El tesoro de la primavera en viaje de autodescubrimiento y amistad
Aquel año, cuando la primavera asomó sus primeras flores entre la hierba húmeda, Lucas sintió que algo distinto flotaba en el aire.
El campo, que conocía como la palma de su mano, parecía ahora murmurar secretos entre las ramas.
Con los bolsillos llenos de curiosidad, se internó en un sendero nuevo que se abría tímido entre los matorrales.
A cada paso, el aire olía más dulce, las hojas brillaban como recién pintadas y las mariposas danzaban como si supieran algo que él no.
Pronto, encontró una mariposa atrapada en una telaraña.
La liberó con cuidado, y ésta, alzando el vuelo, le susurró:
—Sigue el camino de las flores, y encontrarás el tesoro que solo los corazones puros pueden ver.
Lucas caminó entre margaritas abiertas como soles, cruzó riachuelos que reían con espuma, y escuchó a los árboles hablar con voz de hojas.

Más adelante, un zorzal revoloteaba nervioso.
—Pequeño viajero, he perdido mi nido. Mis crías me esperan. ¿Me ayudarás?
Lucas asintió. Lo buscó, lo halló, lo cuidó.
El zorzal, agradecido, cantó con emoción: —Sigue volando con los pies, y alcanzarás campos donde la alegría florece.
Ya cerca del final del día, una abeja desorientada zumbaba entre las flores.
—He perdido mi colmena, y con ella, a mi reina.
Lucas la acompañó con paciencia.
Al encontrar el panal, las abejas lo recibieron con un zumbido cálido, casi como un abrazo.
Entonces, la abeja reina se posó ante él y dijo:
—Por tu bondad y tu valor, mereces ver lo que pocos ven.
Lo guiaron hasta una pradera escondida, donde las flores parecían hechas de luz.
Allí, el zorzal, la mariposa y la abeja lo rodearon y le hablaron en coro: —Has descubierto el verdadero tesoro de la primavera: ayudar, cuidar y compartir.
Lucas se tumbó entre las flores mágicas.
Cerró los ojos, y la brisa le trajo una certeza tranquila: la primavera no era solo colores, era una manera de estar en el mundo.
Y desde entonces, cada vez que el campo florece, hay quien dice que se oye una risa infantil entre las ramas… como si Lucas aún siguiera allí, ayudando sin hacer ruido.
Abraham Cuentacuentos.