La travesía de la bruja joven y el secreto del grimorio antiguo

La travesía de la bruja joven y el secreto del grimorio antiguo

La travesía de la bruja joven y el secreto del grimorio antiguo

En los verdes y frondosos bosques que rodeaban el pequeño pueblo de Villaclara, una joven bruja llamada Ester vivía en una modesta cabaña escondida entre los árboles. Ester, con sus largos cabellos negros cuales cascada oscura, y sus ojos verdes profundos como el océano, había heredado su sabiduría y poderes de su abuela, la afamada bruja Marisela. A pesar de su juventud, sus habilidades eran admirables, pero ella buscaba algo más: el misterioso grimorio antiguo que, según se decía, contenía los más poderosos conjuros jamás escritos.

Cierta mañana, paseaba por entre los arbustos recolectando hierbas cuando una extraña figura encapuchada apareció a su lado. «Ester,» susurró la figura, con una voz rasposa y grave. Al darse la vuelta, la joven bruja reconoció a Pedro, un anciano alquimista que vivía en la aldea. «He encontrado rastros del grimorio antiguo en una cueva al norte de aquí. Pero te advierto, es un camino lleno de peligros.» Ester, cuyo deseo ardía intensamente, decidió emprender la travesía pese a las advertencias.

Preparó su bolso encantado, llenándolo con pociones de curación, amuletos protectores y su fiel gato negro, Félix. Félix era más que su mascota, era un compañero leal dotado de una inteligencia inusitada. «Es hora de partir, Félix,» le dijo mientras el gato ronroneaba en señal de aprobación. Ambos sabían que el viaje sería arduo e incierto, pero también emocionante.

Las primeras horas de la travesía transcurrieron sin incidentes. Ester y Félix avanzaron por senderos estrechos y se internaron en bosques cada vez más espesos. Al caer la tarde, se encontraron frente a un amplio río que bloqueaba su camino. «No podemos cruzar esto sin ayuda,» murmuró Ester, mirando la corriente rápida y peligrosa.

De repente, un grupo de criaturas diminutas emergió de entre los arbustos. Eran hadas, con alas relucientes y cuerpos etéreos. «¡Necesitáis ayuda, bruja!» exclamó una de ellas, cuyo brillo azul la hacía sobresalir entre sus compañeras. Ester asintió, explicando su búsqueda. Las hadas, conocidas por su bondad pero también por su travesura, aceptaron con la condición de probar su valentía.

Las hadas conjuraron un puente de luz que cruzaba sobre las aguas turbulentas. Ester dio un respiro profundo y caminó con determinación, sabiendo que cualquier vacilación podría romper el hechizo. Félix, por su parte, se deslizaba delicadamente junto a ella. Al llegar al otro lado, las hadas aplaudieron y desaparecieron en una explosión de polvo brillante.

La cueva de la que Pedro había hablado no estaba lejos. La noche cayó rápidamente, y la luna llena iluminó la entrada rocosa. Ester y Félix entraron cautelosamente, sintiendo la atmósfera cargada de misterio. La luz de la varita de Ester revelaba inscripciones en las paredes, narrando historias de brujas y hechiceros de antaño.

Profundizando en la cueva, escucharon un leve sollozo. Seguindo al sonido, encontraron a una chica, casi de la misma edad de Ester, encadenada a la pared. «¡Ayúdame, por favor!», suplicó ella con lágrimas rodando por sus mejillas. Ester, sintiendo un inmediato vínculo con la joven prisionera, usó un hechizo para romper las cadenas. «¿Quién eres?», preguntó Ester mientras la chica se levantaba, frotándose las muñecas doloridas.

«Mi nombre es Marta. Me atraparon los espíritus que guardan el grimorio. Soy una aprendiz de bruja, igual que tú,» respondió con voz tímida. Marta tenía cabellos de un castaño suave y ojos marrones llenos de esperanza y gratitud. Ester asintió, sabiendo que ahora su travesía tenía un nuevo propósito: rescatar a Marta y encontrar el grimorio juntas.

Siguieron su camino, la cueva se volvió un laberinto de dudas. Marta, sensible a la magia, les guió hacia una enorme sala donde un inmenso portón de piedra se erguía. «Esta es la puerta,» murmuró Marta. «Solo se abrirá si ambas recitamos el conjuro de unidad.» Ester tomó la mano de Marta y juntas pronunciaron las antiguas palabras en unísono. Las runas en la puerta brillaron intensamente y el portón se abrió lentamente con un estruendoso crujido.

En el interior, vieron un pedestal con el mítico grimorio antiguo. De pronto, una sombra envolvente surgió del suelo, tomando la forma de un hechicero oscuro. «¿Quién osa profanar mi santuario?» tronó la voz del espectro. Ester, reuniendo todo su coraje, enfrentó al espectro. «Somos buscadoras de conocimiento y justicia. Spléndenos el grimorio para el bien de todos.»

El espectro rió con un eco malévolo. «Muy bien, si deseáis el grimorio, enfrentaréis su juicio.» Con un movimiento de su mano espectral, invocó una tormenta de ilusiones que atacó las mentes de las dos jóvenes brujas. Ester y Marta se aferraron a la realidad, recordando las enseñanzas de sus mentoras.

De repente, Félix saltó al dorso del espectro, rascando con sus garras luminosas e interrumpiendo el hechizo. La distracción bastó para que Ester y Marta recitaran un conjuro de dispersión. El espectro comenzó a desvanecerse, gritando en agonía hasta desaparecer completamente.

Con la sala en silencio, Ester y Marta se acercaron al grimorio. La magia que emanaba de él era inigualable. «Lo hemos logrado,» susurró Marta con una mezcla de incredulidad y alegría. Ester, viendo la mirada emocionada de su nueva amiga, supo que el verdadero poder del grimorio no era solo en sus conjuros, sino en la unión y la valentía que habían mostrado.

Volvieron a la cabaña de Ester en Villaclara, y juntas, comenzaron a estudiar el grimorio. En poco tiempo, no solo dominaron los secretos de sus páginas, sino que también convirtieron el lugar en un santuario de aprendizaje para jóvenes brujas de la región. El conocimiento, compartido con amor y camaradería, floreció en todo el pueblo, llenándolo de luz y sabiduría.

Pedro, al ver el impacto de su información, sonrió satisfecho. Félix, con su astucia intacta, se paseaba orgulloso entre las alumnas. Ester y Marta, ahora como hermanas de corazón, recordaban cada día que el verdadero poder no viene de la magia más fuerte, sino del valor y la amistad. Así, la modesta cabaña en el bosque se convirtió en un faro de esperanza y sueños realizados para todas las brujas jóvenes que buscaban su camino en el mundo.

Moraleja del cuento «La travesía de la bruja joven y el secreto del grimorio antiguo»

De esta hermosa travesía se aprende que el verdadero poder no reside únicamente en el conocimiento arcano o en los más poderosos hechizos, sino en la valentía, el trabajo en equipo y la amistad sincera. Cualquiera puede enfrentarse a las sombras si cuenta con la luz de otros a su lado.

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