La reina de las nieves

La reina de las nieves

La reina de las nieves

En el corazón de los Andes, donde las montañas se alzan majestuosas como guardianes de un reino oculto, vivía una joven llamada Mariana. Mariana tenía el cabello tan oscuro como la noche sin estrellas y unos ojos verdes que parecían reflejar la esmeralda de los valles. Desde pequeña, había sentido una conexión especial con la tierra y sus criaturas, una comunión que había empezado el día que rescató a un lobo herido en lo profundo del bosque.

Los habitantes del pequeño pueblo de San Cristóbal decían que Mariana era hija de la montaña, que sus antepasados eran chamanes con el don de la magia. Sin embargo, a sus quince años, ella no había mostrado signos extraordinarios de esos dones. Solía ayudar a su abuela Luisa en la venta de tejidos y aceites aromáticos en el mercado.

Un día, al anochecer, mientras cuidaba del pequeño jardín de su abuela, Mariana notó algo peculiar. La luna, en su fase llena, brillaba con una intensidad inusitada, y desde el fondo del bosque, surgía un resplandor azul que invitaba a ser descubierto. Sintiendo una fuerza irresistible, Mariana decidió adentrarse en la espesura.

«¿Adónde vas a esta hora, Mariana?», preguntó su abuela al verla ponerse el abrigo.

«Siento que algo me llama, abuela. No puedo explicarlo, pero debo averiguar qué es», respondió Mariana, con una seguridad inusitada en su voz.

Contra todos los temores de su abuela, Mariana se internó en el bosque. Los árboles, gigantes y centenarios, parecían susurrarle al oído, guiándola hacia el resplandor. Tras caminar durante lo que parecieron horas, llegó a un claro donde una figura delicada y elegante, vestida con un manto de nieve, la esperaba. Era la Reina de las Nieves.

«Bienvenida, Mariana. Hace mucho tiempo esperaba este encuentro», dijo la reina, su voz dulce y melódica como el canto de los pájaros al amanecer.

Mariana, sorprendida, apenas pudo articular palabra. «¿Quién eres?».

«Soy Isabel, la Reina de las Nieves. Este reino mágico necesita de tu ayuda».

Isabel le explicó que el equilibrio de su reino estaba en peligro debido a la desaparición de un artefacto ancestral, un cristal que mantenía la paz entre los seres mágicos y los humanos. Mariana, con su sangre de chamán, era la única que podía recuperar el cristal y restaurar el equilibrio. El viaje sería peligroso, pero el bien de ambas realidades dependía de su éxito.

Con el consentimiento de Isabel y la bendición de los ancestros que formaban parte de sus recuerdos más profundos, Mariana partió en su búsqueda, acompañada por el fiel lobo que había salvado años atrás, a quien decidió llamar Blanco.

Día tras día, Mariana y Blanco enfrentaban pruebas que la ponían siempre al borde de sus capacidades: serpientes gigantes del pantano encantado, tormentas de nieve que congelaban hasta el alma y espejismos que tergiversaban la realidad. Pero juntos, mantenían firme su determinación.

Durante una tormenta particularmente terrible, encontraron refugio en una cueva donde una extraña figura resplandecía en la penumbra. Era un druida anciano llamado Rafael, cuya larga barba blanca y ojos llenos de sabiduría irradiaban una calma reconfortante. Rafael les ofreció hospitalidad y compartió con ellos un secreto crucial.

«El cristal que buscas se encuentra en la cumbre del Monte Negro. Lo protege una bestia milenaria, el Dragón de las Sombras. Pero recuerden, la verdadera fuerza no está en las armas que usan, sino en la pureza de sus corazones», les dijo Rafael.

Mariana y Blanco, armados con el conocimiento de Rafael y una determinación renovada, reanudaron su marcha hacia el Monte Negro. En el ascenso, las dificultades se multiplicaron, como si cada roca, cada ráfaga de viento quisieran probar su voluntad. Sin embargo, el recuerdo de la plácida voz del anciano druida y la visión de un mundo en paz los impulsaban.

Finalmente, llegaron a la fría y oscura cumbre del Monte Negro, donde el Dragón de las Sombras los esperaba con una mirada inescrutable. Una criatura majestuosa, con escamas negras como la noche y ojos ardientes, suspiró humo y fuego. Pero Mariana no mostró temor. Recordando las palabras de Rafael, se aproximó al dragón con el corazón abierto, desarmada de odio, armada de amor y pureza.

«Dragón de las Sombras», dijo con voz firme, «no vengo a destruirte, sino a pedirte ayuda. Este equilibrio no solo beneficia a los humanos, sino también a tu especie. Podemos salvar este mundo juntos».

El dragón, sorprendido por la sinceridad y valentía de Mariana, dejó de lado su postura defensiva. «Hace siglos que nadie me habló con tal honestidad», dijo el dragón con voz ronca. «Te concedo el cristal, pero recuerda que el verdadero poder está en la bondad y la cooperación entre todos los seres».

Con el cristal en sus manos, Mariana sintió una oleada de energía y esperanza, como si el universo entero conspirara a su favor. Agradeciendo al dragón, descendió del Monte Negro, encontrando en el camino a Isabel, la Reina de las Nieves, quien había seguido sus pasos para protegerla desde las sombras.

«Lo has hecho, Mariana. Has demostrado que el mayor acto de magia es la bondad», dijo Isabel, mientras el cristal resplandecía con una luz pura que sanaba la tierra.

Regresaron juntas al valle, donde los seres fantásticos y humanos se reunieron para celebrar la restauración del equilibrio. La abuela Luisa, al ver a su nieta, la recibió con lágrimas de orgullo y alegría. Mientras tanto, los valles florecían, los ríos corrían cristalinos, y la paz reinaba nuevamente.

Mariana había encontrado su verdadero propósito y descubrió que la magia no solo estaba en los hechizos y pociones, sino en la bondad, el valor y la capacidad de unir corazones. Desde ese día, se convirtió en la guardiana del equilibrio entre los dos mundos, viviendo una vida llena de aventuras, amor y sabiduría.

Moraleja del cuento «La reina de las nieves»

La verdadera magia reside en el corazón puro, la bondad y la unión entre todos los seres. La valentía y la compasión de una persona pueden traer paz y equilibrio a mundos enteros.

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