Pulgarcita

Pulgarcita

Pulgarcita

En un reino lejano, oculto entre montañas nevadas y bosques frondosos, vivía una reina con una bondad tan grande como el océano. Su nombre era Reina Sofía, y su mayor anhelo era tener una hija. Después de muchos años orando y deseando con todo su corazón, una mañana de primavera, Sofía encontró una pequeña semilla dorada en su jardín. La plantó con gran esmero y, días después, de ella brotó una flor resplandeciente.

Dentro de aquella flor descansaba una pequeña niña, tan diminuta como un pulgar, y la Reina Sofía la llamó Pulgarcita. A pesar de su tamaño, Pulgarcita tenía una belleza deslumbrante: sus cabellos eran dorados como el sol y sus ojos azules reflejaban la vastedad del cielo. Pulgarcita no solo impresionaba con su apariencia, sino también con su corazón generoso, siempre dispuesto a ayudar a los demás.

Los años pasaron, y Pulgarcita se hizo conocida no solo por su bondad, sino también por su destreza en el arte de la música y la danza, que alegraba a todos en el reino. Sin embargo, la felicidad en el reino estaba destinada a ser efímera, pues una gran oscuridad se cernía sobre ellos sin que lo supieran.

Una noche, mientras Pulgarcita dormía plácidamente en su pequeño lecho de pétalos, una sombra furtiva se deslizó por la ventana. Era la malvada bruja Beatriz, quien odiaba la belleza y bondad en el mundo. Con un hechizo silencioso, Beatriz raptó a Pulgarcita y la llevó a una cueva profunda y lúgubre en lo más recóndito del bosque encantado.

Cuando la Reina Sofía encontró el lecho vacío de Pulgarcita, su corazón se rompió en mil pedazos. Inmediatamente, llamó a todos los habitantes del reino para organizar una búsqueda. El más valiente de los caballeros, Don Fernando, prometió encontrar a Pulgarcita y traerla de regreso.

El viaje de Don Fernando fue arduo y lleno de peligros. Los densos bosques estaban llenos de criaturas temibles y acertijos engañosos. Sin embargo, Don Fernando nunca perdió la fe. Una tarde, mientras descansaba junto a un arroyo plateado, se encontró con un hada etérea llamada Alegría, quien irradiaba una luz cálida y reconfortante con sus alas translúcidas.

«¿Qué te trae por estos caminos oscuros, valiente caballero?» preguntó Alegría.

«Busco a Pulgarcita,» dijo Don Fernando con determinación, «la princesa, raptada por la bruja Beatriz. ¿Sabes dónde podría estar?»

Alegría cerró los ojos un momento, percibiendo las energías del bosque. «Pulgarcita está cautiva en la Cueva de las Sombras, al norte de aquí. Pero necesitarás más que tu valentía para liberarla.»

El hada le dio a Don Fernando un cristal mágico que brillaba con una luz incandescente. «Este cristal te guiará y protegerá. También te daré tres polvos mágicos: uno de invisibilidad, otro de fuerza sobrehumana y finalmente, el polvo del amor verdadero, que puede romper cualquier hechizo.»

Con el corazón lleno de esperanza y gratitud, Don Fernando siguió su camino. Mientras tanto, en la Cueva de las Sombras, Pulgarcita rehusaba dejar que la desesperanza la alcanzara. Recordaba historias de heroísmo y valor contadas por su madre, y confiaba en que alguien vendría a rescatarla.

Días después, Don Fernando llegó a la entrada de la cueva. La oscuridad era tan densa que ni siquiera la luz del sol podía penetrar aquel lugar tenebroso. El valiente caballero frotó el cristal mágico, y una luz brillante iluminó su camino. Siguiendo los pasadizos serpenteantes, pronto escuchó un susurro tenue.

«¿Hay alguien ahí?» llamó suavemente.

«¡Por favor, ayúdame!» respondió una voz dulce. Era Pulgarcita.

Don Fernando apresuró su paso y encontró a la diminuta princesa cautiva en una jaula de cristal oscuro. «Voy a sacarte de aquí,» le prometió, y usó el polvo de fuerza sobrehumana para romper las resistentes cadenas que la mantenían presa.

Justo cuando Don Fernando abrazaba a Pulgarcita para protegerla, la bruja Beatriz apareció en un torbellino de humo y llamas. «¡No escaparás tan fácilmente!» gritó ella con voz estridente. Intentó lanzar un hechizo mortal, pero Don Fernando utilizó el polvo de invisibilidad para esquivar su ataque.

Aprovechando la confusión, el caballero batalló ferozmente con la bruja, pero su magia era poderosa. Justo cuando parecía que todo estaba perdido, Pulgarcita se escurrió de Don Fernando y corrió hacia la bruja, arrojando el polvo del amor verdadero sobre ella. Con un grito ensordecedor, el hechizo de la bruja se rompió, y Beatriz comenzó a encogerse hasta desaparecer en un estallido de luz.

El ambiente de la cueva cambió instantáneamente: las sombras se disiparon, y una luz dorada comenzó a llenar el lugar. «Has sido muy valiente, Pulgarcita,» dijo Don Fernando, admirado por su coraje.

«Gracias por venir a rescatarme,» dijo Pulgarcita, agradecida pero también fortalecida por la experiencia.

Regresaron al reino, donde la Reina Sofía y todos los habitantes del reino los recibieron con lágrimas de alegría y celebraciones. Desde ese día, Pulgarcita no solo fue conocida por su bondad y destreza artística, sino también por su valentía y capacidad de sacrificio.

El reino continuó prosperando bajo el reinado justo de Reina Sofía. Pulgarcita y Don Fernando se unieron en matrimonio, volviendo su amor una leyenda contada por generaciones. A su vez, Alegría, el hada, se convirtió en la protectora del reino, asegurándose de que ninguna otra sombra se cerniera sobre ellos.

Moraleja del cuento «Pulgarcita»

La valentía no se mide por el tamaño o la fuerza, sino por la capacidad de enfrentar nuestros miedos y proteger a los que amamos. No importa cuán pequeño sea uno, siempre hay una chispa de grandeza en el interior esperando ser descubierta.

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