Cuento: «Nubes de algodón y estrellas de caramelo» – Una aventura dulcemente mágica

Cuento: "Nubes de algodón y estrellas de caramelo" - Una aventura dulcemente mágica 1

Nubes de algodón y estrellas de caramelo

En un reino donde el cielo era un lienzo de nubes suaves y estrellas dulces, vivía una pequeña ardilla llamada Lina.

Sus ojos brillaban con la curiosidad de los bosques y su pelaje parecía teñido con los colores del ocaso.

Lina disfrutaba de los días serenos recolectando nueces y observando los caprichosos juegos de las nubes.

Una mañana, la pequeña ardilla decidió que quería tocar una nube.

Se lo contó a su amigo Bruno, el búho, quien la miró con sus ojos sabios y parpadeó suavemente.

«Las nubes están hechas de sueños de niños y risas de ancianos,» decía con voz calmada. «Es un viaje tranquilo, pero largo, ¿estás segura de querer emprenderlo?» Lina asintió, confiada.

No tardaron en encontrarse con Valentina, la liebre, que con agilidad y suavidad de movimientos les enseñó cómo las hojas de los árboles susurraban secretos de viento para quien quisiera escucharlos.

Valentina sonrió y pronunció con ternura: «El viento nos enseña a volar con la mente mientras nuestros pies acarician la tierra.»

Ondulando entre los pastos, se deslizaba serenamente Teo el caracol, quien les habló de la paciencia.

«La grandeza de los pequeños momentos construye la vida,» murmuró con una voz que parecía un arrullo. «No hay prisa cuando se busca tocar el cielo.»

Guiados por estos consejos, los amigos emprendieron su viaje.

Caminaron por senderos que se entrelazaban como trenzas de hierba y flores.

Al caer la noche, las estrellas de caramelo parpadeaban guiñándoles el camino, como luciérnagas en un baile etéreo.

Ellos conversaban con las criaturas del bosque, cada una compartiendo historias de días y noches, de lunas llenas y ríos que fluían al compás de melodías olvidadas.

Lina escuchaba embelesada, su corazón danzando con cada nueva palabra.

Una vez, tras un día de andanzas, se encontraron con un viejo roble llamado Cornelio.

Su tronco era el refugio de historias y su sombra, un cobijo de paz.

«Para alcanzar una nube, uno debe aprender a escuchar el silencio,» dijo Cornelio en un susurro, como si el misterio del universo habitara en sus palabras.

Lina cerró sus ojos y respiró hondo.

Sintió como el silencio le hablaba.

Era una melodía sin sonido, un abrazo sin contacto.

Cuando los abrió, una pluma ligera como el aire flotaba frente a ella.

Era el regalo del roble.

Continuaron su aventura, y cada paso les llevaba más cerca del cielo.

Con cada plática, sus almas se llenaban de sabiduría y sus risas se mezclaban con el murmullo de las hojas y el canto de los ríos.

Una noche, mientras descansaban bajo un manto de suaves nubes y estrellas titilantes, Lina soñó con flotar.

Sentía la brisa acariciando su pelo y el aroma de la libertad inundando su ser.

Al despertar, compartió su sueño con Bruno y Valentina, quienes sonreían entendiendo que el viaje había cambiado algo en su interior.

Una tarde, cuando las sombras se alargaban y el sol pintaba el cielo de tonos naranjas y rosas, llegaron al pie de la montaña más alta que jamás habían visto.

«Aquí debe ser», murmuró Lina, su voz llena de emociones entrelazadas. Bruno asintió y Valentina exclamó suavemente, «Es más hermosa de lo que imaginé».

Ascendieron por la montaña, donde cada paso parecía más ligero que el anterior.

Por el camino, pequeñas criaturas les sonreían y rendían homenaje a su valentía.

Un coro de grillos les acompañaba con una sinfonía para darles ánimos.

Al llegar a la cima, sus ojos vieron el horizonte abrazar el cielo.

Los tonos púrpuras y naranjas iluminaban las nubes, y una en particular, suave y blanca, descendió ante ellos. Parecía invitarlos a subir y compartir sus secretos.

Lina, con el corazón palpitando de alegría, se acercó a la nube.

Bruno y Valentina la seguían, y juntos se posaron sobre ella.

Era suave, cálida y acogedora, como un lecho de sueños tejidos con amor.

Desde aquella altura, la ardilla podía ver el reino entero, las tierras que contaban la historia de su viaje.

Cada ser que habían conocido les mandaba buenos deseos con el viento.

Con su pequeña mano, Lina tocó la nube y se maravilló al sentir cómo era al mismo tiempo etérea y palpable.

Las nubes le susurraron al oído: «Todo aquel que busca la belleza con el corazón puro, encontrará el camino para tocar el cielo».

Sintiéndose plena y agradecida, la pequeña ardilla se recostó en la nube.

Bruno y Valentina hicieron lo mismo y entre sonrisas, cerraron los ojos.

La nube los envolvió en un abrazo mullido y comenzó a cantarles una nana de estrellas y viento.

El reino entero parecía mecerse al ritmo de la nana.

Las estrellas de caramelo parpadeaban con más dulzura, y las nubes de algodón cobraban vida, danzando alrededor de nuestros amigos.

El viaje había sido largo, pero ahora, recostados sobre la nube de sus sueños, Lina, Bruno y Valentina comprendían que la verdadera magia estaba en cada encuentro, en cada historia y en cada paso que dieron juntos.

Bajo el cielo sereno, se dejaron llevar por el dulce sueño.

Y mientras los primeros rayos del amanecer teñían de dorado el paisaje, los tres amigos, acariciados por la luz, sonreían dormidos.

Las criaturas del bosque, los árboles y el viento guardaban silencio, honrando el descanso de los soñadores que habían tocado las nubes y, con ellas, las estrellas de caramelo.

Moraleja del cuento Nubes de Algodón y Estrellas de Caramelo

La vida es un viaje sereno donde cada experiencia es un susurro del tiempo.

Busca la belleza en la armonía de los pequeños momentos, y hallarás al final del camino que los sueños acarician la realidad cuando el corazón es puro y la compañía es sincera.

Abraham Cuentacuentos.

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