La leyenda del pato y el dragón que habitaba en la laguna misteriosa
En un rincón apartado y casi olvidado del mundo, existía una laguna misteriosa rodeada por altos y frondosos robles. Las aguas eran tan claras que reflejaban cada matiz del cielo, cada nube y cada estrella. Sin embargo, no era la belleza del lugar lo que atraía a los más curiosos, sino la leyenda que había nacido alrededor de la laguna: la historia de un dragrón que habitaba sus profundidades y un valiente pato que se enfrentó a él.
Alonso era un pato singular, de plumaje níveo y reluciente como la luna llena. Vivía junto a su familia en una casita flotante de juncos y flores nenúfares. Alonso no era solamente un pato hermoso, sino también un aventurero indomable. Desde pequeño, soñaba con explorar cada rincón de la laguna, sin temor a lo desconocido.
Una mañana fresca de otoño, mientras el sol deslumbraba apenas sobre el horizonte, Alonso escuchó rumores entre los animales del bosque. Decían que el dragón de la laguna había despertado y que, cada noche, se escuchaban sus rugidos temibles. La noticia trajo inquietud a la comunidad de patos y otros habitantes del territorio. Alonso decidió que debía investigar.
Cogiendo valor, se aproximó a su vieja amiga Miranda, una sabia tortuga que había vivido ya más de cien primaveras. Miranda solía pasar las mañanas empapándose de los rayos de sol cerca de la laguna.
—Miranda, ¿has oído los rumores sobre el dragón? —Alonso preguntó, sentado junto a la anciana tortuga.
—Sí, querido Alonso, los he oído —respondió Miranda, entrecerrando los ojos mientras sus pensamientos volaban a tiempos antiguos—. Hay cosas en esta laguna que no siempre han sido vistas por ojos mortales. Ten cuidado, pequeño.
A pesar de las advertencias de Miranda, Alonso estaba decidido a descubrir la verdad por sí mismo. Esa misma noche, cuando la luna llena iluminaba la laguna como un faro plateado, Alonso se dirigió hacia las profundidades. Se deslizó en el agua con una habilidad que sólo los patos poseen y, sin hacer el menor ruido, avanzó entre los juncos y lirios.
De repente, las aguas comenzaron a agitarse violentamente, y, emergiendo de las profundidades como un espectro imponente, apareció una criatura de escamas resplandecientes y ojos como brasas ardientes. Era el dragón de la laguna. Sus rugidos reverberaron por todos los rincones, haciendo temblar a los más audaces. Pero Alonso, aunque encogido por el miedo, no flaqueó.
—¿Quién osa perturbar mi descanso? —tronó el dragón mientras un resplandor emanaba de su imponente figura.
—Soy Alonso, un humilde pato de la laguna. No vengo a desafiarte, ni mucho menos a perturbarte. Sólo busco entender la verdad de tu existencia —dijo Alonso con un temblor en la voz, pero la mirada firme y resuelta.
El dragón, observando la valentía del pequeño pato, descendió a la superficie y suavizó su expresión. Era una criatura majestuosa, de escamas verdiazules que reflejaban las estrellas del cielo y larguísimas alas translúcidas como diamantes.
—Has demostrado más coraje que cualquier otra criatura que haya habitado estos lugares —roncó el dragón—. Hace siglos, fui condenado a esta laguna por proteger un reino de un hechicero maligno. Sólo podré regresar a mi forma mortal si alguien con corazón puro me libera.
Movido por la historia y la nobleza del dragón, Alonso decidió ayudarlo. Pasaron días intensos en los que Alonso llevó mensajes a Miranda y otros sabios habitantes del bosque en búsqueda de un conjuro que rompiera el encantamiento. Juntos, se sumergieron en antiguos textos y pergaminos hasta que, finalmente, hallaron una solución.
Alonso y el dragón se encontraron nuevamente bajo la luna llena, el lugar de su primer encuentro. Con palabras antiguas y un conjuro poderoso que resonaba en cada fibra del alma, el pato decrepitó el hechizo mientras el dragón se rodeaba de luz cegadora.
Cuando la luz se disipó, ya no estaba el dragón ante él, sino un joven de cabello dorado y ojos aguamarina, con una cálida sonrisa que irradiaba gratitud. En ese momento, la laguna ganó una nueva vida y una nueva leyenda.
—Gracias, valiente Alonso. Soy Edain, antiguo príncipe de estas tierras. No olvidaré tu ayuda jamás —dijo el joven, inclinándose ante el pato.
La noticia se esparció rápidamente entre los habitantes del bosque y la laguna. La familia de Alonso lo recibió con tanta alegría y orgullo que el corazón del pato se llenó de una dicha inigualable. Miranda y otros viejos amigos llegaron para celebrar la valentía y generosidad del pequeño pato que había cambiado el destino de un príncipe y la historia de la laguna.
Desde ese día, la laguna ya no solo era famosa por sus aguas cristalinas y sus antiguos robles, sino también por la leyenda que hablaba del pato valiente y el dragón que había sido liberado. Las risas resonaban en el aire, las criaturas compartían historias y felicidad, y Alonso, el pato de plumaje níveo, era recordado como un héroe genuino.
El joven príncipe Edain reconstruyó su reino con la ayuda de los animales y la sabiduría de Miranda, y prosperaron juntos, en armonía con la naturaleza. Y aunque Alonso jamás buscó recompensas, ganó amistades y recuerdos que durarían por siempre.
Moraleja del cuento «La leyenda del pato y el dragón que habitaba en la laguna misteriosa»
La valentía y la bondad no conocen de tamaños ni de formas. En el corazón más sencillo puede residir una fuerza capaz de cambiar destinos y liberar almas encadenadas. La verdadera nobleza está en ayudar desinteresadamente, encontrando en ello la mayor recompensa.