El guardián Mateo y la misión del agua eterna
En un pintoresco valle rodeado de montañas azules y praderas interminables, se encontraba el pequeño pueblo de Arroyo Claro.
Allí vivía Mateo, un niño de diez años con ojos del color del río al amanecer y un cabello tan revuelto como el viento que soplaba desde las colinas.
Mateo era conocido por su incansable curiosidad y su capacidad para encontrar aventuras en los rincones más simples del mundo.
Pero lo que lo hacía especial no era solo su espíritu inquieto.
Desde que tenía memoria, Mateo sentía una conexión inexplicable con el agua.
Pasaba horas observando cómo las gotas de rocío caían de las hojas, jugando a interpretar los reflejos del sol en el río y escuchando el suave murmullo de los arroyos como si fueran secretos contados solo para él.
Una tarde, mientras chapoteaba en el río con sus amigos Sofía y Lucas, algo extraordinario ocurrió.
Entre las ondas del agua apareció una pequeña figura luminosa.
Parecía una gota de agua, pero tenía una carita risueña y ojos chispeantes como estrellas diminutas.
Mateo se frotó los ojos incrédulo mientras la gotita lo saludaba con una voz melodiosa.
—¡Hola, Mateo! Soy Aqua, el espíritu del agua —dijo la gota, mientras flotaba cerca de él—. He escuchado cuánto amas y cuidas el agua, y necesito tu ayuda.
Mateo, atónito pero emocionado, respondió casi sin pensarlo:
—¡Claro que sí! ¿Qué debo hacer?
Aqua explicó que un pueblo vecino llamado Secaluz estaba al borde del desastre.
Sus ríos se habían secado y las lluvias no llegaban desde hacía meses.
La única solución era encontrar el antiguo Manantial de Cristal, una fuente mágica que solo un corazón puro podía despertar.
Sin dudarlo, Mateo aceptó la misión, aunque Aqua le advirtió que no sería fácil.
—El camino está lleno de desafíos —le dijo la gotita—. Pero confío en ti, Mateo. No estás solo, el agua siempre te acompaña.
Al día siguiente, con una mochila llena de provisiones y su espíritu indomable, Mateo emprendió el viaje.
Sofía y Lucas insistieron en acompañarlo, pero Aqua les explicó que solo Mateo podía completar la misión.
Su primera prueba llegó al adentrarse en un espeso bosque de cañaverales.
Las cañas parecían vivas, moviéndose para bloquear su paso.
Mateo recordó las palabras de Aqua y buscó escuchar el murmullo del agua.
Con paciencia, siguió el sonido hasta encontrar un arroyo escondido que fluía bajo las cañas.
Usando una rama larga, logró abrirse paso y salir al otro lado.
Más adelante, se encontró con un desfiladero donde una enorme serpiente de agua negra bloqueaba el paso.
Sus ojos eran como pozos oscuros y su cuerpo parecía hecho de corrientes turbulentas.
—¿Quién se atreve a cruzar mi dominio? —silbó la serpiente, mostrando colmillos tan afilados como rayos.
—Soy Mateo, y debo llegar al Manantial de Cristal para salvar un pueblo entero —respondió con valentía.
La serpiente rió, pero Mateo, recordando su conexión con el agua, se concentró.
Observó cómo la serpiente se movía, siguiendo el flujo de las corrientes.
Entonces, recogió una piedra lisa y la lanzó con precisión a un remolino en su cola.
La serpiente, desestabilizada, se dispersó en un charco, permitiéndole cruzar.
Finalmente, después de días de caminata, Mateo llegó a un claro donde un círculo de árboles altos rodeaba un estanque.
El agua era tan clara que parecía hecha de cristal líquido. Aqua apareció a su lado, más brillante que nunca.
—Este es el Manantial de Cristal —dijo—. Pero para que vuelva a fluir hacia el pueblo de Secaluz, debes hacerle una promesa sincera.
Mateo se arrodilló junto al agua y dijo con el corazón lleno de emoción:
—Prometo protegerte siempre, respetarte y enseñarle a los demás lo importante que eres para nuestra vida.
En ese instante, el estanque comenzó a burbujear. Chorros de agua emergieron con fuerza, creando pequeños arroyos que corrían en todas direcciones. Aqua sonrió satisfecha.
—Lo has logrado, Mateo. El agua fluirá nuevamente hasta Secaluz, y la vida regresará a ese pueblo.
Mateo emprendió el regreso, guiado por los nuevos arroyos que conducían al pueblo vecino.
Cuando llegó a Secaluz, los habitantes no podían creer lo que veían.
El agua regresaba, trayendo consigo el verde a las tierras agrietadas y la alegría a los corazones apagados.
Las nubes, como agradeciendo la valentía de Mateo, se reunieron en el cielo y comenzaron a llorar una lluvia suave.
La tierra bebió con avidez, y las plantas comenzaron a brotar de inmediato.
Los niños corrieron bajo la lluvia, mientras los adultos agradecían emocionados a Mateo.
Aqua apareció por última vez para despedirse.
—Mateo, gracias por tu valentía y amor. Eres un verdadero guardián del agua.
Desde ese día, Mateo dedicó su vida a proteger el agua, enseñando a los demás su importancia.
Con el tiempo, Secaluz y Arroyo Claro se unieron en una sola comunidad, más fuerte y unida.
Moraleja del cuento: «El guardián Mateo y la misión del agua eterna»
El agua es un tesoro que la naturaleza nos confía.
Al cuidarla, no solo protegemos nuestro presente, sino que también aseguramos un futuro lleno de vida y esperanza.
Abraham Cuentacuentos.
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