La travesía del cocodrilo valiente y su búsqueda del lago encantado
En un vasto y tupido manglar, donde los rayos del sol apenas lograban penetrar el entramado de hojas y ramas, vivía un joven cocodrilo llamado César. Su piel era de un verde intenso, casi esmeralda, y sus ojos, grandes y observadores, denotaban una curiosidad insaciable. Diferente a los de su especie, César era amable y poseía un corazón bondadoso. Creció escuchando historias sobre un lago encantado, oculto en lo más profundo de la selva, cuyas aguas tenían la virtud de otorgar sabiduría y poderes mágicos a quien se sumergiera en ellas.
Una mañana, después de escuchar por enésima vez la leyenda de boca de su abuela Matilde, una cocodrila sabia y respetada en la comunidad, César decidió que encontraría el lago encantado. «Pero, César», le advirtió Matilde, «muchos cocodrilos valientes han intentado encontrar ese lago y ninguno ha regresado. Es una travesía peligrosa.» César, con determinación en su voz, respondió: «Abuela, debo intentarlo. Siento que es mi destino descubrir el lago y desvelar sus misterios.»
Lo primero que hizo fue hablar con los habitantes más antiguos del manglar. La tortuga selma y el jaguar Diego le contaron de las dificultades que enfrentaría en el camino: ríos turbulentos, una selva impenetrable llena de criaturas desconocidas y el águila Alfonso, guardiana del cielo, que atacaba a quien creyera un invasor. Armado con valentía y el mapa dibujado en su memoria gracias a los relatos, César emprendió su viaje al amanecer, cuando las primeras luces del día comenzaban a despuntar.
Su primera prueba llegó al cruzar el río Néctar, caudaloso y traicionero. Una manada de hipopótamos lo miraba desde la distancia, murmurando sobre el atrevimiento del joven cocodrilo. César, cauteloso, inició la travesía nadando con fuerza y destreza. Las corrientes intentaron arrastrarlo, pero su determinación era mayor. Al otro lado, exhausto pero victorioso, continuó su camino.
La selva era densa, un laberinto verde que ocultaba tanto maravillas como peligros. Animales desconocidos observaban desde la sombra, sus ojos brillantes llenos de curiosidad. César, con paso firme, avanzaba serpenteando entre los árboles, siempre vigilante, siempre atento. Fue entonces cuando escuchó el majestuoso y aterrador grito del águila Alfonso. El aire se tensó, y en un abrir y cerrar de ojos, la enorme ave descendió sobre él.
«¿Quién osa invadir mis cielos?», rugió Alfonso, su voz retumbando entre los árboles. «Soy César, el cocodrilo que busca el lago encantado», respondió con firmeza, sin dejar que el miedo invadiera su corazón. Intrigada, Alfonso lo rodeó, examinándolo con sus penetrantes ojos. «Eres valiente, pequeño reptil. Te permitiré continuar, pero debes prometer proteger los secretos del lago.» César asintió, agradecido, y siguió su camino.
Los días pasaron, cada uno con sus propios desafíos. César se enfrentó a serpientes venenosas, arañas gigantes y un sinfín de obstáculos que pusieron a prueba su coraje y astucia. Pero nada lo detenía. Su determinación era su brújula, guiándolo siempre hacia adelante, hacia el lago encantado.
Finalmente, después de una agotadora travesía, César llegó al lago. Era más hermoso de lo que había imaginado. Sus aguas brillaban bajo el sol, reflejando todos los tonos de azul y verde posibles. Al sumergirse, sintió una energía cálida envolviéndolo, llenándolo de una sabiduría ancestral. Comprendió los secretos del agua y la selva, y una voz dulce y melódica le susurró al oído, «has sido digno, César. El poder del lago ahora reside también en ti».
Con nuevas habilidades y una comprensión más profunda de la naturaleza, César inició el camino de regreso. Ahora podía hablar con todos los animales, quienes lo miraban con respeto y admiración. El águila Alfonso le ofreció protección, y la selva, antes un lugar temible, se reveló como un hogar lleno de amigos y aliados.
Al volver al manglar, fue recibido como un héroe. Su abuela Matilde derramó lágrimas de orgullo, y todos los cocodrilos escucharon maravillados las historias de su viaje. César compartió la sabiduría del lago, enseñando a su comunidad a vivir en armonía con la selva y sus criaturas.
El manglar floreció como nunca antes, convirtiéndose en un paraíso de paz y cooperación. Los animales de todas partes venían para aprender de César, y él, con humildad, compartía su conocimiento.
Con el tiempo, César se convirtió en una leyenda, narrada con respeto y admiración por las futuras generaciones. El joven cocodrilo que había partido en busca del lago encantado había encontrado mucho más que sabiduría y poderes mágicos; había encontrado su propósito y había transformado su mundo para mejor.
Moraleja del cuento «La travesía del cocodrilo valiente y su búsqueda del lago encantado»
La verdadera valentía reside en la perseverancia y el deseo de superarse, buscando no solo el beneficio propio sino también el bienestar de los demás. La sabiduría más profunda se alcanza a través del respeto y la armonía con la naturaleza y sus criaturas.