Cuento: En la sombra de la selva el último suspiro de la pantera Maya

Cuento: En la sombra de la selva el último suspiro de la pantera Maya 1

En la sombra de la selva el último suspiro de la pantera Maya

En lo profundo de la selva asiática, resplandecía la luna, vertiendo su alabastro resplandor sobre los árboles milenarios, en una noche tejida de secretos.

Una suave brisa susurraba entre las frondas, llevando consigo el rumor del arroyo cercano.

No era solo el viento el que hablaba; los aullidos nerviosos de los monos advertían sobre una presencia furtiva: Maya, la pantera nebulosa, cuyos ojos brillaban como dos esmeraldas encendidas en la oscuridad de la jungla.

Aunque Maya era un espíritu majestuoso del bosque, su alma estaba teñida por el temor y el dolor.

Los cazadores hambrientos de gloria y riquezas habían merodeado su territorio, y ahora, eran sus huellas las que marcaban el suelo, que una vez fue un tapiz de vida.

Jadeante, con el aliento pesado, Maya recorría el suelo en silencio, su piel manchada mimetizándose perfectamente con la vegetación, escapando de un peligro siempre latente.

«Maya», susurró en un suspiro el anciano Banyan, el árbol que conocía todos los secretos del bosque.

«Nuestra madre tierra se desmorona y la codicia de los forasteros te arrastra hacia el abismo.»

Su voz retumbaba como un eco antiguo, lleno de sabiduría y tristeza.

Maya se detuvo, sus bigotes vibraron ligeramente al sentir la profundidad de sus palabras.

La pantera nebulosa bajó su cabeza en reverencia ante el anciano Banyan y con un rugido que más parecía un murmullo, declaró, «Ayúdame a encontrar un lugar seguro, para mí y para las crías que espero».

Era el inicio de una travesía, una odisea en la sombra de la selva, donde cada movimiento contaba y cada alianza era crucial para la supervivencia.

Mientras tanto, un grupo de elefantes, liderados por el sabio y viejo Aroon, transitaba por senderos bañados en sombra.

«El equilibrio de la selva se halla perturbado», rumió Aroon, observando las marcas dejadas por los humanos.

Su piel arrugada era como el registro de innumerables historias, y sus colmillos, una reliquia del poderío que una vez fue suyo.

«Hermana Maya», llamó en voz alta, «une tu camino al nuestro, y juntos hallaremos ese refugio».

La propuesta del patriarca Aroon era generosa, pero las vastas extensiones de la selva estaban plagadas de trampas y peligros no solo para Maya, sino también para los elefantes y otros seres del bosque.

Las heridas de Aroon eran testimonio de los encuentros pasados con esas amenazas, y su memoria, un mapa de las rutas más seguras.

Mientras avanzaban, se sumó Kala, la inteligente mona que había alertado a los demás de la presencia de Maya inicialmente.

«Los ojos y oídos de la selva pueden ser tu salvación», proclamó, trepando ágilmente por las altas copas de los árboles.

Sus manos ágiles y su mirada inquieta eran la perfecta combinación de astucia y curiosidad.

«Observaré desde lo alto y guiaré vuestros pasos lejos de la desgracia».

Así, a medida que el alba teñía de dorado los contornos de la selva, un pacto de solidaridad se formó entre estos seres, tan diferentes en forma, pero unidos en espíritu.

Maya caminaba con la calma regia que la caracterizaba, su gestación avanzada imponiendo una gravidez a su paso que inspiraba a la manada a protegerla por instinto.

De pronto, el tranquilo viaje se vio interrumpido por el estruendo de los camiones que se acercaban, llevando dentro a hombres con herramientas capaces de destrozar la vida en su camino.

La tensión vibró en el aire, y cada animal buscó refugio mientras el ruido invasor se apoderaba del ambiente.

Maya sintió el impulso de huir, pero Aroon la detuvo con un toque gentil de su trompa.

«La fuerza bruta nos ha fallado antes», dijo sabiamente Aroon. «Debe haber otra manera de enfrentar esta amenaza».

La convicción en sus ojos era palpable, y todos en la manada sintieron su resolución. Kala, con su vista afilada, observó a lo lejos la llegada de más humanos, pero estos transportaban objetos extraños y llevaban amuletos verdes colgados en sus cuellos.

Maya percibió que estos nuevos humanos no tenían la misma oscuridad en sus ojos que los cazadores.

Estos caminaban con un propósito diferente, uno que respetaba el latido de la selva. «Esperanza», pensó Maya, el término resonando profundamente en su ser.

Eran conservacionistas, llegados para proteger lo que aún quedaba de aquel santuario natural.

Cautelosamente, los conservacionistas se aproximaron, hablando en un tono suave y tranquilizador.

Uno de ellos, una mujer de mirada cálida y manos suaves, se dirigió a Maya y su compañía.

«Venimos a ayudar», dijo con una voz que fluía como un calmante río.

La mujer, llamada Ranya, formaba parte de una organización dedicada a la conservación de la vida salvaje y a la restauración de los hábitats destruidos.

La selva se llenó de actividad, mas no de la destrucción acostumbrada: era el ajetreo de la esperanza.

Los conservacionistas trabajaban para establecer un santuario, desmantelando trampas, plantando árboles y creando un refugio donde los animales podían vivir sin miedo.

Maya observaba todo desde las sombras, sus ojos desafiando al futuro.

La compañía de animales, guiada por Kala y Aroon, y ahora vigilada por los conservacionistas, se desplazó hacia las partes más remotas de la selva, donde se alzaba el proyecto del santuario.

Maya, protegida por el celo de sus amigos y los esfuerzos humanos, dio a luz a sus crías en un lugar seguro y sagrado, donde el peligro se mantenía a raya.

Los pequeños felinos, réplicas diminutas de su majestuosa madre, abrieron sus ojos a un mundo nuevo, uno donde la compasión y la colaboración empezaban a sanar las heridas del pasado.

Cada ronroneo, cada juego despreocupado, era un himno a la vida que proseguía contra toda adversidad.

La selva, que una vez había sido una cacofonía de temores y amenazas, ahora retumbaba con el eco de la existencia en equilibrio.

Los animales, grandes y pequeños, encontraron un santuario, un hogar donde podían florecer sin el soplo siniestro de la extinción acechándolos.

Y así, la leyenda de Maya, la pantera nebulosa, y la manada de corazones valientes se entrelazó con los cantos de las aves y el susurro de las hojas.

Esta historia, un tapestry de valor y hermandad, sería transmitida de generación en generación, un recordatorio de que aún en las profundidades más oscuras, la solidaridad es la luz más brillante.

Moraleja del cuento «En la sombra de la selva el último suspiro de la pantera Maya»

En la unidad encontramos la fuerza para cambiar el curso de las historias más trágicas.

Como con Maya y sus aliados, es nuestro lazo inherente con la naturaleza el que nos impulsa a actuar en su defensa.

Que este cuento sea un recordatorio: el respeto por la vida animal, en todas sus formas, es el cimiento para preservar la magia de nuestro mundo.

Proteger a los más vulnerables es proteger el futuro; es en el abrazo colectivo de cada ser donde yace el secreto para asegurar la sobrevivencia de todas las criaturas en este planeta, nuestro hogar compartido.

Abraham Cuentacuentos.

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