Susurros del mar en noche serena
La brisa marina se deslizaba sutilmente entre las cortinas de la cabaña, ondeándolas en un lento baile que parecía sincronizarse con el suave resplandor de la luna.
Era una noche mágica, una de esas en las que el cielo y el mar parecen intercambiar confidencias antiguas en forma de susurros de mar.
En medio de esa atmósfera encantadora, se encontraban Valeria y Eduardo, una joven pareja que había decidido pasar unos días cerca del mar para celebrar su amor y reconectar con la naturaleza.
Eduardo, con su carácter espontáneo y tierno, decidió sorprender a Valeria esa noche con un cuento para dormir.
—Déjame contarte la historia de Marino, el pescador que logró descubrir los secretos más profundos del océano —comenzó con voz suave, mientras sus dedos dibujaban círculos distraídos sobre el hombro de ella.
Marino era un hombre de mediana edad, con una barba espesa color sal y pimienta, y unos ojos tan azules como el horizonte que amaba.
Su vida era simple, pero estaba colmada por una única certeza: el mar.
—“No hay secreto que el mar guarde que yo no pueda comprender” —solía decir con una sonrisa serena, más llena de respeto que de orgullo.
Lo que Marino desconocía era que esa noche, frente al mar azul sin fin que susurra cuentos de sal y libertad, iba a descubrir algo que le cambiaría el alma.

Valeria se acurrucó más cerca, atrapada por la calidez de la voz de Eduardo, que envolvía la habitación como una marea lenta y reconfortante.
Marino había zarpado al caer la tarde.
Su pequeña embarcación flotaba con calma sobre las olas.
Al anochecer, encendió una lámpara de aceite que colgaba del mástil; su luz temblorosa parecía un faro danzando al ritmo del agua.
De pronto, una luminiscencia emergió desde las profundidades.
Al principio pensó que era el reflejo de su lámpara, pero pronto entendió que aquella luz no le pertenecía.
—¿Qué era esa luz? —interrumpió Valeria con los ojos entrecerrados de emoción.
Eduardo sonrió y respondió:
—Era un ser de pura energía. Un guardián del mar. Uno de esos espíritus que pocas veces se dejan ver.
Marino, movido por la fascinación, se sumergió.
Bajó con su viejo traje de buceo, con el corazón latiéndole como si el océano palpitara en su pecho.
La luz lo envolvió y lo condujo a través de un portal submarino hacia una ciudad sumergida, donde los peces hablaban, los corales resplandecían como joyas vivas, y las sirenas entonaban melodías que sabían a memoria ancestral.
—Estás en el corazón del mar —le dijo una voz dulce, como un eco luminoso que no necesitaba forma.
Marino escuchó, con los ojos humedecidos por la belleza y el asombro.
—Desde hace siglos vigilamos el equilibrio del océano, pero necesitamos a un humano. Uno que lo ame sin desear poseerlo. Uno que entienda los susurros del mar.
—¿Yo? —preguntó él, tocándose el pecho con la punta de los dedos. —¿Cómo podría ser yo, un simple pescador, ese elegido?
—Porque los humildes no conquistan el mar, lo escuchan —respondió la voz.
Valeria exhaló, rendida al embrujo del cuento.
Eduardo la observó con ternura.
A su alrededor, la cabaña se llenaba de la misma magia que vibraba en las palabras.
De vuelta en la ciudad sumergida, Marino aceptó el pacto: proteger los secretos del océano y enseñar a los humanos a convivir en armonía con él.
A cambio, se le otorgó el don de comprender a todas las criaturas marinas… y el derecho a seguir escuchando los cuentos que el mar, incansablemente, le contaría.
Regresó a su pueblo con la mirada iluminada y un mensaje claro: había que cuidar aquel mundo azul como se cuida algo amado.
Valeria, vencida poco a poco por la paz que el cuento le transmitía, soltó un pequeño bostezo.
Eduardo bajó el tono, acariciándole la frente con un dedo.
—Y así, Marino vivió entre dos mundos: el de la tierra que lo vio nacer… y el de las aguas profundas que le confiaron su alma.
Y cuentan que aún hoy, si prestas atención a la brisa nocturna, puedes oír cómo el mar azul sin fin susurra cuentos de sal y libertad…
Con esa última frase, Valeria se hundió dulcemente en el sueño, quizás guiada por corrientes marinas invisibles hacia la ciudad que Marino conoció.
Eduardo cerró los ojos, arropado por el ritmo del oleaje, y dejó que los susurros del mar también lo llevaran al otro lado del descanso.
La cabaña, ahora en silencio, siguió latiendo con la historia.
Y la noche, fiel testigo del amor compartido, se encargó de guardar su promesa: Seguir contando, una vez más, el cuento de Marino.
Moraleja del cuento «amor y respeto por la naturaleza»
En el abrazo del mar y la tierra, en la danza eterna de las olas, se esconde una lección que Marino nos dejó como legado:
Que el respeto por la naturaleza es un puente hacia el verdadero amor.
Y que quien escucha con humildad… entiende los susurros del mar.
Porque es en la simplicidad de la conexión con nuestro mundo donde encontramos los verdaderos secretos de la vida y el amor.
Valoremos y cuidemos nuestra casa, el planeta, y las enseñanzas que sus susurros nos brindan noche tras noche.
Abraham Cuentacuentos.