Simbad el marino
Había una vez en un pueblo costero llamado Puerto del Alba, un joven marinero llamado Simbad. No era el Simbad de los viejos relatos, sino uno nuevo, con el brillo del mar en la mirada y un corazón inquieto siempre en busca de aventura. Simbad tenía el pelo negro como la noche y unos ojos verdes que recordaban la calma antes de la tormenta. Era un joven noble, obstinado y tenía un espíritu valiente, siempre dispuesto a embarcarse en cualquier viaje sin importar cuán peligroso pudiera ser.
La vida de Simbad transcurría en la monotonía hasta que un día, mientras navegaba cerca de una isla misteriosa, encontró una botella flotando. Dentro había un pergamino envejecido que portaba un mapa hacia una tierra desconocida plagada de innumerables tesoros y criaturas mágicas. No pudo contener su curiosidad, así que recogió el pergamino, lo enrolló nuevamente y lo guardó en su chaqueta, sintiendo que aquel hallazgo cambiaría su vida para siempre.
De regreso al puerto, Simbad no podía mantener el descubrimiento solo para sí. Su amigo Rodrigo, un hombre alto y rubio conocido por su sabiduría y habilidades en navegación, fue el primero en enterarse. Rodrigo, fascinado con la oportunidad, no dudó en unirse a Simbad en esta nueva empresa. Juntos, comenzaron a preparar su barco, “La Sirenita”, asegurándose de que estuviera pertrechada con suficientes provisiones para meses.
La noticia del misterioso mapa pronto llegó a oídos de la herrera del pueblo, Isabela, una mujer de temple firme y brazos robustos. Isabela había forjado las mejores espadas del reino y anhelaba nuevas aventuras. A pesar de las murmuraciones de que las mujeres no debían embarcarse en semejantes viajes, Isabela hizo caso omiso de las críticas y se ofreció a acompañar a Simbad y Rodrigo, llevando consigo un arsenal de armas poseedoras de una aleación secreta conocida para derrotar a las bestias más temibles.
Días después, «La Sirenita» surcaba los mares con sus tres intrépidos tripulantes. La travesía al principio resultaba apacible, con el sol iluminando las velas y las olas susurrando cantares añejos. Sin embargo, al llegar justo a los límites del mapa, una densa niebla empezó a abrazar al barco. La visibilidad se redujo a solo unos metros y la incertidumbre empezó a calar en los nervios del grupo.
– «Esto no me gusta nada,» – exclamó Isabela mientras apretaba el pomo de su espada, sintiendo el peso del acero en sus manos. – «Nunca había sentido una niebla tan inquietante.»
– «Tranquila, quizás sea solo una cortina antes del amanecer,» – intentó calmarla Rodrigo, aunque estaba claro que también sentía la misma inquietud.
Como si los sortilegios hubieran cobrado vida, la niebla de pronto se disipó revelando una isla que no se parecía a ninguna otra. Gigantescas flores lumínicas que cambiaban de color adornaban campos verdes y los árboles poseían hojas de matices azules y dorados. Se respiraba magia en el aire, y la fascinación casi ahoga cualquier temor.
Explorando la isla, los tres encontraron un antiguo templo cubierto en enredaderas y musgo. En su centro, una gran puerta de piedra con inscripciones en una lengua olvidada. Simbad, con la fuerza de su convicción, empujó la puerta que se abrió lentamente, revelando pasajes oscuros adornados con frescos de criaturas mitológicas.
Mientras avanzaban con antorchas en mano, una figura se materializó entre las sombras. Era un dragón, majestuoso y esmeralda, cuyos ojos parecían esferas incandescentes. Pero este no era un dragón común, era Guardián, una entidad sabia que había custodiado la isla por milenios.
– «¿Quién se atreve a perturbar mi descanso?» – rugió el dragón, su voz retumbando con ecos ancestrales.
Sin vacilar, Simbad avanzó y respondió con firmeza: – «Somos viajeros en busca de conocimiento y tal vez un poco de fortuna. Mi nombre es Simbad, y estos son mis compañeros, Rodrigo e Isabela. No venimos con malas intenciones.»
El dragón los observó con cautela, percibiendo la pureza de sus corazones. – «Si vuestra intención es noble, deberéis pasar tres pruebas que pondrán a prueba vuestro valor, inteligencia y bondad.»
La primera prueba los llevó a un bosque encantado, en el que debían recuperar un cristal luminoso rodeado de criaturas invisibles. Rodrigo, usando su sabiduría, recordó historias antiguas de cómo los fragmentos de espejo podían revelar a los invisibles. Rompió un espejo de su kit de navegación, desvelando a las criaturas, y lograron recuperar el cristal sin más percance.
La segunda prueba les hizo atravesar un terreno pantanoso cubierto de dudas y miedos, donde las sombras representaban sus peores temores. Fue Isabela quien, armada con su valentía y convicción, cortó a través de las sombras, recordándoles que juntos eran más fuertes que cualquier miedo.
Para la tercera y última prueba, fueron llevados a un acantilado con un puente colgante estrecho, encima de un río hirviente. La prueba exigía confiar ciegamente el uno en el otro. Con sus manos unidas, cruzaron el puente apoyándose y alentándose mutuamente, sintiendo cómo cada paso los acercaba no solo al otro lado, sino al fortalecimiento de su amistad.
Al final, el dragón los esperaba con una reverencia. – «Habéis demostrado que vuestros corazones son sinceros. Como recompensa, os concederé un deseo que podrá transformar vuestro destino.»
Simbad, Rodrigo e Isabela se miraron, entendiendo que el verdadero tesoro era la aventura compartida, pero decidieron pedir paz para su pueblo natal de Puerto del Alba, que había sido azotado por conflictos durante años.
El dragón, conmovido por su altruismo, cumplió el deseo, y los futuros problemas del pueblo se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Con el agradecimiento en sus corazones, volvieron a “La Sirenita”, y levantaron anclas rumbo a casa, sabiendo que la verdadera riqueza era la que llevarían en sus corazones.
A su regreso, Puerto del Alba estaba transformado. Los habitantes, libres de sus viejos rencores, los recibieron con abrazos y alegría. Desde aquel día, Simbad, Rodrigo e Isabela se convirtieron en los héroes que trajeron esperanza en un mundo que había olvidado el brillo de la hermandad y el coraje desinteresado.
Moraleja del cuento «Simbad el marino»
En el caleidoscopio de la vida, el verdadero tesoro se encuentra en las pruebas superadas y en la amistad sincera. La valentía y la bondad no solo conquistan desafíos, sino que también tienen el poder de transformar el mundo entero.