Las calabazas de Halloween que querían bailar

Las calabazas de Halloween que querían bailar

Las calabazas de Halloween que querían bailar

En la pequeña aldea de Villa Nochebuena, donde los días eran soleados y las noches parecían llenas de misterio, se acercaba Halloween. Las calles estaban adornadas con telarañas que brillaban como diamantes bajo la luna, y las casas, decoradas con calabazas de diversas formas y tamaños, emitían una luz cálida y acogedora. Sin embargo, en un rincón de la aldea, un grupo de calabazas tenía un sueño muy peculiar: querían bailar.

Entre ellas estaba Lupe, una calabaza de grandes ojos marrones y una enorme sonrisa que iluminaba su rostro anaranjado. Lupe siempre soñaba con el momento en que, bajo la tenue luz de la luna llena, todas las calabazas del jardín danzarían al ritmo de una melodía mágica. “¡Sería maravilloso!”, suspiraba cada vez que veía a los niños de la aldea hacer piruetas en sus disfraces. “¡Imagina cómo brillaríamos!”

Pero había un problema. Cada Halloween, las calabazas eran solo decoraciones; nadie creía que pudieran moverse. “Pero somos calabazas especiales”, decía Severo, un calabacín que soñaba con ser parte del grupo. “Podemos hacer lo que queramos, solo necesitamos un poco de magia”.

Una noche, mientras las calabazas charlaban sobre sus anhelos, el anciano búho Don Eduardo, quien siempre escuchaba desde la rama de un árbol cercano, interrumpió su conversación. “¿Qué es todo este alboroto? ¡Parece que tienen un plan más grande que la vida misma!”, dijo con una voz profunda y burlona.

“Don Eduardo, queremos bailar esta noche de Halloween”, exclamó Lupe emocionada. “Pero no sabemos cómo hacerlo”.

El búho se rascó la cabeza, pensativo. “Danza, eh. No es algo fácil, pero creo que tengo un plan. Necesitan un poco de ayuda mágica. Hay un cuento antiguo que dice que, si una calabaza encuentra su luz interior, podrá moverse y bailar como nunca antes.”

Los ojos de Lupe brillaron. “¿Y cómo encontramos nuestra luz interior, Don Eduardo?”

“Debes mirar en tu interior, en lo que te hace feliz”, respondió el búho con un guiño. “Cada una de ustedes tiene algo especial que las hace brillar. ¡Descúbranlo, y la magia aparecerá!”

Animadas por las palabras de Don Eduardo, las calabazas decidieron que, antes de la llegada de Halloween, cada una exploraría lo que realmente las hacía felices. “¡Hagámoslo juntas!”, propuso Lupe, y se pusieron en marcha.

La primera en intentarlo fue Pepita, una pequeña calabaza que siempre había soñado con pintar. “Me encanta ver los colores”, dijo. “Si pudiera, pintaría el cielo de rosa y las nubes de color morado”. Con cada brochazo que soñaba hacer, Pepita sintió que una chispa de alegría iluminaba su interior.

Luego, fue el turno de Ramón, un robusto calabazón con una voz como trueno. “Yo solo quiero contar historias”, confesó humildemente. “Si me dejan, puedo hablar sobre dragones y aventuras”. Mientras hablaba, notó que su presencia llenaba el lugar de risas y emoción, encendiendo su luz interior.

Finalmente, Lupe compartió su sueño de bailar. “Quiero moverme libremente, como si estuviera en un sueño”, dijo con determinación. Con cada paso imaginario que daba en su mente, Lupe sintió cómo su corazón rebosaba de felicidad.

Las tres calabazas se reunieron al caer la noche, emocionadas por descubrir quienes eran realmente. “Parece que las luces están empezando a encenderse”, dijo Pepita con una sonrisa brillante. “¿Están listas para la gran noche de Halloween?”

“¡Sí!”, gritaron al unísono, y continuaron soñando en grande. Sin embargo, había un pequeño problema: el día de Halloween acercaba y, a pesar de su alegría, el miedo a no poder bailar comenzaba a filtrarse entre ellas.

Cuando comenzó la noche de Halloween, la aldea se llenó de luces parpadeantes y risas. Las casas estaban adornadas de manera espectral, pero las calabazas seguían en su jardín, temerosas de perderse lo que ocurría en el exterior. De pronto, el ambiente cambió. La luna brillaba con una intensidad mágica, y el viento sopló suavemente, trayendo consigo una melodía encantadora.

“¡Chi, chi, chi!”, sonó el viento, como si lo animara a bailar. Lupe miró a sus amigas. “¡Vamos a intentarlo!”, dijo con valentía, mientras su corazón palpitaba con emoción. Con un ligero meneo, la noche se llenó de una luz dorada que iluminó el jardín. ¡Era su momento!

Para asombro de todos, las calabazas comenzaron a moverse, girando y saltando al ritmo de la música que parecía venir de las estrellas. Todos los niños que pasaban por allí se detuvieron, sus ojos deslumbrados, viendo cómo las calabazas danzaban como si fueran un grupo de bailarinas en un escenario. “¡Mira, mamá! ¡Las calabazas se están moviendo!”, gritaban con pura alegría.

El jardín se llenó de risas y asombro, y Lupe, Pepita y Ramón se sintieron felices de ver cómo su sueño se había hecho realidad. “¡Nunca pensé que esto fuera posible!”, exclamó Ramón, mientras realizaba un giro elegante que hizo que todos aplaudieran.

“Es la magia de la felicidad”, dijo Lupe respirando profundamente, mientras disfrutaba cada momento de su baile. “Cuando buscamos lo que realmente amamos, la luz dentro de nosotros se enciende”.

Al final de la noche, cuando la música se desvaneció y los niños empezaron a despedirse, las calabazas regresaron a su lugar en el jardín, exhaustas pero llenas de felicidad. Sabían que, a partir de ese día, siempre podrían bailar, porque llevaban dentro de sí la luz que las unía.

Don Eduardo, quien las observaba desde su rama, sonrió satisfecho. “¡Qué espectáculo! La verdadera magia nunca se apaga cuando uno sigue su corazón”, pensó mientras se acomodaba en su rama para descansar.

Desde entonces, cada Halloween en Villa Nochebuena se convirtió en una celebración de luz, baile y alegría. Y aunque las calabazas siempre estaban listas para bailar, sabían que lo que más valoraban era la amistad y los sueños compartidos.

Moraleja del cuento “Las calabazas de Halloween que querían bailar”

Siempre busca lo que te hace feliz, pues la verdadera magia se encuentra en el corazón de quien se atreve a soñar y a compartir sus sueños con los demás.

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