Sueños compartidos bajo la luna
Una vez en un reino lejano, bajo el manto celestial bordado de estrellas, había un joven caballero llamado Esteban, cuyo corazón era tan puro como el cristal.
La luna llena era su cómplice; cada noche, su luz se deslizaba sigilosa a través de la ventana de Esteban, envolviéndolo en un halo etéreo mientras el joven reflexionaba sobre los misterios del amor.
Esteban tenía una amiga de infancia llamada Amara.
Ella era la hija del bibliotecario del pueblo y había crecido entre cuentos y leyendas, lo que había dotado a su espíritu de una inigualable imaginación.
Amara era de tez suave y ojos que recordaban al primer brote verde de la primavera. Su cabello caía en cascadas de oro sobre sus hombros, capturando la luz de la luna.
“Amara”, le decía Esteban, en sus largos paseos nocturnos, “¿crees que el amor puede cambiar el curso de los astros?”.
Y ella respondía con voz susurrante: “El amor tiene el poder de cambiarlo todo, incluso lo inmutable”.
En una de sus largas charlas, bajo un viejo roble, contó una leyenda que había descubierto entre los libros de su padre: existía un lago mágico cuyas aguas se decía que reflejaban el destino de quienes se miraban en ellas bajo la luna llena.
Movido por la curiosidad y su inquietud interna, Esteban propuso visitar el lago para descubrir sus verdades ocultas.
La travesía hacia el Lago de los Destinos fue larga y ardua.
Cruzaron colinas susurrantes y bosques que murmuraban secretos, hasta que al fin, tras una noche de luna llena, llegaron a sus ribetes plateados.
Juntos, miraron en sus profundidades, y vieron reflejadas sus vidas pasadas y futuras, entrelazadas como los hilos de un mismo tejido.
“Esteban, ¿ves lo que yo veo?”, preguntó Amara, su voz temblaba como una hoja tocada por el viento del otoño.
“Sí, Amara. Parece que nuestros destinos han sido uno desde el comienzo”, respondió él con una certeza que calentó su corazón.
Pero en su reflejo no solo vieron amor, también enfrentamientos y despedidas, retos que pondrían a prueba su valentía.
Entre ellos estaban las sombras de una bruja melancólica que habitaba en la fortaleza olvidada al otro lado del lago. Se decía que su corazón una vez conoció el amor pero ahora estaba consumido por la tristeza.
Sabedores de que el amor era el único camino para enfrentar las sombras, Esteban y Amara continuaron su vida juntos con valentía.
Las estaciones cambiaron y con ellas los desafíos, pero la llama del amor nunca menguó.
Se enfrentaron a pruebas que habrían desgarrado corazones menos fuertes, pero los suyos eran resistentes como el roble bajo el cual se confesaron su amor.
El día llegó cuando la bruja melancólica envió su desafío.
“Para probar vuestro amor, traedme la Flor de Luna, que florece una vez cada cien años en el Valle de la Penumbra, donde nunca llega la luz del día”, dijo con voz que era como el crujir de hojas secas.
Esteban y Amara partieron al alba.
El Valle de la Penumbra era un lugar de silencios y brumas.
Allí, la Flor de Luna yacía, solitaria y hermosa, custodiada por la serpiente de mil ojos.
Casos la serpiente, hipnotizados por la dulzura de las aventuras que Amara contaba, se enroscaban y dormían plácidamente, permitiendo que Amara tomara una flor sin ser molestada.
Con la Flor de Luna en su poder, volvieron al encuentro de la bruja.
Al contemplar la flor y escuchar los relatos de valor y amor verdadero de Amara y Esteban, el corazón endurecido de la bruja comenzó a suavizarse.
Lágrimas que no había derramado en siglos brotaron de sus ojos, y con cada lágrima su maldad se desvanecía.
“Vuestro amor ha roto el hechizo que a mí misma me condenó”, proclamó la bruja.
Y en ese momento, transformada por la redención, se disolvió en luz, que iluminó el lago hasta el amanecer.
Esteban y Amara regresaron a su aldea como héroes.
El caballero y la hija del bibliotecario, unidos por un amor probado y verdadero, celebraron una unión tanto ante los ojos de los hombres como bajo la mirada de las estrellas.
Las historias de su valentía y amor se entretejieron con las estrellas, pasando de generación en generación, convirtiéndose en leyendas.
El Lago de los Destinos se convirtió en un lugar de peregrinación para los enamorados, quienes al mirar en sus aguas bajo la luna llena, siempre encontrarían reflejado el verdadero rumbo de sus corazones entrelazados.
Así, estrella tras estrella, susurro tras susurro, Esteban y Amara vivieron hasta el final de sus días, amándose en cada crepúsculo y cada alba, siempre juntos, siempre uno al lado del otro, como los reflejos del lago que los vio descubrir su amor, eterno e inmortal.
Moraleja del cuento “Sueños compartidos bajo la luna”
Como las estrellas guían a los viajeros y la luna vigila la noche, el amor verdadero es la luz que ilumina las almas, el lazo que une destinos y la fuerza que vence adversidades.
Porque en la trama del universo, cada corazón enamorado es una chispa divina, cada acto de amor un hilo de esperanza, y cada cuento de amor compartido, una semilla que florece, inmortal, en el jardín del tiempo.
Abraham Cuentacuentos.