La princesa y el guisante
En un reino escondido entre colinas verdes y ríos de plata, reinaba una paz exquisita bajo el manto brillante de un cielo despejado.
En ese lugar mágico vivía la princesa Estela, conocida por su belleza y bondad.
Estela tenía una cabellera de azabache que fluía como un río nocturno hasta su cintura, y sus ojos eran dos luceros que resplandecían con la luz de la luna llena.
Pero más destacable que su aspecto era su corazón puro y solidario, capaz de derramar amor y compasión sobre cualquier ser viviente.
Un día, mientras paseaba por el bosque encantado cercano al castillo, Estela tropezó con Maripili, una hada amigable conocida en el reino por su carácter juguetón y su magia traviesa.
Maripili, con su ligera figura etérea y alas de arcoíris, le ofreció un guisante verde resplandeciente.
«Este guisante no es común, princesa,» dijo Maripili con una sonrisa misteriosa. «Guárdalo y sabrás cuándo usarlo.»
Intrigada, Estela tomó el guisante y lo guardó en un pequeño cofre adornado con joyas, sin comprender en ese momento la verdadera naturaleza del obsequio.
Meses después, el castillo fue testigo de una tormenta feroz y, durante la noche más oscura, tocó a la puerta una mujer vestida con harapos, pidiendo refugio.
Era Beatriz, un hada vieja y sabia, que había perdido su hogar debido a las fuerzas oscuras del bosque. Estela, sin pensarlo dos veces, la acogió en una de las habitaciones más cómodas del castillo.
“Gracias, princesa,” susurró Beatriz con gratitud, mientras sus ojos revelaban un destello de sabiduría y tristeza acumulada. “Tu bondad no será olvidada.”
Beatriz, quien había oído hablar del guisante mágico, no mencionó nada al respecto esa noche. Su mirada, sin embargo, se quedó fija en Estela, con una mezcla de curiosidad y esperanza.
Poco después, un conflicto oscuro emergió en el reino vecino de Villanueva.
El príncipe Alejandro, valiente y apuesto, cuyo corazón latía solo por la justicia, decidió intervenir para restaurar la paz.
Alejandro, con su cabello dorado y porte gallardo, se convirtió en un héroe para muchos.
Sin embargo, sus triunfos en el campo de batalla le granjearon enemigos tenaces.
En una treta inesperada, Alejandro fue capturado por las tropas de Villanueva y encarcelado en una torre infranqueable.
La desesperación invadió el corazón del joven príncipe, pero no perdió nunca la esperanza.
Mientras tanto, en el confinamiento del castillo, Beatriz reveló a Estela la verdadera naturaleza del guisante. “Ese guisante es la semilla de la verdad y solo florecerá en las manos de quien tenga la pureza en su alma,” explicó.
La princesa, comprendiendo finalmente el mensaje, decidió embarcarse en una peligrosa travesía para rescatar al príncipe. Con la ayuda de Maripili y Beatriz, se adentraron en el bosque oscuro, las dos hadas aportando su magia para guiarse.
“La clave está en el alma, mi querida Estela,” susurró Maripili, sus alas brillando intensamente. “Recuerda que la verdad, la valentía y el amor son tus mayores aliados.”
Pasaron días entre sombras y enigmas hasta llegar a Villanueva.
Allí, con astucia y determinación, lograron infiltrarse en la torre. Estela, apoyada por las hadas, utilizó el guisante mágico.
Al contacto con sus manos, el guisante emanó una intensa luz verde, desintegrando los barrotes que retenían al príncipe.
Alejandro, al ser liberado, miró a Estela con admiración. “Tu valentía es inigualable, princesa,” dijo, tomando su mano con ternura.
Sin embargo, la escape no sería fácil. Debían atravesar los montes y los valles infames, llenos de trampas y desafueros.
Maripili empleó su magia para desarmar a los guardias, mientras Beatriz, con su sabiduría, guiaba el camino evitando peligros mayores.
“No temáis, mi príncipe y princesa. La luz siempre vence a la oscuridad,” decía Beatriz, mientras un halo místico los envolvía, protegiéndolos de las fuerzas siniestras que los acechaban.
Finalmente, con fuerzas mermadas pero con sus corazones llenos de esperanza, lograron llegar a Pueensburgo.
El reino los acogió entre celebraciones y lágrimas de dicha.
El rey, sin esconder su orgullo y gratitud, proclamó un día de fiestas en honor a los valientes.
Esa misma noche, en una ceremonia singular, Alejandro arrodilló ante Estela. “Prometo ser tu caballero y rey leal, por siempre protegerte y amarte.”
Estela, con lágrimas en los ojos, aceptó su promesa.
Y, bajo el amparo de las hadas y la luz de la luna, el reino recuperó su paz y prosperidad.
Beatriz, desde la distancia, contemplaba la escena con una sonrisa de satisfacción.
Maripili, revoloteando con alegría, bendecía la unión con su magia expansiva.
En la boda real, donde las flores mágicas adornaban las estancias y el aire olía a jazmín y orquídeas, las hadas y humanos bailaron bajo las estrellas.
Y así, a través de desafíos y secretos desvelados, la princesa Estela y el príncipe Alejandro encontraron la eterna felicidad.
Moraleja del cuento «La princesa y el guisante»
La moraleja de este cuento nos enseña que la verdadera valentía y nobleza residen en la pureza del alma y en la capacidad de amar y ayudar a los demás sin esperar nada a cambio.
La bondad y el amor pueden romper las barreras más oscuras y llevarnos siempre hacia la luz y la felicidad.
Abraham Cuentacuentos.