La fiesta de los monstruos el día de Halloween

La fiesta de los monstruos el día de Halloween

La fiesta de los monstruos el día de Halloween

Era una noche oscura y tempestosa en el pequeño pueblo de Villa Esperanza. Las estrellas parecían haber hecho una tregua y la luna, aunque llena, se escondía tras nubes grises que la hacían lucir un tanto desamparada. Los ladridos de los perros resonaban en la penumbra mientras las sombras danzaban entre los árboles, creando figuras que podrían asustar incluso al más valiente.

Un grupo de adolescentes se había propuesto celebrar Halloween de manera inolvidable. En el centro del bullicio se encontraba Javier, un chico de pelo desordenado y ojos chispeantes, conocido por su humor y su ingenio. Sus amigos, Elena y Lucas, lo miraban con escepticismo. Elena, con su cabello castaño y rizado, era la voz de la razón del grupo. Lucas, por otro lado, era el más atrevido de los tres; siempre llevaba consigo una cámara a la que consideraba su mejor amiga.

“¿Estás seguro de que la vieja mansión de los Martínez es el lugar indicado?”, preguntó Elena, con una mezcla de preocupación y curiosidad en sus ojos claros.

“Vamos”, respondió Javier, haciendo un gesto. “Es Halloween, ¡el momento perfecto para explorar lo desconocido! Además, se dice que está encantada. Piensa en las historias que podremos contar”.

Lucas, ajustándose la cámara al cuello, sonrió. “Yo solo espero capturar algo sobrenatural. Sería un gran video para el canal”.

Así que, con una mezcla de emoción y nerviosismo, los tres amigos se dirigieron a la mansión. Al llegar, el viento arreció y la puerta rechinó como si hubiera estado esperando su llegada. La mansión era un espectáculo tenebroso; su fachada estaba cubierta de enredaderas y ventanas derrumbadas, que se asomaban como ojos vacíos.

“No sé por qué me dejé convencer”, se quejó Elena, aunque el brillo de la aventura podía palparse en su voz.

“Porque eres valiente”, dijo Javier, amistosamente, dándole un pequeño empujón. “Y lo sabes”.

Una vez dentro, la oscuridad envolvió a los amigos como un manto. Las sombras parecían jugarles trucos, pero todos los valientes que se encontraban allí tomaron un respiro hondo. La linterna de Lucas iluminaba el camino mientras exploraban los pasillos llenos de telarañas. Era un laberinto de habitaciones vacías y muebles cubiertos de polvo, donde cada crujido del suelo hacía eco en la atmósfera tensa.

A medida que avanzaron, descubrieron un antiguo salón decorado con un descompuesto candelabro que apenas sostenía algunas velas. Luces y sombras titilaban a su alrededor, transformándolo en un escenario ideal para cualquier película de terror.

“¿Ves? Este lugar es perfecto”, dijo Javert en voz baja, como si estuviera convencido de que el resto de mortales deberían compartir su entusiasmo. “Imagina un ritual de Halloween aquí”.

Elena no estaba tan segura. “¿Y si los espíritus de los Martínez vienen a aterrorizarnos?” protestó, tratando de hacer una broma para ocultar su inquietud.

“¡Los espíritus no existen!” exclamó Javier de manera exagerada. “Si claro, como si fueran a aparecerse en este momento. Vamos, ¿quién es el más valiente de nosotros tres?”.

De repente, un estruendo resonó detrás de ellos, seguido de un grito ahogado. Se giraron rápidamente hacia la fuente del sonido, y ahí estaba, un pequeño gato negro que había derribado un viejo estante. Los tres soltaron un suspiro colectivo de alivio, pero sus risas se convirtieron rápidamente en silencio cuando algo negro pasó corriendo a su lado.

“¿Qué fue eso?” preguntó Lucas, histriónico, enfocando su cámara en la dirección que había pasado la sombra.

No había respuesta, así que decidieron seguir aquel susurro oscuro que los llamaba. Comenzaron a caminar más despacio, sintiendo el escalofrío en sus espaldas. Las paredes estaban adornadas con fotos antiguas de la familia Martínez; parecía que aquellos ojos inquietantes los observaban.

