La noche estrellada en el campamento cuando los jóvenes descubrieron un misterioso brillo en el lago
En pleno corazón del verano, un grupo de jóvenes se reunía en los Pirineos para disfrutar de un campamento al aire libre. Entre ellos estaban Lucía, una chica de ojos vivaces y espíritu inquieto; Mario, un joven de sonrisa perpetua y pasión por las historias antiguas; Anabel, conocida por su naturaleza sensata y voz calmada, y Javier, amante de la naturaleza y con una habilidad innata para resolver problemas.
El cielo estaba surcado por miles de estrellas, y el aire fresco del anochecer llenaba el ambiente de una serenidad inigualable. Las chispas de la fogata se elevaban juguetonas mientras los amigos se acomodaban en torno a las llamas, compartiendo anécdotas y entrelazando risas que resonaban en las vastas montañas.
Lucía, siempre curiosa, alzó la vista hacia el cielo y preguntó: «¿Habéis escuchado alguna vez la leyenda del Lago Escondido? Se dice que en ciertas noches, un misterioso brillo emerge desde sus profundidades y quien logre descubrir su origen recibirá un deseo.»
Mario, intrigado, respondió: «Esa sí que es una historia. Pero, ¿qué hay de cierto en ella? ¿No será otra de esas leyendas para asustar a los turistas?»
Anabel, con su carácter sensato, añadió: «La abuela solía contarnos esa historia también, pero siempre dijo que era solo un mito. Aunque, quién sabe, podría haber algo de verdad. ¿Por qué no descubrirlo por nosotros mismos?»
Javier, emocionado por la idea, se levantó de un salto. «¡Vamos! No perdemos nada con intentarlo. Además, siempre quise explorar ese lago por la noche.»
El grupo, sin dudarlo, se puso en marcha. Equipados con linternas y chaquetas para protegerse del fresco nocturno, se adentraron en el bosque. Los árboles, altos y robustos, parecían susurrar secretos antiguos mientras los jóvenes caminaban por el sinuoso sendero. Los grillos cantaban, y el crujido de las ramas bajo sus pies rompía la calma de la noche.
Finalmente, tras una caminata que les pareció eterna, alcanzaron la orilla del Lago Escondido. La superficie del agua brillaba con reflejos plateados bajo la luz de la luna. El silencio era absoluto, roto sólo por el leve murmullo del agua y el ocasional destello de las luciérnagas.
Lucía, con el corazón acelerado, susurró: «Allí, ¿veis eso? ¡Un destello brillante desde el fondo!»
Mario, con los ojos entrecerrados, intentó enfocar. «¡Lo veo! Parece venir de esa roca en el centro del lago. Pero, ¿cómo llegamos hasta allí?»
Anabel sugirió: «Podríamos usar la barca vieja que vimos al llegar al campamento. Está algo destartalada, pero servirá si tenemos cuidado.»
Sin perder tiempo, los amigos se dirigieron a la pequeña barca. Javier, con su habilidad manual, se encargó de remendar los agujeros más visibles. Una vez lista, se embarcaron en una travesía que, aunque corta, parecía eterna por la expectación y el misterio que les aguardaba.
Al llegar al centro del lago, el brillo se hizo más intenso. Lucía estiró la mano y, con cuidado, lanzó una piedra atada a una cuerda hacia el fondo. ¡El resplandor aumentó! Con los corazones latiendo a mil, los jóvenes lograron sacar del agua un cofre cubierto de algas y conchas marinas.
Mario intentó abrirlo y, tras varios intentos, el cofre cedió. En su interior, encontraron un pergamino antiguo y una esfera de cristal que emitía una suave luz dorada. Anabel, con su naturaleza cautelosa, desenrolló el pergamino y leyó en voz alta: «A quien encuentre esta esfera, se le concede un deseo. Pero recordad, el verdadero valor reside en el anhelo compartido, no en el deseo personal.»
Los amigos se miraron entre sí, comprendiendo las palabras del pergamino. Lucía rompió el silencio y dijo: «Nuestro deseo debería ser algo que beneficie a todos, no sólo a nosotros.»
Javier asintió y añadió: «Podríamos desear que este lugar permanezca siempre protegido y lleno de magia para que muchos más puedan disfrutarlo como nosotros.» Mario y Anabel estuvieron de acuerdo, y juntos sostuvieron la esfera, concentrándose en su deseo compartido.
La esfera tembló ligeramente y luego el brillo se intensificó antes de desaparecer. Los jóvenes sintieron una paz y una alegría indescriptible. Sabían que habían hecho lo correcto. Con el amanecer ya asomando, regresaron al campamento, convencidos de haber vivido una experiencia única e inolvidable.
Moraleja del cuento «La noche estrellada en el campamento cuando los jóvenes descubrieron un misterioso brillo en el lago»
A veces, lo verdaderamente valioso no reside en lo que deseamos para nosotros mismos, sino en los deseos compartidos que benefician a todos. El verdadero tesoro siempre estará en la belleza de compartir y proteger lo que es de todos.