La travesía del saltamontes y el río de los reflejos encantados
En un rincón lejano y olvidado del bosque, donde los rayos de sol perforaban las hojas con tímidos destellos de luz dorada, vivía un saltamontes llamado Benjamín. Con sus patas traseras largas y poderosas, saltaba de un lugar a otro, siempre curioso por descubrir qué había más allá de su hogar. Su cuerpo brillante de color verde destacaba en la espesura del bosque, y sus ojos compuestos permitían ver el mundo con infinitos detalles.
Benjamín no era un saltamontes común y corriente; tenía un espíritu aventurero que lo empujaba a explorar los rincones más recónditos. Un día, mientras descansaba en una hoja de roble, escuchó a unos pájaros parloteando sobre un misterioso río conocido como “el río de los reflejos encantados”. Decían que aquel que se atreviera a cruzarlo encontraría respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que tenía.
Intrigado y lleno de valentía, Benjamín decidió emprender una travesía hacia el río. Recorrió campos de flores, donde las mariposas danzaban alegremente, y atravesó húmedos pantanos plagados de ranas croando sus melodías. Pero su objetivo estaba siempre claro en su mente: encontrar ese enigmático río. Durante su viaje conoció a muchos animales, cada uno contándole leyendas y mitos sobre el lugar al que se dirigía.
Una tarde, al borde de un claro donde las primeras estrellas comenzaban a titilar en el cielo, Benjamín se encontró con un ciervo llamado Héctor. Con su imponente cornamenta y ojos bondadosos, Héctor parecía saber más de lo que dejaba entrever.
“¿Buscas el río de los reflejos encantados?”, preguntó Héctor, su voz resonando con una sabiduría ancestral.
“Así es”, respondió Benjamín, con una mezcla de emoción y aprehensión. “Dicen que allí encontraré respuestas.”
Héctor asintió lentamente. “Es un lugar mágico, pero también peligroso. Solo aquellos con un corazón puro y un alma inquieta pueden cruzarlo. Tendrás que enfrentar desafíos que pondrán a prueba tu valor.”
Determinación brilló en los ojos de Benjamín. “Estoy listo”, declaró con firmeza.
Héctor le dio algunas indicaciones y le deseó suerte en su viaje. Un sentimiento de calidez y gratitud invadió al saltamontes mientras se despedía del ciervo. Más adelante, Benjamín se encontró con María, una ardilla que coleccionaba bellotas doradas, cada una contando una historia de tiempos pasados. Al enterarse de la misión de Benjamín, decidió acompañarle parte del camino.
Ambos compinches compartieron anécdotas y risas mientras saltaban y corrían entre los árboles. María era una excelente contadora de historias, y sus narraciones amenizaban las noches al calor de hogueras diminutas. Una noche, mientras descansaban junto a un arroyo, María se puso seria.
“Benjamín, debes saber que el río no es solo un lugar, sino un reflejo de tu propio ser. Lo que allí veas te cambiará para siempre.”
Benjamín escuchó atentamente, su determinación inquebrantable. Finalmente, al amanecer de un día brumoso, llegaron al río de los reflejos encantados. La superficie del agua parecía un cristal líquido, reflejando no solo el paisaje, sino aspiraciones y miedos profundos. María se despidió dando un abrazo con sus pequeñas patas y deseándole lo mejor.
Con un salto decidido, Benjamín se aventuró a cruzar el río. Fue entonces cuando comenzaron las pruebas. Primero, enfrentó su propio reflejo, que le hablaba con voz grave y sabia, cuestionando cada decisión de su vida. Luego, debe enfrentarse a un laberinto de recuerdos, donde cada desvío era una memoria que le enseñaba algo nuevo sobre sí mismo.
El desafío final fue el más difícil: un colibrí llamado Aurora, que con plumas iridiscentes y voz melódica, le habló directamente al corazón. “Benjamín, ¿qué es lo que realmente deseas saber?”, preguntó Aurora.
Benjamín, tras pensarlo un momento, respondió: “Quiero entender el propósito de mi inquietud, de mis ansias de explorar más allá de mi hogar.”
El colibrí sonrió y, con un revoloteo suave, le mostró un arca empapada en la orilla. “Ahí, Benjamín, encontrarás tu respuesta.”
Dentro del arca, una hoja antigua y dorada contenía un mensaje: “El verdadero viaje es hacia dentro. Quien busca fuera, busca en vano.”
Con una nueva comprensión y paz interior, Benjamín cruzó el río de vuelta, solo para encontrarse con sus amigos esperándolo. Cada aventura, cada encuentro, había sido una pieza de un puzzle enorme que finalmente encajaba. Al compartir sus experiencias y sabiduría, comprendió que su inquietud era el impulso de vivir plenamente, de aprender y crecer.
Benjamín regresó a su hogar en el bosque, no con respuestas concretas, sino con un entendimiento profundo de sí mismo. Continuó explorando, pero con la serenidad de conocer su propósito. Y así, la vida seguía en el bosque, llena de armonía y aventuras diarias, pero siempre con el recuerdo del río de los reflejos encantados en lo más profundo de su ser.
Moraleja del cuento “La travesía del saltamontes y el río de los reflejos encantados”
El viaje que emprendemos hacia fuera es, en realidad, un viaje hacia dentro. Las respuestas que buscamos en el mundo exterior a menudo residen en nuestro propio corazón. La curiosidad, el valor y la introspección nos llevan a comprendernos mejor y vivir con más significado. Así que nunca dejes de explorar, pero recuerda que el destino más importante es conocerte a ti mismo.