De pronto, un torbellino de ruidos llenó el aire y en un instante, la linterna se apagó. Un instante fue suficiente para paralizarlos. “¿Qué vamos a hacer?” gritó Elena, mientras buscaban a tientas algo que pudiera iluminar la oscuridad.

“Es solo un apagón”, tranquilizó Javier. “Yo, yo tengo mi teléfono. ¡Voy a encenderla!”.

Mientras Javier encendía su linterna, un estruendo más fuerte resonó y la imponente figura de una mujer apareció ante ellos. Llevaba un vestido viejo, con un aire nostálgico y una expresión desencajada, como si estuviera atrapada entre dos mundos.

“¡Salid de aquí!” su voz resonó en la oscuridad, como un eco que venía de tiempos lejanos.

“¡No, espera!” intervino Javier, llevando la mano al corazón. “No venimos a hacer daño, solo queríamos explorar y conocer la historia de esta mansión”.

La mujer extraña, que pronto se presentó como Doña Adelina, parpadeó. “Historia, dices. Todos conocen la historia de mi familia, pero pocos saben lo que ocurrió”.

El grupo se miró con interés. Sabían que era su oportunidad de comprender más sobre aquel misterio. “Todos los años, en la noche de Halloween, los espíritus de este lugar buscan compañía. Mi familia fue víctima de un maleficio por no cuidar lo que tenían. Esta noche necesita ser diferente”, explicó con un tono melancólico, pero lleno de esperanza.

“¿Y qué podemos hacer?” consultó Elena, ya sintiéndose menos asustada y más intrigada por la historia.

“Debéis ayudarme a romper el maleficio. Necesito que se realice un baile en la sala principal, un baile en el que todos se sientan libres de sus miedos y oscuros pensamientos”.

“¿Un baile?” Javier se rió. “¿Estás bromeando?”

“No. Un baile es lo que se necesita para liberar a mis compañeros. ¿Podéis ayudarme?”.

Lucas, apegado a su cámara, consideró esta posibilidad. “De acuerdo, pero solo si nos cuentas más sobre ti”.

Y así, en una mezcla de terror y emoción, los adolescentes se propusieron organizar el baile que podría liberar a Doña Adelina y a todos los espíritus que la acompañaban. Limpiaron la habitación, organizaron las decoraciones que quedaban y decidieron invitar a todos sus amigos a la fiesta de Halloween.

La noticia se propagó rápidamente. Las luces de la mansión comenzaron a brillar y los adolescentes de Villa Esperanza se unieron como un solo ser. Cada uno llegó disfrazado, con sus atuendos más originales —fantasmas, vampiros, brujas y hasta un par de zombis que no sabían que Halloween no era una temporada de terror, sino de celebración.

El baile fue pura alegría. Doña Adelina se unió al compás mientras los adolescentes reían y giraban, liberando cada rincón de la mansión de su oscuridad ancestral. Al final de la noche, las sombras que antes asustaban comenzaron a desaparecer, dejando el aire lleno de risa y esperanza.

Cuando los primeros rayos de la mañana iluminaron el paisaje, la vieja mansión sonreía, liberada de su carga. La familia Martínez había recuperado su paz, y Doña Adelina se despidió de sus nuevos amigos con gratitud.

“Gracias por darme una noche de alegría”, dijo mientras se desvanecía en la claridad del alba. “Nunca olvidéis lo que habéis hecho”.

Con el corazón lleno de emociones, los adolescentes regresaron a casa sintiendo que esta Halloween había sido la más especial de todas. Habían hecho amigos invisibles, sí, pero también habían aprendido que el valor no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de enfrentarlo con amor.

Al cruzar la puerta de casa, con los ecos de la fiesta aún resonando en sus corazones, Javier, Elena y Lucas se miraron. “¿Volvemos el año que viene?” preguntó Javier, sonriendo ampliamente.

“Por supuesto”, respondieron al unísono, mientras un brillo de complicidad iluminaba sus miradas.

Moraleja del cuento “La fiesta de los monstruos el día de Halloween”

Cada Halloween trae consigo una oportunidad para enfrentar nuestros miedos y recordar que, incluso en las sombras, la amistad y la valentía pueden iluminar nuestros caminos y liberar los corazones atrapados en el pasado.

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