven leñador de manos callosas y sonrisa cálida, cortaba leña para las largas noches venideras.

Él desconocía que su destino estaba a punto de entrelazarse con los hilos de un sueño ajeno.

Noel, cuyo corazón era tan grande como su figura corpulenta e imponente, arrastraba un pasado solitario, pero su espíritu benévolo le impulsaba a soñar con encontrar un verdadero hogar.

La noche de Navidad se acercaba y Clara, envuelta en su abriguito de terciopelo azul, salía cada noche a depositar una vela en la ventana, guiando el camino a su padre.

Sus suspiros se mezclaban con el vaho que se escapaba de sus labios, dibujando promesas en el aire frío.

La aldea se preparaba para la gran celebración, adornando cada casa con guirnaldas de acebo y luces destellantes.

El aroma a canela y pino se mezclaba en una danza que anunciaba la fiesta del amor y la esperanza.

Don Gaspar, que era el encargado de colocar la estrella en la cima del enorme abeto en el centro de la plaza, confió un secreto a Clara: «La estrella de Navidad tiene el poder de hacer que los sueños se vuelvan realidad».

Un villancico en la lejanía unió las almas de la villa y Noel, que había acudido al pueblo con un árbol que había cuidado durante años, se sintió parte de una familia que nunca había tenido.

Allí, junto a la fuente helada, sus miradas se encontraron.

Clara, con la inocencia de una niña que aún cree en la magia, le compartió su deseo a Noel, y él, conmovido por la dulzura y fe de la pequeña, decidió acompañarla en su anhelo.

Los días pasaban y la figura de un barco adornando el horizonte no aparecía. Clara empezó a flaquear, pero Noel, con su voz firme y esperanzadora, la mantenía a flote: «La fe mueve montañas, pequeña Clara».

La víspera de Navidad llegó y con ella un milagro.

Un desconocido, envuelto en un viejo abrigo marinero, se aproximó a Valnevado.

La sorpresa iluminó el rostro de Clara al reconocer a su padre, cuyos ojos eran espejo del océano que había atravesado para cumplir su promesa navideña.

Las risas y las lágrimas de un reencuentro tan anhelado resonaron en cada rincón del pueblo.

Noel, observando la escena desde la sombra de los pinos, se descubría sonriendo.

La aldea celebró esa noche una fiesta inigualable.

La alegría colmaba el aire, y bajo el abeto, Don Gaspar cumplió su promesa, izando la última estrella.

Clara, con su familia al fin completa, buscó con la mirada a Noel y lo encontró.

Con un pequeño gesto, lo invitó a unirse. Él, con una mezcla de asombro y gratitud, dio los pasos que le separaban de un nuevo comienzo.

La capa de nieve que cobijaba los sueños de Clara y Noel esa Navidad, se había convertido en el escenario donde sus deseos más profundos se hicieron realidad.

Y mientras Valnevado dormía bajo el manto estrellado, los corazones de todos los habitantes latían al unísono, tejidos por el espíritu de la Navidad, que recordaba que los sueños, por muy lejanos que parezcan, siempre pueden cobijar la magia de hacerse realidad.

Moraleja del cuento La capa de nieve que cobijaba sueños

La Navidad es tejedora de milagros y reuniones; un tiempo donde los sueños y anhelos, por difusos o distantes que se vislumbren, pueden convertirse en la más cálida de las realidades.

Por eso, incluso la más tenue de las esperanzas no debe perderse, pues con fe y unidad, la magia de estas fechas puede cobijar y cumplir los deseos más verdaderos del corazón.

Abraham Cuentacuentos.

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