La noche en que el erizo encontró el camino a las estrellas

La noche en que el erizo encontró el camino a las estrellas

La noche en que el erizo encontró el camino a las estrellas

En una densa y mágica arboleda, vivía un erizo llamado Ernesto. Con su espeso pelaje color marrón y sus ojos vivarachos, era bien conocido entre los otros animales por su espíritu aventurero y su curiosidad sin límite. Ernesto siempre había soñado con descubrir lo desconocido, con superar los confines del bosque y explorar más allá. Cada noche, se tumbaba en su pequeña cueva, mirando el cielo estrellado y preguntándose qué secretos guardaba el universo.

Una noche de luna llena, mientras Ernesto observaba el cielo, vio una estrella caer en el corazón del bosque. Era un fenómeno que sólo se contemplaba una vez cada siglo. Sin pensarlo dos veces, Ernesto decidió que esa sería su oportunidad para descubrir algo extraordinario. Con paso firme y resuelta decisión, comenzó su aventura.

Al avanzar por el bosque, Ernesto se encontró con Leonardo, el búho sabio. Leonardo observó al erizo con sus grandes ojos ambarinos y preguntó con voz profunda: «¿A dónde vas tan decidido, pequeño erizo?»

Ernesto, sin ocultar su entusiasmo, respondió: «Voy a buscar la estrella que cayó del cielo. ¡Quizás tiene la respuesta a todas mis preguntas!» Leonardo, con una sonrisa comprensiva, le dijo: «El camino es largo y lleno de misterios. Ten cuidado y escucha a tu corazón.» Con esas palabras en mente, Ernesto se despidió del búho y continuó su viaje, sintiéndose algo más preparado.

Mientras seguía su camino, Ernesto se encontró con Marisol, la ardilla, quien estaba muy atareada recolectando nueces para el invierno. Marisol, siempre tan perspicaz, notó la determinación en los ojos del erizo y le preguntó: «¿Qué buscas, Ernesto?»

Ernesto le contó brevemente sobre la estrella caída y su deseo de descubrir sus secretos. Marisol, admirando su valentía, decidió acompañarlo unos metros antes de despedirse: «Vas a necesitar toda la ayuda que puedas conseguir. Aquí, lleva estas nueces para el camino.» Ernesto, agradecido, guardó las nueces en una pequeña bolsa y prosiguió su travesía.

El bosque se volvía más oscuro y misterioso a medida que avanzaba. El viento murmuraba historias antiguas entre las hojas y las sombras parecían cobrar vida. De repente, un susurro familiar captó la atención de Ernesto. Era Juanito, el zorro, notable por su astucia y su brillante pelaje anaranjado. «Veo que tienes un propósito esta noche,» comentó Juanito, emergiendo de entre los arbustos. «Sí, estoy en busca de una estrella caída,» respondió Ernesto.

«Esta región es conocida por ser engañosa, llena de espejismos y acertijos. Pero si sigues tu intuición, la verdad siempre se revela,» dijo Juanito, guiñando un ojo y desapareciendo tan rápido como había aparecido. Las palabras del zorro resonaron profundamente en el corazón de Ernesto, dándole fuerza y convicción. Continuó su marcha, manteniendo la esperanza firme en su corazón.

A medida que la noche avanzaba, el bosque se transformaba en una danza de luces y sombras. Pronto, Ernesto llegó a un claro iluminado por la luz de las estrellas. En el centro del claro, encontró al legendario erizo anciano, Don Alfonso, conocido por sus relatos sobre cielos y tierras lejanas. Con su pelaje gris y su porte noble, Don Alfonso proyectaba una sabiduría serena. «¿Qué te trae aquí, joven Ernesto?», preguntó con voz suave.

Ernesto, sintiéndose un tanto sobrecogido, le habló de su búsqueda de la estrella caída. Don Alfonso, con una mirada penetrante, le dijo: «El verdadero camino a las estrellas no está en alcanzar una estrella caida, sino en descubrir tu propia luz interior. Sigue tu corazón, y encontrarás lo que buscas.» Ernesto asintió con un renovado espíritu, agradeciendo al anciano erizo por su consejo.

Continuó su travesía hasta llegar a un arroyo cristalino, donde el reflejo de las estrellas en el agua lo hipnotizó. Allí, se encontró con Linda, la cierva, cuyo pelaje blanco resplandecía bajo la luz lunar. «Ernesto, la única forma de cruzar este arroyo es confiando en la corriente,» dijo Linda con serenidad. Ernesto, sintiendo la verdad en sus palabras, se dejó llevar por la corriente, permitiendo que su espíritu y corazón lo guiaran.

Al otro lado, la claridad del lugar comenzó a desvanecerse, y Ernesto se encontró en una gruta oculta, donde las paredes brillaban con luz propia. En la profundidad de la cueva, descubrió a una pequeña estrella temblorosa, cuya luz intermitente parecía llamarlo.

Ernesto se acercó y, con gran asombro, la estrella susurró: «Soy la estrella que buscabas. Mi caída no fue por accidente, sino para guiarte hacia tu destino. Tu viaje no ha sido en vano, pues has aprendido las valiosas lecciones del bosque y de tus amigos.» Ernesto, con lágrimas de alegría en sus ojos, comprendió el verdadero sentido de su viaje.

La pequeña estrella le ofreció un brillante fragmento de su luz y regresó al firmamento, dejándolo con un cálido resplandor en su corazón. Ernesto, ahora iluminado tanto por fuera como por dentro, comenzó su viaje de vuelta, sabiendo que había encontrado mucho más de lo que había buscado.

Al regresar al corazón del bosque, todos sus amigos acudieron para conocer su historia. Leonardo, Marisol, Juanito y Linda escucharon atentamente mientras Ernesto les narraba su extraordinario viaje. Cada uno celebró la experiencia y el crecimiento de Ernesto, quien ahora era un erizo más sabio, seguro y lleno de luz.

Esa noche, el bosque entero se llenó de un resplandor especial. Ernesto comprendió que el verdadero camino a las estrellas siempre había estado dentro de él y que, con valentía y amigos sinceros, cualquier aventura era posible.

Moraleja del cuento «La noche en que el erizo encontró el camino a las estrellas»

La verdadera luz se encuentra dentro de cada uno de nosotros. A veces, es necesario emprender un viaje, enfrentarnos a desafíos y aprender de nuestros amigos para descubrir nuestra propia esencia y propósito en la vida.

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