Rapunzel
En una tierra lejana, más allá de las montañas y los ríos, se hallaba el reino de Amatista, un lugar donde la magia y la belleza se entrelazaban como las ramas de un mágico bosque encantado. En aquel reino reinaba la joven princesa Rapunzel, cuyos cabellos dorados caían como cascadas de oro hasta el suelo. Su risa era musical, sus ojos azul zafiro reflejaban la claridad del cielo, y su dulzura era tan palpable como la textura de las hadas que la rodeaban.
Rapunzel vivía en un castillo de torres altas y misteriosas, decorado con vitrales que reflejaban la luz del sol en colores iridiscentes. Amatista era un lugar donde las hadas volaban libres, y la magia impregnaba cada rincón. Estas criaturas luminosas con alas translúcidas eran amigas íntimas de Rapunzel, y siempre le ofrecían su consejo y compañía.
Una mañana, mientras Rapunzel peinaba sus largos cabellos frente a un espejo con marco dorado, una hada llamada Coralina entró por la ventana. Coralina era pequeña y etérea, con alas que brillaban en tonos verde esmeralda, y una melena roja que contrastaba con su piel pálida como el mármol.
—Rapunzel, mi querida amiga —dijo Coralina con voz cristalina—, he visto una sombra en los bosques que oscurece la paz de nuestro reino. Debemos estar alerta.
—Coralina, ¿qué has visto exactamente? —preguntó Rapunzel, sus dedos deteniéndose en medio de una trenza.
—Una figura encapuchada, moviéndose entre los árboles como si fuera una sombra misma. Su presencia me hace temer que algo oscuro se aproxima —contestó Coralina mientras flotaba en círculo, nerviosa.
Rapunzel sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Sabía que las hadas eran sabias y que su intuición nunca fallaba. Decidieron reunir a las demás hadas en el Gran Salón de Espejos, donde las luces mágicas creaban un ambiente de seguridad y protección.
En el Gran Salón llegada la tarde, se congregaron hadas de diversas formas y colores: Azucena, de alas lilas y cabellos plateados; Mandarina, con cuerpo ámbar y destellos dorados; y Rubí, con ojos de fuego y una energía que irradiaba valentía. Cada una, con su personalidad única, ofreció sus consejos y se comprometió a proteger a Rapunzel y al reino.
Mientras debatían, una sombra se deslizó entre las columnas del salón. Todos se quedaron mudos, hasta que apareció una figura encapuchada: era un caballero de armadura oscura, con una capa rasgada que dejaba entrever una marca en forma de serpiente en su brazo.
—No temáis, no vengo a haceros daño —dijo el caballero con voz grave, retirándose la capucha y revelando un rostro joven pero marcado por cicatrices—. Mi nombre es Alejandro, y he venido a advertiros del peligro que se avecina.
El caballero Alejandro contó su historia: había sido maldecido por una bruja malvada llamada Malvina, quien planeaba invadir Amatista con su ejército de criaturas oscuras. Al entender la seriedad de la situación, Rapunzel decidió acudir a la fuente de la Sabiduría Ancestral, un manantial escondido en lo más profundo del Bosque de Cristal.
—Alejandro, nos acompañarás —dijo Rapunzel con determinación—. Coralina y las demás hadas también vendrán. Juntos, encontraremos la manera de vencer a Malvina.
El viaje al Bosque de Cristal estaba lleno de obstáculos. Cruzaron praderas resplandecientes bajo la luz de la luna, enfrentaron tormentas mágicas y criaturas que querían desviarles del camino. Pero la unión y la fuerza de voluntad les mantenían firmes. Durante las noches, alrededor del fuego, Alejandro relataba sus desdichas y se vislumbraba un afecto creciente entre él y Rapunzel.
Una noche, bajo el manto de estrellas, Alejandro confesó.
—Rapunzel, desde el momento en que te vi, supe que lucharé por ti y por tu reino hasta mi último aliento.
—Y yo estoy profundamente agradecida, Alejandro. Tu fortaleza me inspira —respondió Rapunzel, un rubor en sus mejillas.
Finalmente, llegaron a la Fuente de la Sabiduría Ancestral. El agua relucía en mil colores, reflejando mágicas escrituras en su superficie. Las hadas formaron un círculo alrededor de Rapunzel, quien se arrodilló y sumergió las manos en el manantial. En ese momento, una figura de luz surgió del agua: la mismísima guardiana de la Fuente.
—Princesa Rapunzel, he vislumbrado tu coraje y la lealtad de tus amigas. La bruja Malvina puede ser vencida por la pureza del corazón y la unión de las almas valientes —declaró la guardiana—. Lleva contigo esta gema de luz, que sólo se activará al unir verdaderos corazones.
Con la gema en mano y la determinación arraigada en sus corazones, el grupo regresó al castillo para prepararse para la batalla final. Malvina no tardó en aparecer con su ejército de sombras y criaturas terribles, sus ojos llenos de odio y envidia.
—¡Ah, pequeña Rapunzel, tus cabellos dorados no te salvarán hoy! —gritó Malvina, una mueca de desprecio torciendo su rostro estrecho y pálido.
En un choque de fuerzas, Rapunzel, con la ayuda de Alejandro y las hadas, lucharon valientemente. Las criaturas de la oscuridad eran poderosas, y Malvina dirigía su magia negra con furia. Pero en medio del caos, Rapunzel y Alejandro se miraron y supieron lo que debían hacer. Juntos, sostuvieron la gema de luz y dejaron que sus corazones brillaran. La luz estalló en una ráfaga cegadora, disolviendo las sombras y derrotando a Malvina.
El reino de Amatista resplandeció una vez más. Las hadas que habitaban el lugar retomaron sus cantos y danzas, y el pueblo volvió a sentir paz y alegría. Alejandro, liberado de su maldición, se quedó en el reino como guardián y amigo de Rapunzel.
Con el tiempo, Rapunzel y Alejandro se dieron cuenta de que sus corazones latían al mismo ritmo. Se comprometieron a gobernar con justicia y amor, siempre atentos a la amistad y la magia que les había unido.
Y así, el reino de Amatista prosperó bajo el liderazgo de los valientes corazones unidos de Rapunzel y Alejandro, rodeados de sus fieles amigas hadas, eternamente vigilantes y protectoras de esa tierra encantada.
Moraleja del cuento «Rapunzel»
La valentía y la unión son más poderosas que cualquier oscuridad. La verdadera fortaleza reside en los corazones que se mantienen puros y firmes en su lucha por el bien, y no hay obstáculo que no pueda ser vencido cuando se enfrenta con amor y solidaridad.