Cuento: La princesa de los espejos en un relato sobre la autoestima

Cuento: La princesa de los espejos en un relato sobre la autoestima 1

La princesa de los espejos

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En un reino donde los ríos fluían con la pureza de cristal y las colinas susurraban leyendas antiguas, nació una princesa llamada Líriope.

Su nacimiento fue celebrado con júbilo, pues su llegada estuvo marcada por una conjunción de astros que presagiaba un destino grandioso.

La princesa Líriope, desde muy pequeña, mostró una belleza incomparable, la cual fue más allá de su físico radiante y se reflejó también en su espíritu bondadoso y su intelecto agudo.

Sus padres, el rey Melchor y la reina Selene, preocupados por la superficialidad que a menudo rodeaba a aquellos de noble cuna, procuraron inculcar en Líriope valores profundos.

La enseñaron a mirar más allá de los espejos, a valorar la esencia de las personas y a cultivar su propio ser interior.

Líriope creció siendo no solo bellísima, sino también sabia, valiente y compasiva.

Pero, en la adolescencia, algo comenzó a cambiar.

Los espejos del palacio, a los cuales nunca había prestado excesiva atención, empezaron a susurrarle dudas e inseguridades.

«¿Seré realmente tan hermosa como dicen?», se preguntaba al contemplar su reflejo. «¿O tan inteligente y bondadosa como esperan de mí?».

Un día, mientras paseaba por los jardines del castillo, un espejo encantado capturó su imagen.

«Princesa Líriope, la más hermosa de todas», decía el espejo con una voz melódica que parecía salir del propio cristal.

«Pero la belleza no es eterna, y la competencia es feroz», le advirtió con tono siniestro, mostrando en su reflejo a otras damas del reino, cada una con sus propios encantos.

Desde ese momento, una sombra de duda cubrió el corazón de la princesa.

El rey y la reina notaron el cambio en su hija. Líriope pasaba horas frente a los espejos, y su luz natural parecía eclipsarse.

Sus amigos y servidores también percibían la tristeza que se tejía en su mirada.

Una tarde, su mejor amiga, la doncella Elara, le preguntó: «¿Qué te aflige, querida Líriope? Siempre has sido fuente de inspiración y alegría para nosotros».

«He descubierto que quizás no sea tan especial como pensaba», confesó la princesa con un suspiro. «Ni tan hermosa, ni tan digna de admiración. Me aterra la idea de no cumplir con las expectativas».

Elara tomó su mano y dijo: «Pero tú eres mucho más que tu reflejo. La verdadera belleza y valía no residen en lo que puedas ver en un espejo, sino en lo que haces y en cómo tocas los corazones de otros».

Un antiguo hechicero del reino, conocedor de los encantamientos que afectaban a Líriope, decidió intervenir.

La observó secretamente y notó la oscuridad creciente en el alma de la princesa, una oscuridad alimentada por el susurro de los espejos.

Para romper el hechizo, sabía que debía enfrentarla a una verdad que solo podría ser descubierta mediante una aventura.

Así, el hechicero envió a Líriope un sueño revelador en el que una voz le susurraba: «Busca el Lago de los Verdaderos Reflejos, allí encontrarás las respuestas que tanto anhelas».

Al amanecer, con el valor que siempre había habitado en su corazón, Líriope decidió emprender el viaje.

Sin despedirse, partió hacia el desconocido y místico lugar que el sueño le había mostrado.

En su viaje, Líriope atravesó bosques hechizados, cuyos árboles parecían cambiar de lugar con cada paso que daba.

Se enfrentó a criaturas míticas que le plantearon acertijos y desafíos, pruebas que requerían no solo inteligencia, sino también un profundo conocimiento de sí misma.

A cada prueba superada, Líriope se sentía más fuerte, más segura, más verdadera.

Finalmente, tras superar infinitos obstáculos y hallar en su interior una fortaleza inquebrantable, la princesa llegó al Lago de los Verdaderos Reflejos.

La superficie del agua estaba serena, y por primera vez en mucho tiempo, Líriope no veía su imagen reflejada.

En su lugar, el lago le mostraba escenas de su vida: momentos en los que había consolado a un amigo, decisiones valientes que había tomado, los conocimientos que había compartido con otros.

La princesa, con lágrimas en los ojos, comprendió la lección del lago.

No era la imagen que los demás veían de ella lo que definía su valor, sino las acciones y el amor que había dado al mundo.

En ese instante, como si un velo se hubiera levantado de su mente, se percibió a sí misma llena de una luz radiante, pero no la que se reflejaba en un espejo, sino la que emanaba de su alma.

Líriope retornó al castillo, y todos pudieron ver el cambio en ella.

Su belleza era ahora más auténtica, pues estaba acompañada de una seguridad serena que no dependía de la aprobación ajena.

El hechicero, viendo la transformación, reveló la verdad sobre el espejo encantado y el viaje que había orquestado para devolverle a la princesa su verdadero reflejo.

«Has demostrado ser más sabia y valiente de lo que nunca imaginamos», declaró el rey Melchor con orgullo. La reina Selene añadió: «Tu belleza siempre ha estado ahí, pero ahora brilla con la fuerza de tu espíritu». Los espejos del palacio, privados de su poder sobre Líriope, solo reflejaban la luz sin emitir más palabras envenenadas.

Con los años, Líriope se convirtió en reina. Su sabiduría y su corazón abierto guiaron al reino hacia una era de prosperidad y felicidad.

Se aseguró de que todos en su reinado tuvieran la oportunidad de descubrir su verdadero valor, libre de las trampas de la vanidad y de la comparación.

Y a menudo, se contaba la historia de la princesa que buscó su reflejo en un lago mágico y encontró la verdad en su propia alma.

Moraleja del cuento «La princesa de los espejos»

El camino hacia el autoconocimiento está lleno de espejos que pueden confundir y engañar.

La auténtica valía se descubre no en los reflejos superficiales, sino en la profundidad de nuestras acciones y la calidez de nuestro corazón.

Que la historia de la princesa Líriope inspire a buscar siempre la belleza que reside en el alma y a cultivar la autoestima más allá de lo que los ojos pueden ver.

Abraham Cuentacuentos.

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