Promesas bajo la luna llena
Entre las colinas de un pequeño pueblo bañado por la suave luz de las estrellas, vivía un joven llamado Adrián, cuyo corazón latía al ritmo sereno de la naturaleza que lo rodeaba.
Poseía una mirada tan profunda como el océano y sus cabellos caían en cascada, oscuros como la noche sin luna. No obstante, su alma era luminosa y gentil.
En la misma aldea, había una muchacha de nombre Clara, reconocida por su delicadeza y su sonrisa, capaz de convertir el más frío invierno en primavera.
Su cabello dorado y sus ojos color cielo contrastaban con la marcada timidez que envolvía su ser.
Ambos jóvenes compartían la edad de los sueños incipientes, apenas rozando los 16 años, donde cada sentimiento se magnifica y cada instante puede convertirse en eterno en el corazón.
Un día, mientras Adrián paseaba por el bosque, perdió su camino entre el laberinto de pinos y abedules.
Mientras la desesperación empezaba a anudarse en su garganta, escuchó una melodía proveniente de un claro cercano.
Siguiendo el sonido, encontró a Clara, quien tocaba una flauta, ajena al mundo. Sus notas eran como el canto de un ruiseñor.
—Permíteme felicitarte —dijo Adrián, con una voz que temblaba ligeramente como la brisa entre las hojas—, tu música es más bella que el amanecer.
Clara, sobresaltada al principio, dejó escapar una sonrisa y sus mejillas se tiñeron de un suave rubor.
—No sabía que alguien me escuchaba —confesó con una voz dulce y melodiosa.
A partir de ese momento, algo mágico surgió entre ellos; era como si las piezas de un puzle largamente esperado comenzaran a encajar. Se encontraban cada tarde en el mismo claro, compartiendo música, risas y sueños.
Las estaciones se sucedían, pero el amor que crecía entre ellos era tan constante como el paso del tiempo.
Sus almas, antes solitarias, ahora bailaban una danza silenciosa al compás del corazón del otro.
Muchos de sus encuentros eran simples diálogos llenos de significado, otros eran silencios compartidos, pero en todos había una promesa no dicha, una esperanza que esperaban compartir.
Una noche de luna llena, mientras el astro brillaba con un esplendor inaudito iluminando el claro, Adrián tomó la mano de Clara y le confesó:
—Cada vez que la luna llena asciende en el cielo, mi corazón late más fuerte, sólo pensando en verte. —Su voz era un murmullo emocionado que se fundía con el susurro de las hojas.
Clara, cuyos ojos reflejaban la luminiscencia de la luna, respondió con emoción:
—No hay melodía en este mundo que pueda expresar lo que siento cuando estás cerca. Eres la promesa de cada amanecer, el suspiro de la brisa nocturna.
En ese momento, sellaron un pacto eterno, prometiéndose amor y compañía bajo la bendición de la luna llena y las estrellas testigos.
Los días se tornaban más dulces con el amor que compartían. La noticia de su afecto se extendió a lo largo del pueblo y, como un cuento de hadas, todos celebraron su unión.
La benevolencia de la naturaleza parecía sonreírles, y sus familias aceptaron con cariño la relación floreciente.
Las adversidades, aunque escasas, no tardaron en presentarse, mas ambos encontraron la forma de superarlas juntos, fortaleciendo los lazos que ya de por sí parecían inquebrantables.
Un día, una terrible tormenta golpeó el pueblo, arrasando con varios caminos y dejando a los jóvenes sin poder encontrarse en su claro.
La preocupación llenó sus corazones, como nubarrones oscureciendo el cielo despejado.
—Debemos tener fe —dijo la madre de Adrián, con una sonrisa cálida—. El amor encuentra siempre su camino, incluso en la tempestad más feroz.
Tomando las palabras de su madre como un faro en la tormenta, Adrián decidió atravesar el bosque, guiado únicamente por la promesa que había hecho bajo la luna.
Clara, por su lado, no permitió que el miedo la paralizara.
Tomó su flauta y tocó la melodía que tanto amaba Adrián, deseando con todo su ser que la música fuera su guía.
Como si el destino mismo interviniera, la tormenta comenzó a amainar, y una vez más la luna llena surgió, rompiendo las nubes y alzándose con majestuosidad.
Adrián, siguiendo el sonido de la flauta, encontró a Clara, y en su abrazo, el miedo y la preocupación se disolvieron como la niebla ante los primeros rayos del sol.
—Prometo que siempre encontraré el camino hacia ti —susurró Adrián, sellando su declaración con un beso casto en la frente de Clara.
—Y yo prometo esperarte, siempre —respondió Clara, apoyando su cabeza en el pecho de Adrián, escuchando el latido constante de su corazón.
La vida continuó y su amor perduró a través del tiempo, siempre renovado, siempre firme. Crecieron juntos y enfrentaron juntos cada desafío, siempre con la esperanza y la serenidad que les brindaba saber que tenían al otro.
La luna llena fue su cómplice en cada paso, su confidente en cada suspiro, hasta que llegó el día en que ambos decidieron comprometerse frente a su pueblo, en el claro que había sido testigo de su amor desde el primer encuentro.
Con la bendición de sus seres queridos y la luz de la luna como su eterno faro, Adrián y Clara juraron amor y fidelidad, prometiendo cuidarse y respetarse en cada etapa de la vida.
El amor que un día había comenzado con una melodía y una sonrisa, se convirtió en una historia relatada de generación en generación, un cuento de amor verdadero que desafiaba la fugacidad del tiempo y los cambios inesperados del destino.
Moraleja del cuento de amor: «Promesas bajo la luna llena»
Así, los jóvenes aprendieron que las promesas hechas con amor puro y verdadero son como la luz de la luna llena; aunque las tormentas de la vida traten de oscurecerlas, siempre encontrarán la forma de brillar con fuerza y guiar los corazones unidos por la sinceridad y la esperanza.
Abraham Cuentacuentos.