Nils Holgersson
Nils Holgersson
En un rincón escondido del vasto bosque de Flovern, vivían diminutas criaturas conocidas como los Pequeñines, pequeños como una nuez y ágiles como un colibrí. Sus casas estaban talladas en troncos de abedules y setas gigantes, iluminadas por luciérnagas que amablemente ofrecían su luz cada noche. La vida transcurría en armonía entre pinturas de hojas y pétalos de flores silvestres. Entre ellos destacaba Nils Holgersson, un Pequeñín de corazón valiente pero de estatura insignificante, incluso para los estándares de su propio pueblo.
Nils, con sus rizos dorados y ojos redondos del color de la miel, era conocido por su habilidad para resolver enigmas y su inagotable curiosidad. A menudo se le veía con su mejor amigo, Chiquirico, una ardillita gris tan veloz como intrépida, saltando de rama en rama mientras Nils planeaba sus siguientes aventuras. Pero había algo que inquietaba a Nils: el Misterioso Mundo de los Gigantes, un reino prohibido más allá del Bosque Flovern que siempre había soñado explorar.
Una calurosa tarde de verano, mientras el viento susurraba sus secretos a través de las ramas, Nils, sentado en un claro del bosque, esbozó su plan más audaz hasta entonces. “¡Vamos a ahorrar tiempo y a explorar el reino de los Gigantes, Chiquirico!” exclamó emocionado.
Chiquirico, con sus ojillos resplandores, asintió vigorosamente, “¿Seguro que quieres hacerlo ahora, Nils? Todos los Pequeñines piensan que es demasiado peligroso.”
“Precisamente por eso lo haremos. Nunca conoceremos las maravillas que se esconden allí si vivimos con miedo,” respondió Nils con convicción. Con esta determinación, comenzaron a preparar su travesía, llevando solo lo esencial en una pequeña mochila de hojas trenzadas.
A medida que la luz del día se desvanecía, los dos amigos emprendieron el camino hacia los confines del bosque. Cada paso era un reto, pues los senderos se tornaban estrechos y llenos de trampas naturales. Atravesaron ríos en hojas flotantes y escalaron piedras gigantes que parecían montañas. La primera sorpresa llegó en forma de un gigantesco escarabajo dorado que bloqueaba su camino.
“¡Quieto, Nils! Esa criatura parece peligrosa,” susurró Chiquirico.
Nils, sin embargo, observó al escarabajo detenidamente y notó un resplandor en sus ojos, como si intentara comunicarse. “Creo que solo está asustado,” dijo Nils, extendiendo cuidadosamente una hoja. El escarabajo, curioso, se acercó lentamente y, para asombro de ambos, escribió en la arena con sus patas: “Soy Atilio, guía del Mundo de los Gigantes.”
La revelación dejó a Nils y Chiquirico boquiabiertos. “¿Nos llevarías allí?” preguntó Nils aún más fascinado.
Atilio asintió y comenzó a avanzar, abriendo paso por estrechas grietas y arbustos densos hasta un portal escondido entre raíces retorcidas. Al cruzarlo, fueron recibidos por un paisaje abrumador: plantas enormes, flores del tamaño de árboles y pájaros con plumas iridiscentes que llenaban el aire con sus cantos melódicos.
Sin embargo, la belleza del lugar pronto quedó eclipsada por un enigma mucho más grande. En medio del esplendor, un castillo imponente se alzaba, vigilado por faunos y ninfas que custodiaban tesoros ocultos. En el centro del castillo, en un trono de cristal, se encontraba la Reina Meliflua, una precisa gobernante entre los Gigantes y las Criaturas Diminutas.
“Bienvenidos, viajeros,” dijo Meliflua con voz dulce pero autoritaria. “Sabía que vendríais, Nils Holgersson. Vuestra fama os precede.”
“Majestad,” respondió Nils con una reverencia, “Aventuras como la nuestra deben tener un propósito. Hemos venido buscando respuestas a nuestras preguntas sobre este lugar.”
Meliflua asintió. “Habéis de resolver tres desafíos. Sólo entonces comprenderéis los secretos de este reino y podréis compartir su sabiduría.”
El primer desafío fue descifrar un antiguo jeroglífico tallado en una roca gigantesca. Junto a Chiquirico y Atilio, Nils observó los símbolos y pronto encontró sentido en ellos interpretando un delicado poema oculto en el tallado. Era un acertijo sobre la armonía entre Grandes y Pequeños.
Superado el primer desafío, hicieron frente al segundo: navegar por un lago repleto de flores de loto, donde debían encontrar la flor dorada que florecía solo bajo la luna llena. Gracias a la agilidad de Chiquirico y la perspicacia de Nils, encontraron la flor dorada a tiempo para llevarla de vuelta al castillo.
El tercer y último desafío se presentó como el más difícil. Consistía en deducir la identidad de un misterioso ser que custodiaba el puente de cristales hacia la cima del castillo. Tras muchas horas de deliberación y observación, Nils descubrió que el guardián no era más que su propio reflejo, una alegoría de que las respuestas y el valor se encontraban en el interior de cada uno.
Al superar el último desafío, Meliflua los recibió de nuevo y, con una sonrisa maternal, dijo: “Habéis demostrado que la grandeza y la sabiduría se hallan en el espíritu y no en el tamaño. Podréis regresar a vuestro mundo con las respuestas que buscabais.”
Nils y Chiquirico, llenos de gratitud, emprendieron el camino de regreso. Pero esta vez, la travesía parecía más sencilla, más luminosa. Al llegar a su hogar en el Bosque Flovern, los Pequeñines los recibieron como héroes y celebraron con una gran fiesta bajo las estrellas.
A partir de aquel día, el Reino de los Gigantes dejó de ser un misterio temido para convertirse en un símbolo de la aventura y el coraje, recordando a todos que ningún sueño es demasiado grande para quienes están dispuestos a perseguiros, sin importar su tamaño pequeño.
Moraleja del cuento “Nils Holgersson”
La verdadera grandeza no reside en el tamaño físico sino en la fortaleza del espíritu y la valentía del corazón. Siempre que se actúe con sabiduría, humildad y coraje, cualquier obstáculo puede ser superado y cualquier sueño puede alcanzarse, no importa cuán pequeños seamos.
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