La casa de los siete tejados

La casa de los siete tejados

La casa de los siete tejados

En el corazón del antiguo pueblo de Valle Oscuro, una misteriosa neblina crecía al caer la tarde. La gente del lugar evitaba una vieja mansión situada en una colina, conocida por todos como La casa de los siete tejados. Mabel, una joven intrépida de cabello caoba y mirada inquisitiva, acababa de mudarse con su familia a esta enigmática localidad. Desde su llegada, había sentido una extraña atracción por el imponente caserón abandonado que yacía en la colina.

Una tarde neblinosa, Mabel decidió acercarse a la casa, atraída por la curiosidad y una corazonada inexplicable. Mientras se acercaba, notó el crujido de las hojas secas bajo sus pies y el silbido del viento que parecía murmurar secretos. La casa de los siete tejados, con su fachada desgastada por el tiempo y las enredaderas aferrándose a sus muros, emanaba una atmósfera tanto aterradora como fascinante.

Al llegar a la entrada, Mabel empujó la puerta desvencijada, que se abrió con un gemido lastimero. El interior, oscuro y polvoriento, estaba decorado con muebles antiguos cubiertos por sábanas que alguna vez fueron blancas. Una lámpara de araña, chandelier ya en desuso, aún colgaba sobre el vestíbulo, y las paredes estaban repletas de retratos de personas con miradas sombrías y trajes de otra época. Sin embargo, Mabel no pudo dejar de notar la hermosa artesanía de una escalera de caracol que subía hacia los pisos superiores.

«Luz enciérrese», susurró a modo de juego, encendiendo una vieja linterna de aceite que había encontrado entre los pertrechos de la entrada.

Mientras avanzaba por la casa, Mabel escuchó pasos apresurados detrás de ella. Se volteó rápidamente, pero no vio a nadie. Su corazón latía con fuerza, y una sensación de inquietud comenzó a roerle. Sin embargo, su espíritu curioso la impulsó a seguir explorando. Subió por la escalera de caracol y llegó al segundo piso, donde encontró un largo pasillo con puertas de madera oscura a ambos lados.

Una de las puertas entreabiertas reveló una habitación que alguna vez habría sido una biblioteca. La joven pasó la linterna por las estanterías llenas de libros polvorientos y fue en ese momento cuando notó algo inusual. Sobre la chimenea, un viejo diario de tapas gastadas reposaba en la repisa. Lo tomó con manos temblorosas y, al abrirlo, encontró escritos amarillentos de lo que parecía ser el diario de una niña.

«27 de septiembre, 1930. Hoy mamá ha salido nuevamente a buscar ayuda, papá no ha regresado, y la sombra cada vez se hace más grande en los rincones…»

—Parece que alguien más estuvo aquí antes que yo— murmuró Mabel, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

De pronto, el sonido de una melodía lejana, como el tañido de un viejo piano, resonó en la mansión. Dejó el diario y salió corriendo hacia el pasillo, guiada por la música. Llegó a una sala de música donde un piano de cola cubierto de polvo, con una rosa marchita sobre su tapa, tocaba solo una pieza melancólica. En ese instante, una figura espectral apareció delante de ella.

—¡Quién eres tú!— exclamó Mabel intentando que su voz no delatara el miedo que sentía.

—Me llamo Isabel— respondió la figura con voz quebrada y ojos vacíos—. Viví aquí hace muchos años, pero nunca pude salir. Mi familia y yo quedamos atrapados por una maldición…

De repente, la figura comenzó a desvanecerse y la sala quedaba en completo silencio de nuevo. Mabel trató de ordenar sus pensamientos y decidió que, para ayudar a Isabel y su familia, debía continuar explorando la casa. Se dirigió al ático, un lugar enmarañado de telas de araña y baúles olvidados que ocultaban tesoros y secretos de otro siglo.

Entre los baúles encontró un espejo antiguo, ennegrecido por el tiempo, que reflejaba una habitación diferente a la que ella estaba. Al tocarlo, Mabel fue absorbida a un escenario del pasado. Un vestíbulo de aspecto prístino y brillante, lleno de vida y risas.

Observó con asombro a una familia feliz, los padres y su hija rodeada de juguetes. Algo en la atmósfera empezó a cambiar abruptamente cuando una sombra siniestra invadió el lugar. El padre tomó una cruz antigua y recitó en latín, pero fue inútil. La sombra devoró la luz, el tiempo se detuvo, y todos quedaron atrapados en una cicatriz temporal.

Despierta de la visión, Mabel cayó de rodillas y reflexionó sobre cómo liberar a esta familia. Regresó a la biblioteca y revisó el diario con atención. Cada entrada contenía pistas, acertijos que relataban cómo romper la maldición. “Debes encontrar la piedra de luna”, decía la última entrada.

Volvió al ático y removió un viejo retrato. Descubrió un compartimiento secreto que contenía una piedra luminiscente, esa debía ser la piedra de luna. Con la piedra en sus manos, se dirigió a la sala de música, ahora sumida en oscuridad y silencio.

—Isabel, tengo la piedra— llamó Mabel al aire vacío.

La figura espectral reapareció, aunque más desvanecida que antes, estirando una mano etérea hacia ella.

—Coloca la piedra en el piano y toca la melodía de mi infancia— pidió Isabel.

Mabel obedeció y, con la piedra sobre el piano, comenzó a tocar una canción que resonaba en su memoria. La melodía se transformó en una luz brillante que llenó la sala. La figura de Isabel se iluminó y su expresión pasó de angustiada a pacífica mientras comenzaban a esfumarse las sombras del lugar.

La casa de los siete tejados recuperó con rapidez su esplendor. La maldición que la apresaba se desvaneció, permitiendo que las almas en pena encontraran su descanso.

Mabel abandonó la mansión con una sensación de alivio y satisfacción. La neblina se dispersó y Valle Oscuro emergió, más brillante y con una nueva energía. La historia de la niña valiente que rompió la maldición se convirtió en un relato que generaciones venideras contarían junto al fuego.

Los días pasaron y Valle Oscuro volvió a su bullicio cotidiano. Mabel, ahora considerada una heroína, caminaba por las calles con una familiaridad renovada. Había vivido una experiencia que transformó su vida y la de muchos aldeanos. Los habitantes del pueblo, antes recelosos y temerosos, eran ahora amables y generosos, reiteradamente agradecidos por haberles devuelto la paz.

Mabel recibió una carta un día, entregada por un hombre mayor con barba blanca y profunda mirada azul. La carta estaba sellada con un emblema antiguo. Al abrirla, leyó en una caligrafía elegante: «Gracias por liberar a mi familia. Tu valentía ha devuelto la luz a nuestros corazones. Con gratitud eterna, Isabel.»

Cada atardecer, al mirar la colina donde la casa de los siete tejados reinaba, Mabel sonreía recordando las aventuras que allí vivió. Aunque la mansión volvió a estar habitada por las alegres voces de los nuevos moradores, la historia de la familia atrapada en el tiempo nunca fue olvidada.

Un viento susurrante se llevó la última hoja otoñal, mientras el sol se desplegaba sobre Valle Oscuro, presagiando un futuro lleno de promesas y redención.

Moraleja del cuento «La casa de los siete tejados»

La valentía y la curiosidad pueden desentrañar los misterios más oscuros y liberar incluso las almas más atormentadas. A veces, enfrentar nuestros miedos y seguir nuestro corazón puede traer luz a los rincones más sombríos del pasado. Recuerda que dentro de cada historia terrorífica puede esconderse un destello de esperanza y redención.

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