La puerta mágica del otoño y el viaje de Martín hacia la sabiduría y la amistad
Hay llaves que no abren puertas. Abren caminos.
Y hay caminos que solo aparecen cuando las hojas empiezan a caer.
Martín lo sabía. O al menos, lo intuía.
Vivía en un pueblo rodeado de bosques que, en otoño, parecían pintados a mano.
Le encantaban los colores de los árboles, el crujido bajo las botas, y, sobre todo, las historias que su abuelo contaba al calor del fuego.
La llave que abre el otoño
Un día, mientras jugaba entre los robles, vio algo brillar bajo un montón de hojas secas.
Era una llave.
Pequeña, de metal viejo… pero con algo especial.
Una forma que no encajaba con ninguna cerradura que conociera.
Corrió a casa, la mostró a su abuelo y este, tras un largo silencio, le dijo:
—Dicen que esa llave solo aparece en otoño… y que abre una puerta que no todos pueden ver. Si decides buscarla, ve con el corazón despierto. Porque donde hay maravilla… también hay desafío.
Martín no lo dudó.
Guardó la llave, preparó una mochila con poco peso y muchas ganas, y al día siguiente volvió al bosque.
Y allí, donde nunca antes había habido nada… la encontró.
Una puerta solitaria entre los árboles, hecha de madera dorada y musgo vivo.
Giró la llave.
Y el otoño se abrió.
Lo que el bosque le enseñó
Al otro lado de la puerta, el bosque era otro.
Los árboles eran tan altos que rozaban las nubes.
Las hojas, de todos los colores del fuego.
El aire olía a castañas y a algo que no sabía nombrar, pero que le daba ganas de seguir.
Martín no había dado diez pasos cuando escuchó risas… y gritos.
Se escondió tras un tronco y vio una escena insólita: un zorro nervioso, un ciervo elegante y un búho con cara de “yo tengo razón”.
—¡Yo soy el más importante del bosque! —decía uno.
—¡Mentira, lo soy yo! —saltaba otro.
—¡Silencio! El más sabio soy yo —sentenció el búho, ajustando sus gafas.
Martín salió de su escondite y, con voz firme pero tranquila, propuso algo:
—¿Y si en lugar de discutir… buscáis la perla de la sabiduría? Quien la encuentre, tendrá razón de verdad.
Aceptaron. Y cada uno se fue por su lado.
Martín también buscó.
Caminó entre zarzas, se raspó las rodillas, se cayó y se levantó.
Hasta que, junto a un lago tan quieto como el tiempo, una rana con voz risueña le dijo:
—La sabiduría está donde no se presume de tenerla. Ve al claro del fondo.
Allí la encontró: una perla pequeña, luminosa, que parecía latir.
Volvió con ella entre las manos.
El zorro, el ciervo y el búho le esperaban.
Al ver la perla, callaron.
Martín no se quedó con ella.
Se las entregó y dijo:
—No importa quién sea el mejor. Lo que importa es lo que podéis hacer juntos. Así fue como la encontré: gracias a alguien que nadie había escuchado.
Los tres animales se miraron.
No dijeron nada.
Pero algo en ellos cambió.
Martín volvió a cruzar la puerta.
Al llegar a casa, su abuelo ya le esperaba.
—¿Y qué aprendiste? —le preguntó.
Martín sonrió.
—Que la sabiduría no es saber más. Es compartir lo que encuentras por el camino.
Desde entonces, cada otoño, se sienta junto al fuego a contar esta historia.
Y todos los niños del pueblo se acercan a escucharle.
Quién sabe… Puede que uno de ellos encuentre la llave algún día.
Moraleja del cuento «La puerta mágica del otoño y el viaje de Martín hacia la sabiduría y la amistad»
La verdadera sabiduría no vive en quien presume de saber, sino en quien escucha, se cae, pregunta… y comparte lo que descubre.
Y si además lo cuenta junto al fuego, en otoño, se vuelve inolvidable.
Abraham Cuentacuentos.















