La casa de los recuerdos perdidos y Halloween
Era una noche oscura en el pueblo de Villanueva del Sol, donde el viento aullaba como un lobo hambriento buscando compañía. Los árboles, despojados de sus hojas, parecían sombras que danzaban con cada ráfaga de viento, creando un escenario digno de una película de terror. Pero en este pequeño y pintoresco lugar, el miedo y la alegría de Halloween se entrelazaban en un abrazo inesperado.
A medida que la noche se acercaba, los habitantes del pueblo se preparaban para la festividad. Desde niños disfrazados de fantasmas con sábanas blancas arrugadas, hasta adultos que se atrevían a descender al abismo de lo macabro con trajes de vampiros y zombis. Sin embargo,la atención se centraba en una casa antigua que había permanecido deshabitada durante años: la casa de los Pérez, un lugar envuelto en misterio y leyendas urbanas que despertaban más curiosidad que temor.
Lucía, una mujer de 35 años con una melena rizada y un espíritu inquieto, era conocida en el pueblo por su insaciable curiosidad y su pasión por lo desconocido. Esa misma noche, con la luna llena brillando intensamente, reunió a sus amigos: Marcos, un escritor con una debilidad por la oscuridad; Laura, una artista que veía el mundo a través de un prisma de colores; y Santiago, un cinéfilo que tenía una risa contagiosa, capaz de iluminar hasta el día más nublado.
“¿No creen que deberíamos entrar en la casa de los Pérez? Dicen que está llena de los recuerdos de quienes vivieron allí. ¡Podríamos encontrar algo increíble!” exclamó Lucía, mientras giraba su linterna, iluminando sus caras con una luz temblorosa.
Marcos, con sus cejas arqueadas y una mueca divertida, contestó: “¿Y si encontramos algo más que recuerdos? Quizás nos encontremos con el espíritu de algún viejo Pérez que no supo que estaba muerto”.
“¡Vamos, Marcos! Eso es solo una leyenda”, retó Laura, mientras jugueteaba con su trenza nerviosamente. Ella creía en lo sobrenatural, pero su amor por el arte y la creación siempre la mantenía enraizada en la realidad.
“¿Y si hacemos una exposición de arte sobre lo que encontremos? ¡Podríamos hacer algo realmente espectacular!” sugirió Laura, siempre buscando inspiración en lo inesperado.
Santiago, sentado en un tronco caído, se rió a carcajadas. “¿Y si lo que encontramos es un diario lleno de secretos oscuros? Podríamos escribir la mejor película de terror de la historia».
Finalmente, la curiosidad dominó, y los cuatro se encaminaron hacia la casa, con el sonido de sus pasos resonando en las hojas secas. La casa de los Pérez, con sus paredes desgastadas y su jardín cubierto de yuyos, parecía observarlos con ojos vacíos. A medida que traspasaban la puerta chirriante, un escalofrío recorrió la espalda de todos.
“Esto es más aterrador de lo que imaginé”, murmuró Lucía, intentando ocultar su inquietud.
La entrada de la casa estaba adornada con polvo y telarañas, como si el tiempo se hubiera detenido. Un viejo candelabro colgaba del techo, lanzando sombras distorsionadas que hacían que las paredes parecieran cobrar vida. Mientras avanzaban por el pasillo, el suelo crujía bajo sus pies, como si los recuerdos ocultos en la madera quisieran advertirles de lo que estaban a punto de descubrir.
“¿Escuchan eso?” preguntó Santiago, parando de golpe.
“¿Qué? ¿El ladrido de un perro?” espetó Marcos, buscando en sus bolsillos algo con qué reforzar su valentía.
“No, algo más… como susurros”, respondió Santiago, frunciendo el ceño.
Y, efectivamente, en un rincón de la sala, un leve murmullo quedó atrapado en el aire, como si las almas de los antiguos inquilinos estuvieran compartiendo secretos. “¿Qué será?” preguntó Lucía, su voz temblando con una mezcla de emoción y temor.
“Tal vez un libro o un diario”, sugirió Marcos, entusiasmándose con la idea de que tal vez los recuerdos los llevaran a una revelación.
Se dirigieron hacia una vieja biblioteca llena de polvo, donde los libros parecían estar dormidos. Entre los volúmenes desgastados, un diario en cubierta de cuero negro y amarillento atraía su atención. Santiago se agachó, lo tomó con delicadeza y lo abrió.
“Escuchen esto: ‘El amor a veces puede atrapar a los vivos en un ciclo sin fin’”, leyó. La frase retumbó en la habitación, y todos se miraron, intrigados.
“Suena como el inicio de una trama de película de horror, pero con un toque romántico. ¿No creen?” bromeó Santiago.
