El sueño fragmentado de Nilo el elefante
Bajo la bóveda estrellada de un cielo que se desvanecía dando paso a los primeros albores del amanecer, la vida en la selva palpitaba con el rítmico y constante tamborileo de millones de corazones.
En esa compleja sinfonía de sonidos y colores vivía Nilo, el elefante de bosque, con su piel manchada por el barro y su mirada tan profunda como los secretos que guardaba la selva.
Nilo era un gigante amable, un campeón nato con una sabiduría ancestral grabada en cada pliegue de su piel.
Pero incluso para alguien como él, la selva escondía desafíos y peligros que se extendían como sombras entre los frondosos árboles.
«La selva está cambiando,» murmuraba Marah, la sabia anciana tortuga, mientras observaba cómo una manada de cazadores furtivos invadía el oasis de paz.
«Debemos actuar, pero con astucia y coraje,» aconsejaba con su voz que era como el susurro del agua sobre las piedras.
A su lado, Nilo asentía gravemente. Los sonidos de los árboles siendo derribados y los gritos de animales asustados pulsaban en sus sensibles oídos.
«¿Qué podemos hacer, Marah? Somos los guardianes de este lugar, pero nuestra fuerza parece poca frente a la avaricia de los hombres.»
«La unión hace la fuerza, Nilo,» dijo Marah con convicción, mientras una gota de rocío se deslizaba por su caparazón verdoso. «Convoca a los demás, hablemos con ellos. Juntos, debemos crear una estrategia.»
Fue así como la asamblea de los animales tomó lugar.
El claroscuro de la selva servía de cámara para el consejo. Las sombras de los participantes, grandes y pequeños, se dibujaban gigantescas en la penumbra, como fantasmas de una era olvidada.
Había una tensión palpable que se colaba entre las copas de los árboles.
Leopoldo, el león de melena dorada, con cicatrices que contaban historias de enfrentamientos pasados, propuso una ofensiva. «¡Debemos rugir tan fuerte que esos monstruos huyan despavoridos!»
«La violencia solo traerá más violencia,» replicó Penélope, la paraba de colores vibrantes cuya sabiduría era tan deslumbrante como su plumaje. «Necesitamos un plan que proteja a todos, sin efusión de sangre.»
Justo cuando las propuestas empezaban a hacerse eco en el corazón de cada animal, una presencia se hizo notar.
Era Kairo, el astuto zorro, que con su pelaje color fuego atravesó la asamblea con sigilo, casi sin hacer ruido.
«Amigos míos, tengo una idea. ¿Qué pasaría si, en vez de ahuyentarlos, los guiamos lejos, hacia un lugar donde puedan entender el verdadero valor de nuestra selva?»
Su idea era insólita pero intrigante. Hablaría sobre usar la misma selva para hacer ver a los cazadores los desastres que causaban.
«Usaremos nuestras voces, nuestras pisadas y la magia de este lugar para engañarlos. Crearemos ilusiones para confundirlos y conducirlos fuera de aquí,» disertó Kairo.
Luego de escuchar a Kairo, todos los asistentes de la asamblea cuchicheaban entre sí discutiendo la viabilidad del plan.
Nilo, cuyo corazón siempre latía al ritmo de la selva, sabía que debía poner su ingenio y fuerza al servicio del plan.
«Hermanos y hermanas,» dijo imponente, «debemos unirnos y trabajar juntos como nunca antes lo hemos hecho.»
Y así, la silenciosa obra comenzó a tejerse como si la misma selva conspirara para protegerse.
Los monos comenzaron a balbucear en lenguajes extraños, las aves desplegaban sus alas en patrones hipnóticos, y hasta las pequeñas hormigas formaban filas que semejaban serpientes zigzagueantes en la hojarasca.
Los cazadores, desconcertados ante tales manifestaciones, empezaron a dudar.
Sus mapas ya no coincidían con el terreno que pisaban y las sombras parecían esconder espectros. «¿Estás viendo lo mismo que yo?» dijo uno, temblando al percibir una sinfonía de sonidos que parecía querer guiarlos lejos.
Nilo, adelante en el camino, levantaba cada pesada pata con el cuidado de un bailarín.
Su trompa soplaba suavemente, humedeciendo el aire con una neblina que difuminaba la realidad. Sabía que no tenían mucho tiempo.
La selva estaba en sus últimas defensas y cada minuto contaba.
La estrategia estaba funcionando.
Los cazadores parecían perdidos, confundidos, abrumados por la magnificencia de un hogar que había volcado en su contra.
Kairo, con su sigilo de sombra, les robó las brújulas y dispersó sus herramientas de destrucción.
La trampa estaba lista, y en el instante crucial, los cazadores se encontraban en la frontera de la selva, donde la vegetación daba paso a un claro que revelaba el impacto devastador que habían causado.
Allí, los esperaba una sorpresa.
Frente a ellos, un grupo de ambientalistas les bloqueaba el paso.
Era una alianza previamente formada por los animales, quienes habían enviado mensajeros a las aldeas cercanas buscando apoyo humano.
Los cazadores, atrapados entre sus crímenes y la justicia, no tuvieron más opción que rendirse.
«Nunca subestimen el poder de la selva,» decía uno de los activistas mientras ataba las manos de un cazador.
«Ella siempre encuentra la manera de defenderse, ya sea con la ayuda de sus animales o de aquellos humanos que aún conservamos la capacidad de amarla y respetarla.»
Con los cazadores llevados ante la ley, la vida en la selva volvió a la normalidad, pero con una renovada determinación de proteger su hogar.
La asamblea de animales se convirtió en una tradición, una donde todos los seres vivos participaban para preservar el equilibrio de su mundo.
Nilo, convertido en héroe, paseaba con serenidad por la selva que tanto amaba, recordatorio viviente de la victoria de la naturaleza.
Y fue en uno de esos atardeceres dorados, que Marah lo encontró nuevamente. «Has hecho mucho, viejo amigo,» dijo ella.
«Juntos hemos hecho mucho, sabia Marah,» respondió Nilo. «Ahora, la selva puede soñar nuevamente.»
Moraleja del cuento «El sueño fragmentado de Nilo el elefante»
En un abrazo de vides y raíces, el corazón de la selva late al unísono con aquellos que escuchan y entienden sus necesidades.
La fuerza bruta puede parecer poderosa, pero la audacia, la inteligencia y la unión de propósitos son los verdaderos artífices del cambio.
Así, el cuento nos enseña que aunque seamos diferentes, juntos tenemos la capacidad de preservar y amparar la vida en todas sus formas, garantizando el futuro para aquellos que aún no tienen voz.
Abraham Cuentacuentos.