Pelusín, la mariposa y la amistad
Érase una vez, en un bosque encantado donde el sol filtraba su luz dorada entre las hojas y el viento susurraba dulces melodías, un pequeño conejito llamado Pelusín.
Con su pelaje suave como el algodón y sus orejitas siempre atentas, Pelusín era el más curioso y alegre de la madriguera donde vivía junto a su familia.
Su hogar, una acogedora madriguera bajo un viejo roble, olía a hojas frescas y tierra cálida, y era un lugar seguro donde siempre regresaba después de sus aventuras diarias.
Cada día, Pelusín salía al amanecer a jugar con sus amigos del bosque.
Correteaba entre las flores, saltaba sobre charcos y escuchaba los cuentos del búho sabio al caer la tarde.
Pero un día, mientras exploraba cerca de un claro lleno de margaritas, vio a una pequeña mariposa posada sobre una hoja, con las alas caídas y temblorosas.
—¿Qué te ocurre, pequeña mariposa? —preguntó Pelusín, acercándose con cuidado.
La mariposa levantó su cabecita, y con voz suave y triste, respondió:
—Me he perdido, no sé cómo volver a mi hogar… el viento me trajo hasta aquí y ahora no sé regresar.
Al ver la tristeza en los ojos de la mariposa, Pelusín sintió un calorcito en su corazón.
—No te preocupes, yo te ayudaré a encontrar el camino —dijo el conejito con una sonrisa amable.
Pelusín dejó que la mariposa se subiera a su lomo, y juntos emprendieron el viaje de regreso.
Cruzaron praderas llenas de flores, saltaron sobre arroyos y subieron colinas suaves cubiertas de hierba.
La mariposa, poco a poco, volvió a batir sus alas con fuerza, llena de esperanza gracias a la compañía de su nuevo amigo.
Finalmente, llegaron a un rincón del bosque donde el aire olía a miel y las flores danzaban al ritmo del viento. La mariposa revoloteó felizmente al reconocer su hogar.
—¡Gracias, Pelusín! —dijo la mariposa—. Si alguna vez necesitas ayuda, prometo que estaré allí para ti.
Pelusín sonrió y movió sus largas orejitas con alegría. Al despedirse, sintió que había hecho un nuevo amigo y que aquel día había sido más especial que ninguno.
Los días pasaron y Pelusín continuó explorando el bosque, haciendo amigos en cada rincón.
Jugaba con el zorro astuto, que inventaba divertidos acertijos; escuchaba las lecciones del búho sabio, que le enseñaba cosas maravillosas sobre el bosque; y saltaba de rama en rama con la ardilla saltarina, que nunca se cansaba.
Pero un día, mientras jugaba cerca de un arroyo transparente, Pelusín resbaló sobre una roca cubierta de musgo y cayó al agua con un gran “¡plof!”.
La corriente lo arrastraba suavemente, pero el pequeño conejito no sabía nadar y comenzó a patalear, asustado.
—¡Ayuda! —gritó Pelusín, mientras el agua salpicaba a su alrededor.
De repente, un batir de alas familiar rompió el aire.
Era su amiga, la pequeña mariposa, que llegó volando rápidamente al escuchar su llamada.
Sin dudarlo, se lanzó al agua, dejando un rastro brillante de polen dorado en el aire.
Aunque era pequeña, la mariposa batió sus alas con todas sus fuerzas y guio a Pelusín hacia la orilla, donde el conejito pudo recostarse, jadeando y temblando.
—¿Estás bien, amigo mío? —preguntó la mariposa, posándose suavemente sobre su cabeza.
Pelusín sacudió el agua de su pelaje y, con una sonrisa agradecida, respondió:
—Gracias a ti, estoy a salvo. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.
Desde aquel día, Pelusín y la mariposa se volvieron inseparables.
Juntos exploraron más rincones del bosque, ayudaron a otros animales que necesitaban una mano amiga y compartieron aventuras inolvidables.
La amistad entre ellos creció como una flor bajo el sol, fuerte y hermosa.
Cada noche, cuando el cielo se llenaba de estrellas brillantes, Pelusín miraba al cielo y sonreía al ver a su amiga volar entre las flores, recordándole lo importante que es ser generoso y ayudar a quienes nos rodean.
Moraleja del cuento «Pelusín, la mariposa y la amistad»
La verdadera amistad se fortalece con pequeños actos de bondad, y ayudar a los demás siempre vuelve a nosotros cuando más lo necesitamos.
Abraham Cuentacuentos.