Mientras pasaban las páginas, las palabras se iban entrelazando con un relato de amor perdido y traiciones pasadas, aquellos ecos del destino que jamás pudieron completar. Al parecer, los Pérez habían sido una familia emprendedora, pero sus desgracias los condenaron a un final trágico.
“¿Deberíamos llevarlo?” preguntó Lucía, ansiosa por prolongar el misterio.
“¡No! ¡Debemos dejarlo aquí! No voy a ser la responsable de maldecir nuestra noche de Halloween”, exclamó Laura, sus ojos dilatados por la mezcla de miedo e ilusión.
Pero Lucía, impulsada por su curiosidad, no pudo resistir y escondió el diario en su chaqueta. Sin embargo, en ese momento, un fuerte estruendo resonó por toda la casa.
“¡Corred!” gritó Marcos, mientras un trapo de telaraña se deslizaba por su cara. En su apresurada huida, se sintieron perseguidos por una presencia que no podían ver, pero que se hacía sentir con cada crujido de la casa. Como si el lugar se haya dado cuenta de que no estaban allí solo para mirar.
La puerta de entrada se cerró de golpe y, sin quererlo, se encontraron en un pasillo que jamás habrían explorado. Allí, las paredes estaban cubiertas de retratos de los Pérez, sus ojos vacíos los observaban como si intentaran contarles una historia.
“Esto es una locura”, susurró Laura, sacudiendo la cabeza. “Deberíamos salir de aquí”.
En ese instante, algunos retratos se cayeron, revelando pequeños compartimentos con cartas y objetos antiguos que hablaban de momentos felices, promesas incumplidas y sueños perdidos. Los amigos comenzaron a abrirlos, y cada objeto parecía contar una historia.
“¿Ves? Esto es lo que queríamos encontrar”, dijo Lucía, emocionada al sostener un anillo de compromiso. “Quizás podamos ayudar a que algún alma en pena encuentre paz”.
Cuando revisaron el diario nuevamente, descubrieron que sus páginas estaban llenas de historias no contadas sobre cada objeto, que hablaban de amores, amistades y de cómo el tiempo había sido un ladrón implacable.
“Quizás si reconciliamos esos recuerdos, podremos salir de este lugar”, sugirió Marcos, levantando la mirada hacia sus amigos.
Se sentaron en el suelo, formando un círculo, mientras comenzaban a leer cada carta y a compartir las historias de sus propias vidas. La risa intercalada con lágrimas se volvió una sinfonía en la sombría sala. Compartieron secretos, anécdotas y esas memorias que cada uno había guardado, figuras de un pasado que todos llevaban consigo. Y el espacio, pinchado por los ecos de las desgracias, fue poco a poco llenándose de luz y esperanza.
“Esto es lo que se necesita para sanar… todo empieza desde dentro y se expande hacia afuera”, reflexionó Laura, sonriendo.
Después de muchas historias compartidas y risas cómplices, el ambiente cambió. Una suave brisa les acarició la piel, como si la casa, en su infinita tristeza, se sintiera agradecida por el regalo de la compañía. La puerta, que antes había sido un obstáculo, se abrió de par en par, revelando la fresca noche de Halloween iluminada por la luna.
“Creo que hemos hecho lo correcto”, dijo Lucía, mientras miraba hacia atrás, sintiendo que había dejado atrás más que un antiguo diario. Había honrado a quienes habían perdido.
Salieron de la casa luciendo más que disfrazados: habían sido partícipes de algo más grande. La vida es una colección de recuerdos, buenos y malos, pero siempre es posible encontrar un rayo de luz.
En el camino, la risa estalló cuando Santiago, ya fuera de peligro, hizo un exaltado comentario sobre la posible trama de una película. “Con un final feliz, claro. Pero no puedo decidir si debería ser una comedia romántica o un thriller… ¿Qué opinan?”
“¡Ambas!”, gritaron al unísono Lucía, Laura y Marcos, antes de entonar risas que reverberaron en la noche como una melodía liberadora.
Y así, con el corazón ligero y la compañía reconfortante, seguían su camino, recordando que algunas historias nunca deberían ser olvidadas, y que Halloween, solo era una excusa más para compartir el amor y los recuerdos vividos. Aquella casa, que había guardado secretos, terminó por convertirse en un lugar donde su amistad fue renovada.
Moraleja del cuento «La casa de los recuerdos perdidos y Halloween»
Las historias compartidas son puentes que nos conectan más allá del tiempo, recordándonos que cada recuerdo, por doloroso que sea, nos acerca a quienes realmente somos y a los que elegimos tener a nuestro lado. A veces, enfrentar el pasado es el primer paso para abrirse a un futuro lleno de posibilidades.