La travesía del caballo dorado y el enigma del río encantado

La travesía del caballo dorado y el enigma del río encantado

La travesía del caballo dorado y el enigma del río encantado

En un rincón olvidado de La Mancha, un pequeño pueblo llamado Valle del Sol ocultaba secretos tan antiguos como el tiempo. Entre verdes colinas y campos de trigo dorado, se encontraba la granja de Don Anselmo, un hombre de mediana edad, de mirada profunda y cabello encanecido. Su piel surcada por los años y las tempestades contaba historias de trabajo y sacrificio. Pero era su corazón, noble y tierno, lo que lo hacía realmente especial. En su granja habitaban varios caballos, pero ninguno tan singular como Estrella, una yegua dorada cuyos ojos reflejaban mil misterios y estrellas fugaces.

Estrella tenía una belleza que iba más allá de lo físico. Sus cascos resonaban con un ritmo casi musical y su pelaje brillaba como el oro al contacto con la luz del sol. Don Anselmo siempre decía que era una bendición tenerla, pues se creía que traía suerte y protección a quien la cuidara con amor y respeto. Pero Don Anselmo no estaba solo en la granja. Contaba con la inestimable ayuda de Blanca, una joven de ojos verdes que destilaban esperanza y una risa contagiosa. Blanca había llegado al pueblo huyendo de algo que nunca quiso revelar, y encontró en la granja un lugar para sanar y un hogar donde sentirse segura.

Una tarde de otoño, mientras Blanca cepillaba el lustroso pelaje de Estrella, apareció en el horizonte una figura envuelta en sombras y misterio. Era Santiago, un antiguo amigo de Don Anselmo, quien llegaba cabalgando a toda prisa sobre su corcel negro, Tormenta. Santiago, un hombre de palabras escasas y pasado sufriente, traía malas noticias. Unos forasteros había sido vistos merodeando cerca del Río Encantado, un lugar sagrado para los habitantes del Valle del Sol.

«Don Anselmo,» dijo Santiago con voz quebrada, «debemos investigar. Algo oscuro y perverso parece haber despertado allí. Los campesinos hablan de sombras y susurros cuando la luna está llena.»

Blanca, intrigada y un poco asustada, observaba a los hombres. No sabía mucho sobre el Río Encantado, solo rumores y leyendas que los ancianos contaban. Según la tradición, el río escondía un portal a otro mundo, un lugar donde los deseos podían ser concedidos pero a un precio muy alto.

Don Anselmo, preocupado, decidió que debían ir al lugar. Montaron en sus caballos y se prepararon para la travesía. Blanca, ni corta ni perezosa, insistió en acompañarlos. «Soy parte de esta granja y quiero ayudar. Además, no puedo dejar sola a Estrella.»

Se adentraron en el bosque atravesando senderos apenas visibles. La espesura se tornaba cada vez más densa y los sonidos de la naturaleza parecían querer advertirles de algo. Estrella guiaba la marcha con seguridad, como si conociera el camino. Los árboles frondosos y las enredaderas serpenteantes creaban un ambiente de ensueño, pero también de misterio y peligro.

Cuando llegaron al Río Encantado, la escena les dejó sin aliento. El agua cristalina reflejaba un cielo estrellado que no parecía pertenecer a este mundo. Don Anselmo bajó de su caballo y se acercó cauteloso. De repente, sintió una suave corriente de aire y escuchó una voz que susurraba su nombre.

«Anselmo, Anselmo, el tiempo se agota,» decía la voz con un eco lejano. Blanca, sintiendo una mezcla de temor y fascinación, se aproximó también y escuchó aquel misterioso llamado.

De pronto, un haz de luz emergió del río y se materializó en una figura femenina, etérea y luminosa. «Soy la guardiana del río,» proclamó con su voz melódica. «Hace siglos, este lugar fue sellado para proteger un antiguo secreto. Pero fuerzas del mal intentan desatar su poder oscuro. Solo la pureza de un corazón noble y una promesa de amor verdadero pueden salvarnos.»

Todos quedaron sin palabras. Santiago, incrédulo, negó con la cabeza. «Esto es una locura, Anselmo. No podemos luchar contra algo que no entendemos.»

Pero Don Anselmo tomó una decisión. «Lo haré. Por mi hogar, por mi gente y por Estrella. Sabemos que esta tierra está llena de misterios, y no podemos permitir que se destruya.»

La guardiana del río sonrió y extendió su mano. «Entonces, deberás pasar una prueba. Solo quien verdaderamente se dedique a la protección sin egoísmo podrá enfrentar lo que se oculta en las profundidades.»

Don Anselmo montó de nuevo en Estrella, y el río se abrió ante sus ojos, revelando un pasaje subacuático iluminado por piedras preciosas. Acompañado por Blanca, se sumergieron en lo desconocido. Santiago decidió quedarse atrás, cuidando la entrada y rezando por su amigo.

Nadaron hasta llegar a una cueva, donde encontraron un altar de piedra y antiguos jeroglíficos. Un objeto brillaba con luz propia, un amuleto dorado. Don Anselmo lo tomó entre sus manos, sintiendo una energía poderosa. De repente, se escuchó un grito, y unas sombras comenzaron a emerger de las paredes.

Blanca, sin titubear, se colocó al frente. «No nos harán daño,» declaró con firmeza. «Tenemos la pureza de corazón y la promesa de amor verdadero que buscan.»

Las sombras se disolvieron lentamente, como si las palabras de Blanca fueran un conjuro. Estrella relinchó con fuerza, y la cueva comenzó a temblar. Sabían que debían salir rápidamente. Con el amuleto en mano, salieron a la superficie, donde la guardiana les esperaba.

«Han cumplido con su misión,» dijo. «Ahora el valle estará protegido y ustedes serán recordados como los guardianes de Valle del Sol.»

Don Anselmo y Blanca retomaron el camino a través del bosque, dejando atrás el enigma del río encantado pero llevando consigo un nuevo propósito. Estrella, con su majestuosidad dorada, ahora brillaba aún más, como si comprendiera que su travesía había salvado a su hogar.

De vuelta en la granja, Santiago les recibió con alivio y gratitud. El peligro había sido evitado y una nueva etapa de paz y prosperidad comenzaba en Valle del Sol.

Con el paso del tiempo, Don Anselmo y Blanca formaron una familia y la granja creció, y Estrella, siempre presente, les recordaba la importancia de proteger y amar lo que realmente importa.

Moraleja del cuento «La travesía del caballo dorado y el enigma del río encantado»

La pureza de corazón y la determinación pueden enfrentar cualquier adversidad. Nunca subestimemos el poder del amor y la unión para superar los desafíos más oscuros. La verdadera valentía radica en proteger lo que amamos, sin importar los peligros que enfrentemos.

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