La cuna del arcoíris
En la aldea de azahares y brisas suaves, había una cuna tallada en madera de cerezo, que resplandecía como si hubiera sido tocada por el propio arcoíris.
Esta cuna pertenecía al pequeño Tomás, cuyos ojos claros reflejaban la tranquila luz de las estrellas, y cuyo sueño era custodiado por la serena luna.
Una noche, el viento trajo consigo misteriosas melodías que acariciaban las hojas de los árboles y los dulces sueños de Tomás.
Se tejían con notas de dulzura, como si una flauta invisible murmurara nana tras nana.
El primer evento ocurrió cuando la Señora Luna, al ver la paz que reinaba en el rostro durmiente de Tomás, decidió hacerle un regalo.
Con un hilo de luz plateada, comenzó a bordar sueños en el aire, sueños que se posaron delicados sobre su frente.
Tomás sonrió en su sueño y la Señora Luna sonrió con él.
—Dulces sueños sean los tuyos, pequeño amado de estrellas —susurró ella.
—Gracias, Señora Luna —respondió una voz suave que venía de la cuna.
El segundo evento fue cuando las estrellas, no queriendo ser menos que la Luna, comenzaron a titilar más fuerte, coordinando sus luces para tejer una manta de estrellas que cubriera el cielo nocturno.
Las estrellas se inclinaban en un baile lento y armonioso, envolviendo la noche en un manto de tranquilidad y esplendor. Cada una de ellas enviaba un beso de luz al pequeño Tomás.
El tercer evento lo protagonizó un lejano búho llamado Ulises, conocido por su sabiduría y su vuelo silencioso.
Ulises observaba desde su rama favorita el espectáculo nocturno y decidió agregar su propia serenata a la calma de la noche.
—Quién podría imaginar, que este pequeño ser pueda unirnos de tal manera —musitaba el búho.
—Cada noche, cada estrella, cada susurro del viento nos recuerda que en la inocencia de un niño, reposa el corazón del mundo —contestó el viento que pasaba por allí, elevando las palabras de Ulises hasta la cuna de Tomás.
El cuarto evento sucedió cuando los sueños de Tomás tomaron forma.
Surgieron animales hechos de nubes y estrellas que jugaban con él en un paisaje onírico, donde la gravedad era un concepto lejano y la felicidad era tan natural como respirar.
—Ven, pequeño Tomás, danza con nosotros entre las nubes —dijo una jirafa estelar extendiendo una de sus largas patas hechas de constelaciones.
—Con gusto, amables criaturas —respondió Tomás, acogido en el abrazo de un mundo de ensueño.
Y así, cada noche, Tomás vivía experiencias maravillosas y aprendía del mundo aunque sus ojitos estuvieran cerrados.
La danza de las estrellas, las canciones del viento y los cuentos de Ulises se sumaban a los hilos de sueños que ya adornaban su cuna.
El quinto evento fue cuando todos los personajes de sus sueños se reunieron en asamblea.
En esa asamblea, llegaron a una conclusión: el amor que sentían por el pequeño era tan grande que necesitaban dárselo a conocer.
—¿Cómo haremos llegar a Tomás nuestro amor? —preguntó una nube con forma de oso.
—Lo impregnaremos en los hilos de la luz de luna y las estrellas —propuso una estrella fugaz, brillando con especial emoción.
Así fue como cada noche, cada personaje, cada elemento del cielo y el viento acordaron entregar un poco de su esencia en aquel saludo nocturno, que envolvía la cuna del pequeño Tomás.
El sexto evento fue cuando Mariana, la madre de Tomás, al percibir toda esta magia, comenzó a tejer una manta con los colores del arcoíris para envolver el cuerpo de Tomás mientras su alma danzaba en los sueños.
Las puntadas de Mariana estaban repletas de amor y promesas de protección, y cada hilo se tornaba vivo al contacto con los hilos de los sueños.
—Que esta manta sea tu escudo y tu consuelo, mi pequeño —susurró Mariana, besando la frente de Tomás con la ternura que solo una madre puede ofrecer.
El séptimo y último evento ocurrió cuando el propio Tomás, en su inocencia, agradeció a todos por los regalos y la paz que le brindaban cada noche.
—Gracias, estrellas; gracias, viento; gracias, seres de mis sueños. Gracias, mamá, por esta cuna donde descanso y sueño —dijo Tomás con su voz dulce y melódica.
Y así, las noches de la aldea de azahares continuaron en serenidad, y la cuna de Tomás ya no era sólo una cuna, sino un lugar donde la magia del sueño y el cielo se unían.
Mariana observaba cada noche la sonrisa de su bebé durmiendo y sabía que los sueños de Tomás estaban llenos de aventuras bellas y tranquilas.
Cada personaje de sus sueños se regocijaba en la felicidad silente de haber contribuido a esa paz y todos, en la unión de sus esencias, habían creado algo más grande que ellos mismos: un amor inmenso y un placentero descanso para el pequeño Tomás.
Moraleja del cuento La Cuna del Arcoíris
En el amparo suave de la noche, el amor de los que nos rodean teje una cuna de sueños que nos resguarda.
Así, cada ser, en su pequeña aportación al mundo, crea un tapiz de seguridad y cariño que abraza el alma de los más inocentes.
Y es que en la suma de pequeñas bondades reside la verdadera magia que acuna nuestros sueños hacia una tranquila y dulce morada.
Abraham Cuentacuentos.